"No busquemos solemnes definiciones de la libertad. Ella es sólo esto: Responsabilidad". George Bernard Shaw
Supongo que realmente eso nunca ha sido así, o no del todo, pero hasta donde alcanza mi memoria, hubo un tiempo en que cuando uno paseaba por el campo –cazando, montando a caballo, en moto o simplemente andando- lo que se percibía era una reconfortante y manumisora sensación de libertad, que entraba a raudales por los cinco sentidos: el olor de los pinos, las jaras, tomillos o espliegos; el canto estridente y nervioso de las urracas, contrapuesto a la cadente y sosegada llamada del cuco en primavera; el vuelo alborotado de la perdiz roja o el majestuoso y sentenciador de un águila, la cálida luz de una puesta de sol o el brillo de un frío amanecer invernal; el sabor dulzón de un tallo de junco, o el amargo y persistente de una bellota; la sensación única de caminar por la nieve en el silencio de un bosque, o la de la hierba de una pradera rozando nuestra espalda. Todo invitaba a sentirse en comunión con el mundo, con la naturaleza, con la vida, mientras se podía llegar a sentir, al menos por un instante, esa energía invisible que todo lo abarca y de la cuál formamos parte.