Fotografía: Rafa Llano, "Enseñando el Interior" |
Con los avances de la técnica, cada vez es menos frecuente hallar, entre el montón de misivas que se depositan a diario en nuestros buzones, una carta que nos traiga noticias de algún ser querido. Solo, de vez en cuando, tenemos la oportunidad de alegrarnos o dolernos con ellos por medio de participaciones de bodas, bautizos, comuniones o esquelas. El género epistolar, como medio de comunicar emociones y sentimientos, ha caído tristemente en desgracia, y digo tristemente porque cuando el progreso barre sin ton ni son, y con la cizaña arranca el trigo, nos va segando pedazos de humanidad, nos despersonaliza y, al final, pasamos a formar parte de una lista de direcciones y de nombres sin rostro a los que se accede, según convenga y, casi siempre, sin haber sido consultados previamente, para utilizarnos, cuando menos, como objeto de mercado, con solo apretar una tecla en el ordenador. No sé si a ustedes les habrá ocurrido más de una vez, pero a mí cada día que pasa me resulta más chocante recibir correspondencia a través de la Red, no solo de las más variadas regiones de nuestra geografía, sino de Europa e incluso de América, Asia y otros lugares del globo, algunos de los cuales no he visitado en mi vida. Dichos mensajes suelen incluir los datos correctos e incluso son capaces de señalar alguna de mis preferencias. En muchos de ellos me ha correspondido, o estoy en óptimas condiciones de alcanzar, algún premio fabuloso, casi siempre relacionado con automóviles o viajes, y todos, absolutamente todos, suponen un desembolso económico o la solicitud de registro en la página remitente que ni he solicitado ni, en la mayoría de los casos, descubre su objetivo ni identidad. Estos correos no suponen para quien los recibe más que la aplicación del sentido común de no meterse en libros de caballerías y la molestia de irlos eliminando cada vez que aparecen en la pantalla del ordenador pero ¿quien les proporciona a estos desaprensivos nuestras señas, nuestros nombres, nuestros gustos y apetencias, como se permiten el lujo de entrar en nuestros hogares sin que nadie les haya dado permiso, violando nuestra intimidad, y lo que es mucho peor, la de posibles niños o adolescentes?