"Cuando un político no ama el bien público ni se respeta a sí mismo, o cuando su respeto de sí mismo se limita a los beneficios del cargo, entonces el interés público está deficientemente servido. Pero cuando su respeto a sí mismo es tan alto que su propia autoestima le exige seguir el camino del valor y de la conciencia, todo será beneficioso. Así, en los próximos tiempos sólo el hombre verdaderamente valeroso podrá adoptar las difíciles decisiones necesarias para nuestra supervivencia en la lucha contra un poderoso enemigo: un enemigo con jefes que apenas necesitan preocuparse de la popularidad de sus acciones, que no tienen que pagar tributo a la opinión pública que ellos mismos manejan, y que pueden obligar a sus ciudadanos, sin miedo a represalias en las elecciones, a sacrificar el bienestar de hoy por la gloria futura." John Fitzgerald Kennedy, Perfiles de coraje" (1956)
EL ALBA
En la historia americana del pasado siglo, y el inicio del presente, tres son los acontecimientos cuya huella permanece imborrable en la memoria. El ataque de Pearl Harbour; el asesinato del Presidente Kennedy; y el atentado a las Torres Gemelas. No obstante, para mí, la muerte de JFK fue como un rayo inesperado en aquella mañana fría de mi juventud primera y sonriente, a la que le demostraron, sin piedad y por sorpresa, que la muerte podía clavar su aguijón en cualquier fruto, por más jugoso, floreciente y hermoso que se presentara a la vista, y ahora, que han terminado todos los eventos programados para 2013 en el cincuenta aniversario de su muerte, quiero recordar en someros trazos, y con toda la veracidad de que sea capaz, los inicios de aquella personalidad rabiosamente atractiva y prometedora, y el trágico final que, definitivamente y sin quererlo, cambió el rumbo de la historia del pasado siglo XX, con sólo tres balas asesinas.