José Ortega y Gasset
La silla... Máxima aspiración de la mediocridad política; fin que para algunos impresentables justifica todos los medios; trono del que jamás será rey; atalaya del ego; cumbre del narcisismo; reposo del raposo; montura del matón; solio del indeseable; albarda del bastardo...
Todo por la silla; nada sin la silla; nadie sin la silla; ¡viva la poltrona! Sólo la silla es y nadie es sin la silla: refugio de buenos para nada, vocingleros, correveidiles, palafreneros y mamporreros.
La silla, el escaño... el butacón del Palau y el de La Moncloa, que en este mes de enero todos persiguen como si les diera la vida en ello, en las rebajas de quien se arrastra sin poder caer más bajo: para algunos, el infierno de Dante queda ya muy arriba. La ética también está de saldo.
Por la silla... todo por la silla. La que muchos no merecen por su falta de grandeza y altura de miras; la que debería estar reservada a los mejores de entre nosotros, a los hombres buenos; a personas ejemplares y dignas de liderar a una gran nación. La que debería corresponder por méritos propios y no por conjuras, trapacerías, enjuagues o pactos con el diablo; por venderse y venderlo todo; por comprar y comprarlo todo. A cualquier precio.
La que debería utilizarse para gobernar desde la lealtad, la responsabilidad y la generosidad; desde la dignidad y por la dignidad; con humildad, sentido del deber y humanidad. Con justicia y equidad. Por la libertad. Una silla para servir y no para servirse de ella para medrar, acumular, robar y engañar.
La silla... ¡Ay, que se te escapa!... Corre miserable, no sea que otro se adelante y te quite la mecedora: esa en donde arrullar tu mezquindad y acunar el vacío de tu alma. ¡Corre!, no vaya a ser que al final te quedes sin nada, que es lo que tiene quien nada es sin la silla. Pues en el fondo eso son: nadie sin una silla o un sillón.
La silla... todo por la silla.
Por Alberto de Zunzunegui
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