lunes, 21 de abril de 2014

ADOLFO SUÁREZ: EL HOMENAJE

"Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero".
Santa Teresa de Jesús

No creo que haya muchos españoles que, sin pertenecer al círculo personal del Presidente Suárez, hayan sentido más profundamente el calvario de dolores que comenzó a ser su vida, y la de los seres a los que amaba y le amaban, hace once años. Recé entre la esperanza y la rabiosa impotencia; lloré su presencia ausente a lo largo de todo el tiempo transcurrido; intenté seguir su ejemplo de honestidad y esfuerzo extremo allá donde mi actividad política me fue llevando, una vez extinguido nuestro proyecto, mientras echaba de menos aquella sonrisa conciliadora con la que limaba asperezas, aliviaba rencores y aunaba voluntades, haciendo parecer sencillo, lo que luego se ha demostrado que no sólo era difícil sino, hasta el momento,  imposible de repetir.

Cuando pensaba en la fatalidad de que, después de haber cumplido espléndidamente su tarea de reinventar la paz para esta España nuestra, se retirara del mundanal ruido anhelando recuperar su vida privada, hubiera disfrutado, conscientemente,  tan pocos años de su hermosa familia, herida ya del rayo; de la tranquilidad por la que empeñó sus noches y sus días; y de tantos años de progreso y recuperación que por él vivimos. Me consolaba recrear el amoroso cuidado con el que era atendido por los suyos y los innumerables momentos de amargura que la enfermedad le iba evitando, y no me causaba la menor extrañeza cuando oía decir a alguno de sus allegados que el Presidente recibía contento las frecuentes muestras de cariño que recibía en su día a día, y pasaba los meses y los años tranquilo, sereno y ausentemente feliz.