jueves, 2 de junio de 2011

HONORATO JUAN: BREVES APUNTES SOBRE UN MAESTRO HUMANISTA

Despierta el siglo XVI.  El Imperio español atraviesa un período de luces y sombras. Junto al inmenso dominio territorial, las sucesivas guerras esquilman las arcas de la Corona española y hunden su economía. Mientras florecen el Humanismo y las Bellas Artes en todas sus vertientes tiene lugar el ignominioso saqueo de Roma y, a medida que se extiende la Evangelización y la lucha contra las herejías luterana y calvinista, van aumentando los desmanes de la Inquisición que extiende su lúgubre manto por doquier.

La vida de Honorato Juan transcurre en esta época, y en ella la comunicación epistolar no sólo sirve  como  medio de relacionarse afectivamente y de notificar acontecimientos familiares y sociales, sino que es, sobre todo, la forma más enriquecedora  de expresión, expansión y debate de las propias ideas, que se transmiten de un lugar a otro de la geografía europea, creando una red de florecimiento del humanismo, y de enriquecimiento cultural. Nuestro ilustre maestro,  en cuyo linaje encontramos Jurados de la Ciudad, Maestros de Calatrava, Justicias del Reino, Capitanes de las Milicias, Infantes, Canónigos, Alcaides de Castillos y servidores de Reyes y Papas, no dejó obra escrita, ni tampoco tuvo la precaución, como muchos de sus coetáneos, de guardar copias de sus cartas, y la mayoría de ellas se perdieron. Por este motivo se desconocen la mayor parte de los datos de su nacimiento e infancia, aunque gracias al esfuerzo de su sobrino y biógrafo Antonio Juan de Centelles, hemos podido bucear en los aspectos del devenir de su historia que tan magistralmente recoge en su libro “Vida y recuerdo de Honorato Juan, un Maestro de Príncipes” el Archivero Sanchís Moreno, y asimismo sabemos que su alumbramiento tuvo lugar hacia el año 1507 en Valencia -o en Xátiva puesto que su familia era setabense-. Sus padres Gaspar e Isabel vivían en un mansión de la calle de Caballeros que, aún hoy en día, está adornada con palacetes medievales que acrecientan la cuidada belleza del Casco histórico, a escasos metros de donde nació la ciudad de Valencia: La Plaza del Pilar. Fue bautizado en la magnífica Iglesia de San Pedro Mártir y San Nicolás, situada en el número 35 de la mencionada calle de Caballeros.....pero después de ahí y hasta su mocedad.....poco más.


Por aquel entonces los jóvenes de nobles familias que pretendían adquirir una buena formación humanística, propiciada por Erasmo de Rótterdam, acudían a Lovaina. Así que Honorato, tras cursar estudios de Latín, Griego, Filosofía y Matemáticas en la Universidad de Valencia, salió de España rumbo a los Países Bajos. Allí conoce a  Luis Vives, valenciano como él y prestigioso maestro, entre otros, de  los hijos del Duque de Alba. Pronto se convierte en uno  de sus discípulos predilectos y más tarde, alimentada por el enorme afán de sabiduría de los dos pensadores, se va cimentando una profunda amistad entre profesor y alumno. Honorato lee con fruición el latín clásico propio del humanismo y se empapa de las advertencias de Vives: “Aprende a conducirte con prudencia,  habla poco, escucha asaz, evita las adulaciones,  vive siempre como quien quieres ser, no como otros quieran que seas, y acompáñate siempre de las lecturas y advertencias de los Clásicos, pues nadie, por eminente que fuere, te aconsejará y guiará tu vida  con mayor sabiduría que ellos”.

Al enfermar su padre, regresa  a  España,  no sin antes pasar por Paris “porque a sus veintiséis años debe despedirse de la juventud”. Sirve después en las Milicias del Emperador Carlos V,  y recibe el título de Gentilhombre y Consejero Imperial.

Los valores de la riqueza espiritual y el desarrollo mental propias de un humanista ya han arraigado en lo más profundo de su espíritu. Cree firmemente que sólo escuchando a la propia conciencia se puede llegar al Supremo Hacedor, y es consciente de que la gloria no proviene del dinero, del elogio o de la fama. Su misión es comunicar su sabiduría a los demás ofreciendo la erudición y los dones con que ha sido  agraciado al servicio de los hijos de Dios.

En la Universidad Española de la época la adulteración de la Gramática y el escaso estudio de la Oratoria son evidentes, así como el desinterés por el estudio de las Lenguas Clásicas. Honorato, que había sido reconocido erasmista comienza a apartarse de las tesis de Erasmo para defender las suyas propias. La elevada posición social y el reconocido prestigio que ya ha conseguido le autorizan a recomendar  en sus escritos y cartas la renovación de la enseñanza del Latín,  predicando las excelencias de volver a beber y hacer beber a los educandos de las fuentes de Cicerón y Terencio. Recomienda a los profesores universitarios que inicien a sus alumnos  en los Diálogos de Vives, Los Emblemas de Alciato, Las Oraciones y Epístolas de Marco Tulio, Los Comentarios de César y las obras de Virgilio, propiciando, a su vez, el estudio y conocimiento del griego, sin olvidar por ello las lenguas francesa e italiana. Su petición es atendida por gran parte del profesorado, aun cuando la pugna entre erasmistas y anti erasmistas continúe durante un largo período.

Honorato va adquiriendo notoriedad a través de tertulias, conferencias y coloquios, lo que hoy llamamos “el boca a boca”, hasta llegar a oídos del mismísimo Carlos V, y aquí  entronca nuestra historia con uno de los personajes más relevantes del siglo XVI: Felipe II, el Rey prudente. Nacido  en 1527 en Valladolid, que era una de las  más pobladas y bellas ciudades de nuestra Meseta Castellana, pasó su infancia sin la presencia física del padre, debido a los continuos desplazamientos del Monarca, y perdió a su madre a la temprana edad de once años. No obstante, el Emperador cuidaba solícitamente de la educación del Príncipe, tenía con él una fluida correspondencia y se mantenía puntualmente informado de los progresos o de las veleidades de su hijo. Felipe comienza desde niño a estudiar Gramática, Lenguas Clásicas, Dialéctica y Retórica. Más tarde, Filosofía, Matemáticas, Arte, Música, Equitación y Caza. De esta última disfrutaba sobremanera, no así del resto de disciplinas, en las que, en sus inicios, fuera alumno poco aventajado. Después de que varios flamencos rechazaran encargarse de su formación, y tras el escaso éxito del Maestro Silíceo, nombra Maestro Particular del infante al “limpio de sangre” y docto humanista Juan Calvete de Estrella. Le asisten tres instructores, y uno de ellos, encargado de impartir al Príncipe Matemáticas y Arquitectura, es nuestro Honorato. Resulta extraño que al erudito no se le encargara la enseñanza de otras disciplinas  pero, sea como fuere, el Humanismo acompañó a Felipe desde su más tierna infancia. La Arquitectura despertó el interés del futuro monarca y, pasado el tiempo, aplicaría sus conocimientos de la materia en el diseño y construcción de sus mansiones y parques, así como en la creación de la Junta de Obras y Bosques que habría de supervisar los palacios, cazaderos y jardines propiedad de la Corona de Castilla. Honorato, como el Emperador y el resto de educadores de Felipe,  le inculca por sobre todas las cosas, su condición de cristiano. El amor a Dios le proporcionará valor, prudencia, modestia, clemencia, justicia y templanza, virtudes sin las que no podrá conquistar la adhesión de los pueblos tan dispares a los que ha de regir, pero recuerda también la frase de su maestro Vives ”Un buen príncipe es un sabio con autoridad pública” y recomienda al infante la lectura constante. Los libros serán sus amigos más fieles y de ellos  habrá de extraer todas las reglas de buen gobierno, apartándole de la impiedad, la soberbia, la superstición y la ignorancia que es la mejor amiga de la violencia. Así, Felipe se convierte en un lector infatigable. A los veintiún años posee ya una biblioteca de más de ochocientos volúmenes y está afición vivirá con él el resto de sus días, no hay que olvidar que a este Monarca debemos la creación en el Castillo de Simancas del Archivo de la Corona de Castilla.

Cuentan las Crónicas  que, hacia el verano de 1544, a punto de acabar la instrucción del Príncipe, una tarde se llegó  Honorato con un pliego escrito para Felipe  y le dijo: “Alteza muchas son las horas que hemos pasado juntos, llegado el momento de partir quiero dejaros  los Diez Mandamientos de un Rey, según la versión  de vuestro humilde servidor. Guardadlo junto al Libro de Horas y leedlo todos los días una vez. Cuando lo hayáis metido en lo más profundo de vuestra sesera, entonces seréis El Rey”.
Felipe leyó con voz pausada:

-No hay mejor consejero para El Rey que Dios.
-Su felicidad estriba en conseguir la felicidad de su pueblo
-Pondrá siempre su conciencia por delante de los negocios, prefiriendo el bien común a cualquier otro bien, y no hará ostentación de cargos, títulos y riquezas.
-No ha de olvidar que el rancio abolengo da el poder pero no el seso.
-Será enemigo acérrimo de la ociosidad. El Rey no ha nacido para descansar.
-No ha de prometer ni de palabra ni por escrito merced alguna a sus súbditos.
-Recorrerá sus Repúblicas y Estados de manera incansable, en la medida de sus posibilidades, inspeccionando personalmente cuantos asuntos pudiere.
-Huirá de Maquiavelo y  preferirá ser amado, que temido o aborrecido, alternando el rigor con la benevolencia para ser obedecido por el pueblo, no hiriendo ni despreciando a sus súbditos, y mucho menos a sus enemigos.
-Será capaz de discernir entre  la realidad y la apariencia, por lo que buscará asesores sabios, íntegros y maduros y se alejará del adulador como de la peste.
-La enemistad entre allegados se llama discordia, entre extraños guerra (Platón) ambas deberá evitar, siempre que el hacerlo no acarree males mayores.

 
Felipe abrazó a su Maestro con los ojos bañados en lágrimas, recordaba haber oído algunas de aquellas admoniciones de boca de su padre El Emperador, y sin decir una palabra se retiró a sus aposentos. Colocó el pliego junto al Libro de Horas, y dicen que nunca más volvió a llorar.

En 1547 Carlos V agradeciendo los servicios prestados  concede  a Honorato Juan la escribanía de la justicia civil y militar de Alicante. Posteriormente sería nombrado Obispo de Burgo de Osma, y Felipe II que nunca lo olvidó,  le confió en su momento la educación  del Infante Carlos, su heredero, lo que pone de manifiesto que.... donde hay un buen vasallo... suele haber un buen señor.


BIBLIOGRAFÍA:
"Honorato Juan, vida y recuerdo de un maestro de príncipes", de Francisco José Sanchís Moreno, Archivero de la Diputación de Valencia. Biblioteca Valenciana, Coleccion Historia/Estudios, 2002.
" Felipe II, la biografía definitiva", de Geoffrey Parker. Planeta, 2010.
"Felipe II y su tiempo", de M. Fernández Álvarez. Espasa, 2006.

Por Elena Méndez-Leite

2 comentarios:

Humanitum Iratus dijo...

Magníficos apuntes biográficos sobre la figura de Honorato Juan, gran humanista y maestro de Felipe II, cuando todavía era Príncipe.

En ellos se pone de manifiesto la importancia de la educación en valores y la relevancia de la figura del maestro, que no sólo es transmisor de cultura y conocimientos, sino también de los principios que inspiran y forjan el carácter de las personas.

Cuando nuestra sociedad comprenda la importancia que tienen para su futuro los educadores -desde el maestro de un jardín de infancia hasta un catedrático universitario-, comenzará a valorar y apreciar adecuadamente su trabajo... y sobre todo, habrá puesto la base para poder afrontar ese futuro desde el optimismo y la razón. Desde la idea esencial de que educar es todavía mucho más importante que enseñar.

DESIDERATA dijo...

Totalmente de acuerdo con lo que escribes que en este momento julio de 2013 es tan valido y por desgracia tan olvidado. Gracias por tu comentario hermano