El diario ABC del día 24 de Enero publicó dos interesantes artículos en los que se aborda con agudeza y acierto la cuestión de los valores, y más concretamente de los valores de la verdad y la bondad. Dos escritos de mucha enjundia y de gran altura intelectual, que van más allá de lo que suele encontrarse en la prensa. Nunca se insistirá la suficiente en la importancia de la Verdad para la vida humana.
En primer lugar hay que mencionar el artículo de Ignacio Sánchez Cámara publicado en la tercera de dicho periódico con el título “¡Sed felices!”. El catedrático de Filosofía del Derecho explica cómo la felicidad, que es el fin al que tiende todo ser humano, sólo puede alcanzarse sobre la base de la verdad y la bondad. Comentando la doctrina de San Agustín, de Sócrates e incluso del Budismo, Sánchez Cámara afirma que “la búsqueda de la felicidad no es otra cosa que la búsqueda de la sabiduría”, es decir, de la verdad y la bondad”, pues, como enseñara Sócrates, “sólo el bueno es feliz”. Decir “sed felices” equivale a decir “sed sabios, esto es, buenos”.
“La felicidad es la compañera inseparable de la bondad”, sentencia Sánchez Cámara. Por eso, añade, estamos seguros de que Teresa de Calcuta era feliz, sin lugar a dudas. En medio de todos los sinsabores y dificultades de la vida, la persona inteligente y buena, sabe mantener una postura afirmativa. “El hombre feliz dice sí, a pesar de todo, al mundo y a la vida. Porque la felicidad no depende de ningún acontecimiento del mundo exterior, sino de la pura (buena) voluntad. La felicidad es la prueba de la vida buena”.
Sánchez Cámara concluye que la felicidad es algo posible, puede y debe conquistarse. No es una meta inalcanzable. La invitación encerrada en la fórmula “¡sed felices!” tiene, pues, pleno sentido. “Sí; la felicidad puede ser propuesta como objetivo de la voluntad. La verdad nos hace libres, y la bondad nos hace felices”. El autor termina su artículo con la siguiente exhortación: “De ti depende. ¡Vive feliz!”.
Únicamente es de lamentar en el mencionado artículo la comparación que se hace entre el Cristianismo y el Budismo, totalmente desfavorable para este último. No es muy certera la aseveración del autor cuando afirma: “el budismo encierra una verdad, pero limitada (y, en ese sentido, falsa), y superada por el cristianismo”. Semejante afirmación resulta totalmente infundada, pues el autor se basa en una errónea interpretación de la doctrina budista, que ha intentado resumir antes. Esta frase es tan censurable como lo sería la que hiciera un budista en sentido inverso, sosteniendo que la visión del Cristianismo ha sido superada por la del Budismo. Convendría evitar tales comparaciones, realmente odiosas, así como los juicios equivocados que las sustentan, es decir, los juicios formulados desde una concreta perspectiva religiosa sobre otra religión o doctrina espiritual, que lógicamente parte de una perspectiva completamente diferente y responde a otros esquemas, generalmente mal conocidos por quienes son propensos a emitir tales juicios.
El otro artículo digno de mención es el de Juan Manuel de Prada, inserto en las páginas de Opinión, titulado “Recuperar la verdad”. El autor se hace eco de unas palabras pronunciadas por Jaime Mayor Oreja, de quien dice “ha tenido el valor de reivindicar la verdad”, guiado por un firme compromiso con la verdad: “su compromiso con la verdad se nos antoja uno de los escasos episodios de dignidad que redimen nuestra encanallada vida pública”.
“Recuperar la verdad” significa, ante todo, como proclamaría cualquier concepción auténtica y hondamente humanista, “reconciliar al hombre con su naturaleza, establecer cuál es su fin, el sentido de su existencia; exige restaurar la razón del vivir”. Cuando una sociedad olvida todo esto, “acaba renunciando a su condición humana”.
De Prada pone el dedo en la llaga, al criticar algunos de los lamentables comportamientos y actitudes que estamos viendo a todas horas y que tienen por protagonistas a los dirigentes de esta sociedad desnortada, así como las mentiras con que se intenta disfrazar acontecimientos y decisiones inadmisibles. Y establece el siguiente diagnóstico, que explica el porqué de todo este desbarajuste: “una sociedad que reniega de la verdad que la constituye se convierte, inevitablemente en pasto de ingeniería social”. La causa está en el culto a una “libertad desnortada”, un producto del relativismo, “que ha soltado amarras con la verdad que le brinda sustento”. La libertad no puede existir sin la verdad que es su fundamento. Una vez que los seres humanos han dado la espalda a la verdad, se puede “instaurar un reinado de la mentira sin violencias ni sobresaltos”.
No podemos menos de asentir a la conclusión a la que llega el autor del artículo. “Sólo una profunda regeneración moral que restablezca la verdad humana, la razón del vivir, puede disolver este trampantojo. La libertad sin referencia alguna a la verdad de la persona acaba siempre en alienación y angustia, por mucho que se disfrace con gozos superferolíticos”.
Estas reflexiones son especialmente valiosas en estos tiempos en los que la Verdad interesa tan poco. Vivimos en un mundo lleno de falsedad e hipocresía, dominado por la mentira (mucho más de lo que piensan los autores de los dos artículos citados); un mundo cuyo motor vital es el desprecio de la Verdad o, peor aún, el odio visceral a la Verdad. Ahí radica la raíz última de la crisis que atravesamos y a la que nadie acierta a poner remedio.
Por Antonio Medrano
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