sábado, 31 de diciembre de 2011

ARRINCONAR LA VEJEZ

Doña Marisol cumple años el día 3 de junio, así que la semana que viene caerán los ochenta. Una maldita alergia primaveral -ironías de la vida-  le impide salir de la residencia en la que sus hijos, que tanto la quieren, la han instalado cómodamente ya va para ocho meses. Al principio se resistió a dejar su casa, su barrio y todo aquello que formaba parte de su vida, de toda su vida, pero al fin decidió tragar quina, liar los bártulos y callar. A partir de entonces, los días ya no caminan hacia adelante para ella. La noche en que llegó a su nueva morada dejó de dar cuerda al reloj de pulsera que le regalara Antonio cuando el ascenso de 1948, y así, manejando el tiempo a su antojo, revive los días pasados, desechando los que no convienen y eligiendo los que son hermosos de recordar 

Sigue añorando su pisito de Núñez de Balboa y, por más que se esfuerza, no consigue perdonar a la fiel Petra, que siendo diez años más joven que ella, y con una salud de hierro, se la llevó pateta, sin haber tenido ni una maldita gripe con anterioridad, por eso es frecuente que, entre estornudo y estornudo, profiera un ¡que faena me has hecho, Petra, que faena! y dejando escapar un suspiro no vuelva a rechistar. Si no fuera por ese desahogo, nadie pensaría que la buena señora está a disgusto en su nuevo hogar. Cada día amanece risueña y todos comentan que es la anciana que menos guerra da. El ser humano busca los más extraños recovecos para sobrevivir a una situación de dolor y desesperanza.

“Hoy vamos a la Feria del Libro, Antonio, voy a tomar el té a casa de Maruja, así que cuando salgas de la oficina ven a buscarme” y así, mentalmente, Marisol cuelga el teléfono, abre el armario inexistente, busca el traje de chaqueta de otomán, llama a Petra para que le pase un paño a los zapatos negros, saca el sombrero y el bolso, ordena los billetes cuidadosamente en la cartera, primero los de cincuenta y luego los de cien y descarga el monedero de calderilla para que pese menos. A continuación abre el primer cajón del tocador, prepara las alhajas, el abanico, dos pañuelos de hilo, la polvera y las llaves. Tira del segundo cajón, se pone los guantes de seda  y deja resbalar las medias de nylon fino con cuidado por sus piernas suaves y torneadas, vuelve a dejar los guantes en su sitio y se va vistiendo despacio, muy despacio. Marisol sólo se apresura para llegar a misa de doce, o para coger el tren.

“Petra me voy, si llegan los chicos, estoy en casa de la señorita Maruja y luego iré a la Feria del Libro con el señor”. Baja las escaleras, “Buenos días Juan” saluda al portero, y comienza a caminar calle Goya arriba hasta General Mola, donde vive su prima Maruja, allí pasará un buen rato de charla, luego vendrá Antonio, tomarán un blanco y negro en  la cafetería Riesgo y se asomarán al cine Tívoli, si ponen algo bueno podrían venir después de cenar,  estas noches de junio está apretando el calor y  tan solo en los cines refrigerados se puede aguantar. 

La Feria estará animada, a Luis le comprará “El último Mohicano” en la colección Cadete y a Pilar los cuentos de Josefina de la Maza, ahora están con el diez por ciento de  descuento y Enrique el librero sólo hace el 5. Esto de que los chicos cumplan años el mismo día resulta caro y no están los tiempos para derrochar. Mirarán después las novedades de la editorial Juventud, y se quedará con las ganas de comprar la última novela de Pearl S. Buck, que le ha dicho Julia que es fantástica... 

- Doña  Marisol, que se ha quedado usted traspuesta y ya es hora de cenar, ¿Prefiere que le traiga la bandeja si no se encuentra bien?-. 

- Calla hija, ¿qué dices? Si estoy hecha una rosa, deja que me pase un peine y bajo enseguida.

La familia de Doña Marisol vive feliz en su piso de Conde de Peñalver, bien es verdad que Pilar y su marido tienen que matarse a trabajar para poder pagar la residencia, pero mamá está allí tan cuidada que el sacrificio merece la pena. 

A Pilar, sólo le fastidia “el pavo”  de Chelo, que va para doce años. Continuamente les da la lata porque tiene la tonta idea de que su abuela no está a gusto allí, la echa mucho de menos y quiere que la traigan a vivir con ellos. 

¡Qué bobada! Mamá siempre ha sido muy independiente y no aguantaría vivir con Marcos ni un mes, y además se la ve encantada, rodeada de gente de su edad, con un jardín precioso para pasear, y todas las comodidades ¡Ya quisiera yo el día en que su padre y yo nos hagamos  viejos, que alguien se preocupe tanto de nosotros! 

Esta tarde, sin ir más lejos, la niña se ha puesto insoportable con no sé que historia de una redacción que tenía que hacer sobre el tema:“¿Qué quieres ser de mayor?”. Por lo visto este trabajo puntuaría para el examen final. Pilar le ha expuesto un aluvión de ideas acerca de  las mil y una posibilidades que tenía de enfocarlo; sus aficiones,  aptitudes y los caminos por los que ella podría encauzar su futuro. Parece que se había quedado satisfecha, pues no volvió  a hablar del asunto. 

Pilar entra en la habitación de la pequeña para darle el beso de buenas noches, pero la encuentra dormida. Sobre la mesa está el cuaderno de redacción abierto, y en él sólo hay unas cuantas líneas escritas. La madre comienza a leer. 

“He pensado mucho en lo que quiero ser de mayor, pero no tengo nada claro, bueno casi nada. Me gustan las matemáticas y el dibujo, pero lo que preferiría sería viajar y conocer a mucha gente, sobre todo ir a sitios donde haya playa, que llueva poco y que no haga frío. También estaría bien ser reportera de televisión y poder contar las cosas que pasan por el mundo, aunque para eso tendría que separarme de mi familia y de mis amigos y eso me gusta menos. De momento sólo hay una cosa que no quisiera de mayor y es... quedarme tan sola como mi abuela...

Pilar siente un escalofrío, deja el escrito sobre la mesa y se sienta al borde de la cama. La niña duerme placidamente. Observa su respiración acompasada y tranquila, ningún mal sueño parece turbarla y, sin embargo Chelo sufre. Roza su mejilla con los labios y sale de puntillas, cruza el pasillo y entra en el dormitorio. Marcos acaba de limpiar las gafas y se dispone a apagar la luz de la mesilla de noche. 

-Cariño, no apagues todavía, tenemos que hablar.
                                                    
El día 3 de junio doña Marisol abrió las maletas en casa de su hija y, para celebrar su cumpleaños, sacó el reloj de pulsera que le había regalado Antonio cuando el ascenso de 1948, le dio cuerda y, desde ese momento, ya nunca volvió a recorrer su vida marcha atrás. 

Por Elena Méndez-Leite

1 comentario:

Humanitum Iratus dijo...

Además de ser absolutamente injusto, olvidar a nuestros mayores implica desprendernos de lo mejor de nosotros mismos y una grandísima necedad, pues todos confiamos en llegar a a ser uno de ellos algún día.

Gracias, Elena, por recordárnoslo una vez más y también por tu brillante modo de hacerlo.