Claudio Magris
La historia de nuestro desencuentro fue una de esas casualidades de la vida, a las que en un principio no das la importancia que merece, y se borran por un tiempo de la mente hasta que un clic inesperado las recupera de la cada vez más intrincada selva de la memoria, permaneciendo ya para siempre como una espina clavada en las entretelas del corazón.
La tarde era serena. Mi amiga Donatella y yo recorríamos los escasos kilómetros que separan Macerata de Recanati, donde iba a tener lugar uno de los continuos actos de homenaje a Leopardi que se celebraban en su maravillosa ciudad natal con motivo del bicentenario del nacimiento del poeta de poetas italiano. El día anterior había tenido ocasión de visitar la casa natal, de la mano de la condesa Anna, una interesante y hermosísima mujer de avanzada edad, decana de la Casa Leopardi, ya tristemente desaparecida, y seguía impresionada por los acontecimientos a los que el continuo viaje de la vida me estaba permitiendo asistir. Sonó el móvil. Como mi amiga conducía contesté yo.
-Pronto!-... -Cara, sono Claudio!-... Tapé el móvil con la mano y susurré a Donatella su nombre. Ella me respondió: ¡Habla tú con él, es Magris, te encantará! Me presenté y fue una conversación afable y breve. Él se disculpaba porque un imprevisto de última hora le impedía asistir al acto de la tarde, pero vendría al día siguiente. Yo ya me habría marchado a Madrid, así que quedamos en que la próxima vez que acudiera a Recanati nos encontraríamos y charlaríamos los tres más despacio. Nunca se produjo ese encuentro, pero cada vez que llega a mis manos uno de sus libros recuerdo el sonido de su voz, lo siento cercano y amable y me duele profundamente que un torpe imprevisto me robara su presencia en aquella tarde de nuestra madurez perdida.
Trieste, en el nordeste de la península italiana; bañada por el Adriático y cobijada por sus montañas de roca blanca; cantada por escritores italianos, eslovenos y alemanes; amada por Rilke; desbrozada por Joice; cantada por Svevo y Stendhal; reinventada por la bora y el siroco que, intermitentemente, soplan sus orillas haciéndolas ora austríacas, ora italianas, siempre será ciudad fronteriza y nunca extraña y además… en Trieste nace Magris, humanista íntegro, de vocación centroeuropea, catedrático de literatura de vastísima cultura, prestigioso y erudito escritor, traductor, y germanista, viajero incansable y concienzudo, que nos regala en cada uno de sus ensayos y narraciones una panorámica precisa y detallada de los pueblos que recorre, los ríos que atraviesa y las gentes que conoce, desmenuzando el alma que alienta, los paisajes que ilumina, la vida y milagros cotidianos de una variopinta sucesión de minorías étnicas, de idiomas diversos, de expresiones infinitas que va reconstruyendo, cincelando, dibujando y relatando, exquisita y cuidadosamente, para que el lector no se pierda ni una sola de las impresiones grabadas ya para siempre en su retina y reflejadas después en su pluma para nuestro deleite y satisfacción.
Leer a Magris requiere especial atención, porque es tanta su erudición; tantos los personajes que cita; los datos que aporta; las frases con miga tierna y suculenta; las descripciones minuciosas y los recovecos que descubre, que cuando termino la lectura siempre pienso: Me dejo algo, seguro, tengo que leerlo de nuevo. Es posible que “El Danubio” su obra cumbre, en la que va recorriendo el viejo río europeo desde el humilde canalón que le da origen en Baden Württemberg, hasta el Mar Negro, lo haya repasado en cuatro ocasiones, pero siempre que vuelvo a él me encandila como la primera vez, y esto me sucede también con Microcosmos, con La historia no ha terminado, el infinito viajar, Lejos de donde y, muy singularmente, con su monólogo teatral Así que usted comprenderá, en el que un doloroso viaje tiene lugar por terrenos de amor, muerte y ausencia y permite alejar o acercar el enfoque de drama a tragedia, según el estado de ánimo del lector que a él acude.
Hace dos años, precisamente cuando acababa de morir la condesa Leopardi, apareció por fin en España un libro que yo esperaba con enorme interés, tras haber leído asiduamente sus colaboraciones en el cultural de Il Corriere della Sera. En poco más de cuatrocientas páginas, Alfabetos, -con meritoria traducción de Pilar González Rodríguez,- va recopilando los artículos escritos por él desde 1998 a 2010 emprendiendo un viaje, esta vez literario, en el que nos va mostrando algunos de los escritos y escritores que, desde muy niño, influyeron en su formación, ensancharon su horizonte y enriquecieron su vida. Hurgando en la obra de algunos de estos autores conocidos, Magris nos va aportando infinidad de datos y detalles que desconocíamos, provocando y saciando nuestra curiosidad mientras que, de repente, atrapa para nosotros la figura de algún novelista o narración desconocidos, haciéndolos asequibles, cercanos y deseables de tal modo, que esperamos impacientes el instante de poder tenerlos completos en nuestras manos y de que los ojos ávidos emprendan el viaje iniciático a través de sus páginas, conscientes de que nos proporcionaran otra experiencia fascinante, otra sorprendente travesía por la que merece la pena vivir. Tengo una deuda de gratitud con él no sólo por haber escrito miles de páginas que he saboreado con fruición, sino porque me ha abierto el sendero que conduce a autores imprescindibles que sin él, probablemente, nunca hubiera llegado a conocer con tal profundidad.
Han pasado casi quince años desde mi no-encuentro con Magris. A estas alturas el escritor triestino goza de un enorme prestigio, En su país ha conseguido los mayores galardones y en 2004 fue distinguido en nuestro país con el Premio Príncipe de Asturias. Sé que ha estado hace unos días firmando ejemplares en nuestra Feria del Libro del Retiro, mientras que yo deambulaba con Lorca por el Paseo de los Tristes de Granada ¡Otro desencuentro más!
Ambos seguiremos viajando incansables y sé ya que cada vez es más difícil que nos podamos encontrar, pero siempre que recorro las calles de Florencia; cuando me asomo desde las Marcas al Adriático o comienzo alguno de mis viajes reales o imaginarios ¡que tanto da!, renuevo la ilusión de poder recuperar aquel prometido encuentro. Podría ser en el viejo café de San Marcos de su bendita ciudad, donde comenzó a escribir. Seguro que acudirían junto a Claudio, Franco Foschi, Gabrielle Morelli, la condesa Anna, y Donatella, y entonces yo ya no necesitaría palabras, tan sólo oídos para escuchar.
Por Elena Méndez-Leite
Nota: La obra de Magris, traducida al castellano, está reeditada en la EDITORIAL ANAGRAMA
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