Yo podría ser el último paria de mi reino, un leproso abandonado por todos, sin recuerdo y sin esperanza de goce alguno, y aún quisiera vivir. Jacinto Benavente
La peor discapacidad del ser humano y la de mayor trascendencia para su propia vida y la de sus semejantes, no es la física o la mental, sino la que afecta a los principios éticos esenciales. Por desgracia esa tara no aparece en las ecografías ni se detecta a través del diagnóstico prenatal, ya que, con excepción de algunas patologías poco frecuentes, la discapacidad ética (1) suele ser adquirida o inducida, antes que congénita. Afortunadamente para quienes pudieran padecerla en cualquiera de sus modalidades y aunque pudiera ser diagnosticada durante el período de gestación, la generosidad y el buen juicio de quienes no sufren ese tipo de malformación les mantendría alejados de las clínicas abortivas y ello a pesar de ser plenamente conscientes que en el futuro tendrán que padecer, con toda probabilidad, el sufrimiento y la miseria que normalmente generan a su alrededor los discapacitados éticos.
Por el contrario, son muchas las personas que con tan importante limitación o minusvalía, determinan quien vive y quien muere en nuestra sociedad, incluso antes de nacer. En algunos casos el argumento puede ser que el nasciturus presenta alguna malformación física o psíquica, en cuyo caso recurrirán al aborto eugenésico para terminar con esa posibilidad, pero la mayoría de ellos simplemente preferirían no tener que justificar absolutamente nada, más allá de la propia voluntad personal, manifestada de forma explícita. Y es que en realidad, lo que reclaman mayoritariamente quienes defienden el aborto, es el aborto libre (2); es decir, poder interrumpir un embarazo de forma sencilla, con las máximas facilidades y utilizando para ello el amparo de la ley. O dicho con palabras menos tibias, la posibilidad de acabar con la vida de un ser humano en proceso de gestación, sin que ello constituya problema alguno de tipo legal o ético y sin tener que dar mayores explicaciones.
En el caso particular de la discapacidad ética en relación con el problema del aborto inducido (3), ante todo hay que señalar que a nadie se le escapa que tener un hijo implica un importante compromiso, grandes sacrificios, tanto en lo personal como en lo económico y una enorme responsabilidad, condicionantes que normalmente se multiplican bajo determinadas circunstancias y sobre todo en el caso de tener que afrontar un problema de discapacidad física o mental. Por otro lado, tampoco puede obviarse que las ayudas, las coberturas y los esfuerzos de la Administración a los efectos, no son siempre los que deberían; ni siquiera los que podría brindar en caso de una gestión más eficaz y si el establecimiento de prioridades y necesidades se llevara a cabo desde la honestidad y con una mayor coherencia. Por ello, resulta evidente que la opción de traer un ser humano a este mundo es cualquier cosa menos tarea sencilla, como tampoco lo es para las personas sin una minusvalía ética la decisión de poner fin a una vida en gestación, algo que no resulta fácil ni siquiera en el supuesto de los casos más graves, o en aquellos en los que pudiera haber importantes argumentos de peso.
Pero en realidad, eso es sólo una parte de la cuestión, ya que al hablar de discapacitados éticos no me refiero a quien, por una serie de circunstancias trágicas, se ve en la terrible situación de tener que plantearse, muy a su pesar, la interrupción de un embarazo, algo que además lamentará profundamente y probablemente le sumirá en una dolorosa encrucijada ética. Para ese tipo de personas aunque la decisión pueda no ser la acertada, aunque se pueda estar en desacuerdo o incluso abiertamente en contra de la misma, la disyuntiva no habrá sido fácil y le habrá generado un más que serio problema de conciencia, que con toda probabilidad tardará años en desaparecer o incluso con el que deberá cargar de por vida. Todo ello supondría claros indicios de que no estaríamos ante un discapacitado ético, sino ante alguien que, por determinadas circunstancias, normalmente adversas, optó por tener que dejar a un lado la ética, probablemente de manera puntual o circunstancial, seguramente muy a su pesar y quizás incluso por una simple cuestión de supervivencia, algo que también forma parte del comportamiento humano, de nuestra debilidad y de nuestra imperfección y que por lo tanto debería ser, cuando menos, objeto de nuestra comprensión. Quizás por ello, en estos casos sería más apropiado hablar de una disfunción ética condicionada o circunstancial, pero no de una discapacidad ética propiamente dicha, que sería el verdadero objeto de esta reflexión.
Pero incluso aún contando con esa predisposición a la comprensión, que por otro lado debería ser algo común a cualquier ámbito y a todos los seres humanos, el problema del aborto es lo suficientemente significativo y complejo, como para que no resulte sencillo alcanzar un consenso amplio ante esta controvertida cuestión. Ello es debido, entre otras cosas, a la multiplicidad de casos y situaciones diferentes que pueden llegar a darse y que frecuentemente serán complicadas de valorar con objetividad y teniendo en cuenta cada una de esas realidades particulares. Por ello, trazar las fronteras o los plazos que delimitan lo aceptable de lo inaceptable, lo tolerable de lo intolerable o sencillamente entre lo deseable y lo deleznable, no es tarea que pueda resolverse con facilidad, ni probablemente tampoco desde una postura binaria –si / no-, que con seguridad terminaría incurriendo en mayores injusticias que la respectivamente pretendida por cada una de esas dos posibles posturas.
De esta manera, la presente reflexión no estaría basada en enfocar la cuestión del aborto inducido desde una visión dual y en la que prevalecen esas dos posturas absolutas y antagónicas –aborto si / aborto no-, sino en tratar de evitar a toda costa que cualquier posicionamiento ante tan trascendental cuestión se pueda llegar a plantear desde la discapacidad ética; desde la trivialización de la propia vida, desde la más absoluta indiferencia o desde la exención de toda responsabilidad ante la muerte de un ser humano… incluso aunque todavía no hubiera llegado a nacer.
Así, al hablar de discapacitados éticos, en este caso relacionados con el problema del aborto, fundamentalmente quiero referirme a aquellos individuos cuya percepción ética se encuentra limitada o entorpecida a causa de una alteración en sus valores y a los que el hecho de poner fin a la vida de un ser humano en período de gestación no les causa mayor desazón, inquietud, sonrojo, cuita, o disyuntiva ética o moral. Individuos que llevados por un proceso adquirido o inducido de deshumanización y por un egoísmo en grado de necrosis –necrosis del alma-, son capaces de soslayar el grave problema ético que implicaría para cualquier otra persona sin esa discapacidad el hecho de terminar con la vida de un ser humano, aunque sea en proceso de gestación.
Y es que en el caso del aborto inducido, el mayor problema no son las decisiones que verdaderamente tienen en consideración a la parte más débil, es decir al nasciturus, o las que se someten al juicio implacable de nuestra conciencia, sino aquellas que, desde la más absoluta mezquindad y con la asepsia y la frialdad que proporciona la discapacidad ética, se toman exclusivamente en base al objetivo de que ello no constituya un problema, una responsabilidad, un compromiso, un sacrificio, una carga económica o tan siquiera la más mínima alteración del modo de vida de uno o ambos progenitores.
De hecho, las cifras (4) en este sentido son contundentes: de acuerdo con los informes estadísticos del MINISTERIO DE SANIDAD, SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD, en el año 2010 se produjeron en España un total de 113.031 Interrupciones Voluntarias del Embarazo (I.V.E.), de las cuáles del 04 de enero al 04 de julio de 2010, es decir antes de que cambiara la legislación y estando todavía en vigor la Ley Orgánica 9/1985, 56.596 casos tuvieron como causa declarada “salud materna”, completándose las cifras para el período con “riesgo fetal” (1.729 casos), “violación” (10 casos) y “otros motivos” (150 casos). Con el cambio de legislación y con la entrada en vigor el 05 de julio de la Ley Orgánica 2/2010, se produjeron en España hasta el 31 de diciembre de 2010, otros 48.463 casos teniendo como causa declarada “a petición de la mujer”, motivo que hasta entonces no constaba y que constituye casi el 90% del total de dicho período, pese a que a partir de el cambio de ley también figuran como otras posibles causas “grave riesgo para la mujer” (4.419 casos), “riesgo de anomalías graves del feto” (1.632 casos) y “otros motivos” (32 casos).
Lógicamente, al justificar un aborto en base a que éste se lleve a cabo “a petición de la mujer”, excluye los otros posibles motivos contemplados: que exista un "grave riesgo para la mujer”, “riesgo de anomalías graves del feto” e incluso “otros motivos”. Es decir y dado que precisamente existe este último epígrafe de “otros motivos”, cabría considerar que el rotundo “a petición de la mujer”, sirve para que bajo esa denominación puedan caber todos aquellos casos en donde para terminar con la vida del nasciturus no se requiera mayor justificación que el deseo manifiesto de la mujer y sin que ello suponga, por lo tanto, tener que dar mayores explicaciones. De esta manera y con la ley hasta ahora vigente, se daba cumplimiento a una de las más tradicionales reivindicaciones del movimiento feminista en relación con el aborto inducido, tal y como en noviembre de 2008 expresaba la Directora de la Fundación Mujeres, Marisa Soleto Ávila: “Queremos una ley, desde mi organización y desde muchas organizaciones de mujeres en el que el único problema que tengan las mujeres que se acercan a abortar sea el de su propia conciencia y su propia libertad religiosa, esa es la ley que queremos que nos hagan” (5). No habría nada que objetar… si no fuera porque, precisamente, la ausencia de conciencia es una de las principales características de las personas que padecen discapacidad ética, que a su vez son las que recurrirán al aborto con una mayor facilidad o predisposición.
Por ello y dado que en esos casos no es necesario que exista una razón de peso que pueda mínimamente justificar el aborto desde el interés o por el bien del nasciturus, sólo cabe la posibilidad de que todas esas decisiones se hayan tomado fundamentalmente pensando antes en la madre o en ambos progenitores, que en base al interés de la parte más débil, es decir pensando o tomando en consideración los intereses de ese ser humano en proceso de gestación.
De esta manera y partiendo de la base de que es el egoísmo y no la generosidad lo que normalmente preside la mayor parte de las decisiones respecto a la interrupción del embarazo, es inevitable que también surja la duda razonable, en cuanto a cuáles son los sentimientos que animan a una buena parte de los defensores del aborto inducido. De hecho la cuestión llama la atención en algunos aspectos, ya que incluso es probable que, paradójicamente, muchos de ellos sean al mismo tiempo abanderados del ecologismo más radical, defiendan a los animales a ultranza y sean contrarios a la caza, a los toros e incluso a la pena de muerte, tomando como argumento la defensa de la vida o la protección de los animales. Así, no deja de resultar un contrasentido que siendo contrarios a la pena capital, o que tocar o coger los huevos de un nido deba constituir para ellos un delito sancionable, por contra, terminar con la vida de un ser humano en gestación les parezca algo perfectamente aceptable y hasta un derecho. Sorprendentemente, para quienes adoptan esta postura lo que hay dentro de un huevo es un ser indefenso al que hay que proteger por el bien del planeta o de esa especie en concreto, mientras que lo que se gesta en el interior del vientre de una mujer no esta claro lo que es y puede ser eliminado sin mayor trascendencia, en un planteamiento tan incoherente como contradictorio. Por todo ello, en estos casos considero más acertado hablar de discapacidad ética selectiva.
¿Lógica? Ninguna, por descontado; pero en realidad ello no importa. Cuando se trata de justificar nuestro egoísmo la lógica también es frecuente y necesariamente abortada y cualquier argumento es válido, por contrario que sea a la razón, por mucho que carezca de sentido, o por más que contradiga esas otras posturas en defensa de la vida y hasta los valores más elementales.
De hecho y como parte del cuadro clínico característico de esta significativa minusvalía, también se da una preocupante y manifiesta tendencia a trivializar el problema, e incluso a no considerarlo como tal. Así, en lugar de contemplar la cuestión si no ya como algo de extrema importancia, si al menos con cierta trascendencia y en donde lo que se esta dilucidando es la terrible posibilidad de acabar con la vida de un ser humano, se trivializa el asunto y se le resta cualquier atisbo de gravedad, en un planteamiento tan inhumano como irresponsable.
De forma paralela a esa trivialización de la cuestión, durante los últimos años la palabra “responsabilidad” se ha convertido en nuestra sociedad en un mal a erradicar; se ha transformado en una palabra proscrita, de la que la mayoría de las personas huyen como de la peste, o prefieren ignorar como si no existiera. De igual modo, ese mismo egoísmo es el que también explica que en la mayor parte de la información relacionada con la apología del aborto, únicamente se hable de derechos y sólo excepcionalmente de responsabilidades… de derechos de los progenitores; los del ser humano en gestación sencillamente no existen. Sin duda a ello contribuyen documentos como Derechos Sexuales: una declaración de IPPF (6), publicado por la INTERNATIONAL PLANNED PARENTHOOD FEDERATION (IPPF), en donde, sorprendentemente, a lo largo de sus 36 páginas sobre sexualidad, las palabras “derecho” y “derechos” aparecen nada más y nada menos que en 548 ocasiones, mientras que la palabra “responsabilidad” únicamente aparece 8 veces y de ellas, solamente 2 hacen propiamente referencia a la responsabilidad de los depositarios de todos esos supuestos derechos. Mientras vivamos en un mundo con semejante desequilibrio, en el que prácticamente únicamente existen derechos y no responsabilidades, será difícil evitar que la discapacidad ética se extienda como una pandemia y que nadie pueda o quiera asumir, aunque sea mínimamente, la responsabilidad de sus actos.
De esta manera y si cabía alguna duda o discusión de carácter ético-moral respecto al aborto inducido, con la trivialización del asunto y la exención de cualquier sentimiento de responsabilidad, ya no es necesario llegar ni siquiera a esa disquisición ética, que a la postre parece que es lo que quiere evitarse en todo momento, al menos por parte de la gran mayoría de los activistas del aborto. Lo que persiguen no es únicamente la despenalización legal del aborto, sino su despenalización ética y moral, como la forma más sencilla de acallar sus conciencias y justificar su egoísmo… Si se exime a la práctica del sexo de cualquier posible responsabilidad ulterior y llegado el caso, en lugar de quitarle la vida a un ser humano lo que se elimina es una “excrecencia” del cuerpo de una mujer, asunto arreglado, todos contentos y la conciencia tranquila. Si en lugar de que un solo aborto ya nos parezca excesivo o cuando menos una terrible decisión con importantes implicaciones éticas, o si empezamos a asumir sus escalofriantes cifras -alrededor de 1.000.000 de abortos en España durante los últimos 10 años- con la misma naturalidad que si se presentaran los datos de ventas de vehículos, la trascendencia de la cuestión tenderá a diluirse inexorablemente en las oscuras y procelosas aguas del relativismo y el utilitarismo.
He dejado para el final de estas líneas el que considero el caso más extremo y deplorable de discapacidad ética: me refiero a la discapacidad ética por síndrome de codicia, que referida a la cuestión del aborto, es la que normalmente manifiestan quienes se dedican a terminar con la vida en gestación de forma intencionada, profesionalmente, en base a un método estudiado y con una inequívoca vocación de lucro, que es la que constituye su principal motivación y la cuál anteponen a cualquier tipo de consideración ética. No deben de confundirse, por lo tanto, con aquellas otras personas que desempeñando una labor médica habitualmente encomiable y positiva, se ven forzados por las circunstancias, o incluso por las leyes al uso, a tener que practicar abortos de manera puntual y generalmente no más allá de los estrictamente necesarios desde un punto de vista médico o terapéutico.
Por el contrario, la discapacidad ética por síndrome de codicia, la padecerían aquellos que han conseguido eliminar los problemas de conciencia o de soslayar cualquier disquisición ética, en base a la ventaja competitiva que ello les proporciona a la hora de ganar dinero, en este caso haciendo del aborto su modus vivendi y basando en tan execrable actividad su carrera profesional, el objetivo de un negocio y hasta su posible fortuna o reconocimiento social. Trascender la cuestión ética para poder dedicarse a exterminar seres humanos a cambio de dinero, es sin duda alguna la más lamentable, deplorable, deleznable, aberrante e inhumana actividad a la que un homo sapiens-sapiens (¿sapiens?) puede dedicarse, entre otras cosas porque ello no sólo es incompatible con la vida en sí, sino que atenta directamente contra algunos de nuestros rasgos más genuinos y distintivos como especie: nuestra propia percepción como seres únicos e irrepetibles y la capacidad de amar a nuestros semejantes.
Para concluir, trataré de no caer en el fariseísmo que con frecuencia contemplo a mi alrededor y particularmente con respecto a la cuestión del aborto inducido: las situaciones personales en la vida pueden ser tan difíciles o tan duras como seamos capaces de imaginar e incluso bastante más y la debilidad, la inconsecuencia y el instinto de supervivencia también forman parte de lo que somos. Por ello no me atrevo a predecir, con plena certeza, cuál sería mi postura llegado el caso de tener que afrontar un problema de tal magnitud, o afirmar taxativamente que de ninguna manera accedería a dar mi consentimiento para que se pusiera fin a la vida de un ser humano en proceso de gestación. Pero de lo que no tengo duda alguna, es que jamás podría enfrentarme a esa situación sin que ello implicara para mí un problema ético de enorme trascendencia y con consecuencias determinantes. Afortunadamente no padezco de discapacidad ética y si bien eso no es garantía suficiente para que mi conducta pudiera ser irreprochable en todo momento o bajo cualquier circunstancia, prestar atención y preocuparse por las cuestiones éticas y los valores humanos más elementales, si constituye al menos la mejor base para poder respetar la Vida y tomar las decisiones correctas a lo largo de nuestra existencia. Y ese también es el punto de partida para poder caminar por el mundo sin bajar la mirada, con la cabeza alta, el espíritu sereno y la conciencia tranquila.
Por Alberto de Zunzunegui
(1) Los términos utilizados, como el de discapacidad ética y los de sus diferentes variedades, son –salvo error u omisión- términos propios, expresamente acuñados para esta serie de reflexiones y sin pretensión de conferir a los mismos carácter científico o médico alguno.
(2) Fuente: MUJERES EN RED (búsqueda: aborto)
(3) Precisamente por su trascendencia, ya que de ello puede depender nuestra propia existencia, he querido que el aborto inducido fuera el primer tema a tocar en relación con la discapacidad ética, pero por descontado, es una enfermedad que afecta a otros muchos ámbitos, por lo que a éste seguirán posteriores artículos con nuevas reflexiones sobre el tema.
(4) Fuente: MINISTERIO DE SANIDAD, SERVICIOS SOCIALES E IGUALDAD
(5) Fuente: MUJERES EN RED / Interrupción Voluntaria del Embarazo: la ley que queremos.
(6) Fuente: INTERNATIONAL PLANNED PARENTHOOD FEDERATION (IPPF)
DOCUMENTACIÓN:
- Jesús Flórez y Emilio Ruíz, El síndrome de Down: aspectos biomédicos, psicológicos y educativos. Publicado en FUNDACIÓN IBEROAMERICANA DOWN 21
- José Ramón Amor Pan, Informar no es persuadir y mucho menos manipular: la opción del aborto eugenésico. Publicado en FUNDACIÓN IBEROAMERICANA DOWN 21
- CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA – Comité para la Defensa de la Vida, Cien preguntas y Respuestas sobre el Aborto.
- VIDA HUMANA INTERNACIONAL / Aborto
- PRIESTS FOR LIFE
- Max Silva Abbott, Argumentos a favor del aborto. Publicado en ABORTO: ¿DERECHO O NEGOCIO?
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