Tengo que decirles de entrada que yo no soy ni economista, ni banquero. Entiendo poco, por no decir nada, de los complejos meandros de la bolsa. Cuando veo el zigzag enfermizo de las subidas y bajadas, me imagino a un paciente con una enfermedad que no acaba de ser detectada. Lo de los pronósticos me deja atónito, boquiabierto y patitieso. Eso que llaman las “agencias de rating” me causa gran perplejidad y me deja el poso de muchas dudas en la cabeza. Los señores del rating son los auténticos “tipos de interés” que se ocupan de sus propios negocios, tienen acceso a información privilegiada y se han constituido en fortalezas inexpugnables. Ah! y me digan ustedes quién de los comunes mortales entiende eso de “la prima de riesgo” fuera del ámbito familiar, o lo de la “deuda soberana” en sistemas monárquicos, o lo del “fondo de rescate” en aguas del océano. Ustedes mi explicarán qué significa “comprar deuda”, o “subastar deuda” o eso de los “activos tóxicos” que te hace pensar en comprarte un potente matamoscas infectadas.
Me sigo preguntando, soy libre para hacerme preguntas, si sabemos realmente de lo que estamos hablando o nos hemos construido un mundo-burbuja en el que estamos todos metidos sin saber muy bien cómo y para qué. A veces parece que da vergüenza decir que no sabes, que no entiendes, que no conoces todo ese vocabulario raro, difícil y obtuso. Y no es porque uno no conozca la lengua española, o no haya estudiado la gramática o no dedica tiempo a la lectura. Me da sobresaltos cuando observo las pantallas con miles de cifras, rayas y códigos. Veo a los empleados que, con la fiebre a raíz del cuello, digitan números en sus tabletas electrónicas, hablan por tres teléfonos a la vez y al mismo tiempo teclean en sus ordenadores. Tengo con frecuencia la vaga impresión de sentirme en un mundo irreal, imaginario y ficticio. Como si recibiera una sacudida eléctrica por haber metido los dedos en el enchufe, poner cara de circunstancias, o haber osado abrir el cajón indebido. Siempre he creído que la libertad personal y la crítica constructiva son una gran fuerza motriz que transforman a los ciudadanos y ciudadanas en personas responsables. Por eso, hacerse preguntas, dudar, reflexionar, indagar, reaccionar a lo que nos dicen, sirve para progresar, construir, mejorar la calidad de vida y de la humanidad en la sociedad en la que vivimos.
No sé realmente el significado primario y último de términos como “ibex”, “nasdaq”, “jones” y “nikkei”. No me quedo sólo con eso, docenas de comisiones y reuniones llevan poniendo el mismo disco día va y día viene. La música y el tamtam los oímos hasta la saciedad y los conocemos ya de memoria. Te lo repiten hasta que te aburras, hasta que te lo aprendas de memoria, aunque no entiendas ni palabra de lo que te están contando día tras día. Y luego está el inglés, ya que si no intercalan palabrejas de la lengua de Shakespeare parece que no pueden llevar Europa a cuestas. Lo importante es que te metan el chip en “el coco”, que entres en el engranaje, que te vuelvas un número en el maremagno económico y se quede incrustado como una sanguijuela en tu cerebro. Así te va quitando vitalidad, libertad y, sobre todo, el derecho a que te lo expliquen, convirtiéndote en un muñeco con vocación de papagayo parlante. ¿Pesimista? No, en absoluto. Solamente deseo entender un poco más del mundo en el que vivo y progresar en la comprensión de lo que nos dicen los habilidosos expertos, diestros ágiles y curtidos en el estridente rodeo de la economía, la bolsa y las finanzas. Al menos que eso de la globalización sea un cuento de hadas y la economía mundial una fábula copernicana para párvulos.
Me arrimo al burladero de los entendidos en la materia y me cuentan lo que ya se, pero no lo que se cela en la penumbra de esas enigmáticas palabras, que bailan el riauriau del tira y afloja en el agrietado tablao de la bolsa. Quizás el que me está leyendo se encuentre en la misma situación o haya superado sin problemas los entresijos larvados del vocabulario económico. Pero me temo que los que no sabemos y no entendemos vamos siendo mayoría, superando con creces a la minoría de los felices e ingeniosos entendedores. No es una cuestión de ser cortos de inteligencia o lentos de mente, sino más bien de que nos lo expliquen con palabras claras y sencillas. Digo esto porque los telediarios, debates, tertulias y conferencias de prensa tienen hoy en día el tema económico como eje transversal de todo lo demás. Basta ver el tiempo invertido en explicar (imposible hacerlo) el barullo y la jarana de los mercados.
De todo esto saco dos conclusiones básicas y elementales. La primera es que los líderes y gobernantes deben empezar a explicar el significado y contenido de las palabras. Sin retórica vacía, ni juegos retorcidos, ni trueques malsanos Con un ejemplo “casero”, el de Bankia, estoy convencido de que lo vamos a entender. El ciudadano de a pie, y yo soy uno de ellos, no entiende lo que realmente ha pasado con esa entidad que fue presentada con tanto boato público, brillo financiero y lustre institucional. La cruda realidad es que Bankia se ha derrumbado, ha hecho quiebra, se ha roto. Nos dicen que el Estado ha rescatado la prestigiosa entidad de las aguas fétidas de las finanzas y finalmente la ha nacionalizado. Nos lo presentan como si fuera “un gran bien” para la nación. Con otras palabras, el barco destartalado y a la deriva en el mar de la economía, ha sido remolcado a puerto seguro. Una gigantesca lona encima y todo bajo cubierta. Pero, señores (y señoras!!!!), ¿Quién paga la factura en los astilleros del Estado? ¿Quién quiere hacerse con la deuda colosal de Bankia? ¿Por qué nos adosan un lastre tan infame a todos los ciudadanos?
La segunda conclusión es que el ciudadano de a pie sigue incrédulo al oír cifras estratosféricas que se necesitan para el rescate imprescindible de Bankia. Pero, ¿Qué ha pasado en sus entrañas? ¿Dónde han ido a parar los miles de millones de euros? ¿Quiénes son los estafadores? ¿Quiénes son los prestidigitadores que han hecho desaparecer miles de millones en la chistera? No me puedo creer, señores ejecutivos de Bankia, que “ustedes vivían del cuento” y que lo único que tenían eran fondos virtuales, cuentas imaginarias y dinero fotocopia. Por favor, dígannos lo que ha pasado. Tengan el coraje y la dignidad de hacerlo. No tengan miedo, no se resistan, salgan a la luz del día. ¿Han oído alguna vez o recuerdan aquello de que “la verdad os hará libres”? Lo dijo un señor llamado Jesús de Nazaret que tuvo como discípulo a un banquero, de nombre Mateo. Este hacía trampas y robaba, pero a partir de ese momento, lo de “la verdad os hará libres”, le cambió la vida para siempre. Porque las cosas se están poniendo muy sucias, hay demasiado barro en el charco económico y todos los movimientos de ficha huelen que apesta. Acaba de salir a la a luz estos días que ha aparecido “un agujero negro” de más de 13.000 millones. Es como cuando a uno le dicen que se ha descubierto un nuevo planeta. Lo cierto es que al final no sabemos si era un banco dirigido por gente con ética profesional o una cueva de ladrones voraces sin escrúpulo alguno.
No se asusten, no escribo todo esto con la idea de ladrar y vociferar. No tengan miedo, no es mi intención condenarles a “degustar las delicias de la cárcel”. No teman la horca en la plaza pública, pero algún día los responsables y culpables de lo ocurrido en Bankia, y en otras instituciones bancarias aquí y allende el Pirineo, tendrán que pasar por las instituciones de justicia para que expliquen claramente lo ocurrido. Más vale tarde que nunca, si nuestro gran país, y los demás, quieren seguir siendo libres, dignos y democráticos. Si eso no ocurre, la palabra “justicia” se habrá convertido, se está convirtiendo por desgracia, en un vocablo enigmático, raro e incomprensible. Por eso es tan importante que los ciudadanos entendamos el “mercado de valores” de la vida humana y no solo el de la economía. Y en ese “mercado”, cuando faltan la ética profesional, y abundan los juegos fraudulentos de la peor índole, en cualquier campo, no llegaremos nunca a solucionar los problemas de nuestras sociedades modernas. Porque las trabas y dificultades no son nunca exclusivamente de orden político o económico, sino que se sitúan en el espacio humano donde deben primar la dignidad y el derecho, la ética y la libertad. Porque de otra manera la sociedad se convierte en una peligrosa jungla donde imperan las garras, se impone la voracidad y reina la embestida de los más fuertes y aguerridos.
Por Justo Lacunza Balda, Master en Filosofía y Doctor en Lenguas y Culturas Africanas, islamólogo y políglota. Rector Emérito del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e Islámicos de Roma.
Artículo en exclusiva para HUMANISMO Y VALORES
1 comentario:
Hola, soy estidiante de la lic. en finanzas en la Benemerita Universidad Autonoma de Puebla.Mexico. Curiosamente entre paginas llegue a este blog y me intereso mucho tu tema; estoy muy de acuerdo con tigo y bueno ... me permitire analizarlo mas a detalle... saludos...
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