Fotografía: Rafa LLano, "Donde nos llevó la imaginación" |
San Agustín estuvo muy acertado al escribir: “ama y haz lo que quieras”. Quienes no hemos estado tan afortunados hemos sido el resto al interpretar su sentencia.
“Como que amo, puedo hacer esto (o su contrario) y estará bien”, hemos llegado a afirmar. El relativismo hecho ética, la ética hecha comodidad. Una ética sin fundamento intelectual ni real (puesto que no suele definirse qué debe entenderse por amor) que sólo puede conducir al conflicto, al enfrentamiento de egoísmos o apetencias, al caos social y personal… Una mala ética.
En el otro extremo tenemos la ética de la imposición, de los mandamientos o prohibiciones que tratan de sernos impuestos desde fuera -”por nuestro bien”- por instituciones o gobiernos que recurren generalmente a la manipulación o al miedo para doblegar nuestra voluntad (en muchos casos, en favor de la suya). Tampoco me parece el camino adecuado.
Como suele suceder, ni en un extremo ni en el otro se encuentra el bien, ni en un rostro de Jano (ni en su contrario) encontraremos la Verdad porque ésta supera la dualidad de los opuestos, porque -como decían los clásicos- la virtud se encuentra en el punto medio, la visión correcta es la del tercer rostro de Jano, la de lo que en Oriente se denomina “la apertura del tercer ojo”… El que ve más allá de la apariencia dual de los fenómenos.
Entiendo que la auténtica ética no es algo que nace en nuestro exterior y se nos impone sino algo que crece en nuestro interior y nos transforma. La semilla de ese modo de actuar que denominamos ética se encuentra, en mi opinión, en la experiencia de Unidad e Interdependencia de todo lo existente… Y en la transformación personal que esta toma de conciencia produce.
Estoy hablando de un conocimiento de la naturaleza última de lo real que nos lleva a percibir la Unidad… ¿Y qué es el Amor sino esa percepción de Unidad? El enamorado se identifica con el otro, se siente como un alma dividida en dos cuerpos, por lo que comparte los anhelos, las alegrías y las preocupaciones de su ser amado.
Del mismo modo, lo que algunos autores llaman “experiencia mística”, iluminación o despertar no es otra cosa que el des-cubrimiento de que cuanto existe es una manifestación del Uno, un reflejo de Dios, una huella de la Divinidad que está ahí para conducirnos más allá de lo visible, para des-velarnos lo que todavía permanece oculto a nuestros sentidos: todo cuanto vemos es Uno, es Creación, es Dios manifestándose, hablando simbólicamente a nuestra alma para que le descubramos y sepamos religarnos con Él. La mística (no acaba de gustarme el término, pero voy a utilizarlo siguiendo a Willigis Jäger) reconcilia al hombre con la creación, al mostrarle que no existe nada (incluido él mismo) que no sea manifestación de la Realidad Última y, por tanto, fuente y objeto de Amor.
“Deus caritas est”, Dios es Amor, Amor es Unidad, Dios es Unidad. Para llegar a esa experiencia de unidad es preciso que profundicemos en el conocimiento de la naturaleza última de las cosas y los acontecimientos. De este modo, nos adentraremos en lo que Raimon Panikkar describía como un “conocimiento amoroso”, un saber que produce un enamoramiento de la realidad (una experiencia de unidad) y un Amor que nos permite profundizar de un modo nuevo en el saber. Un saber que nos transforma, y una transformación que nos hace sabios.
Para amar a una persona es necesario conocerla previamente pero, una vez comienzas a amarla, tu conocimiento de ella se expande hasta límites insospechados. Lo mismo sucede con el resto de la creación.
Aquí se encuentra -desde mi punto de vista- la raíz de la ética más auténtica y sana: en el descubrimiento, mediante la profundización en la naturaleza última de las cosas, de la Unidad e interdependencia de todo lo existente. El amor a que da lugar esta experiencia es el que nos empuja a actuar respetando la naturaleza propia de cada cosa, respetando el Tao, respetando una ética que surge de la esencia de todo y de todos. Esa Unidad es la que te hace percibir que debes respetar el modo de ser y el destino de cuanto existe porque, de lo contrario, todos (incluidos nosotros mismos) saldremos perjudicados. Cuando esto es más que una teoría, cuando es una experiencia, ya no hay que preocuparse por normas o mandamientos… Actuarás bien, éticamente.
Así sí podemos hacer caso a San Agustín y decir sin miedo: “Ama y haz lo que quieras”. Pero recordemos también: primero, aprende a amar… Porque el Amor es el Alfa y el Omega, el principio y el fin de la existencia… Y de la ética. De una ética no normativa sino sapiencial, de una ética natural, de una ética del Amor. De la ética que puede cambiar realmente el mundo, porque comienza por un cambio en nosotros mismos.
Por Joaquín Muñoz Traver
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