Doña Marisol cumple años el día 3 de junio, así que la semana que viene caerán los ochenta. Una maldita alergia primaveral -ironías de la vida- le impide salir de la residencia en la que sus hijos, que tanto la quieren, la han instalado cómodamente ya va para ocho meses. Al principio se resistió a dejar su casa, su barrio y todo aquello que formaba parte de su vida, de toda su vida, pero al fin decidió tragar quina, liar los bártulos y callar. A partir de entonces, los días ya no caminan hacia adelante para ella. La noche en que llegó a su nueva morada dejó de dar cuerda al reloj de pulsera que le regalara Antonio cuando el ascenso de 1948, y así, manejando el tiempo a su antojo, revive los días pasados, desechando los que no convienen y eligiendo los que son hermosos de recordar
Sigue añorando su pisito de Núñez de Balboa y, por más que se esfuerza, no consigue perdonar a la fiel Petra, que siendo diez años más joven que ella, y con una salud de hierro, se la llevó pateta, sin haber tenido ni una maldita gripe con anterioridad, por eso es frecuente que, entre estornudo y estornudo, profiera un ¡que faena me has hecho, Petra, que faena! y dejando escapar un suspiro no vuelva a rechistar. Si no fuera por ese desahogo, nadie pensaría que la buena señora está a disgusto en su nuevo hogar. Cada día amanece risueña y todos comentan que es la anciana que menos guerra da. El ser humano busca los más extraños recovecos para sobrevivir a una situación de dolor y desesperanza.