Estamos asistiendo, no sé si conscientemente o no, a un peligroso juego que se va introduciendo en nuestros hogares a través de las redes sociales, los medios de comunicación y, si me apuran, del pensamiento y posterior discurso diario de tirios y troyanos, y este juego no es otro que el del uso y hasta abuso impune e indecente de la mentira. Si nos fijamos bien, la falta de veracidad y el engaño comienzan muy de mañana cuando en-cendemos la radio o el televisor. Las campañas publicitarias se adueñan de las ondas, alargando la duración de las cuñas, para soltarnos unos rollos pseudo-filosóficos de lo más irrisorio que convierten en auténtica hazaña entender qué es lo que nos ofrecen y, no contentos con eso, señalan una serie de cualidades y beneficios inherentes a los productos anunciados que faltan a la verdad, prometiendo resultados de comodidad, duración, retorno a la juventud, eficacia o satisfacción que rara vez se cumplen, cuando no atentan contra la salud o el bolsillo del incauto comprador que contempla desolado como su pelo no aumenta, su piel de naranja no disminuye, el aspirador no limpia solo, el quita-manchas no hace milagros, sus líneas de expresión siguen siendo las arrugas de siempre y acaba como Marcel Proust. buscando una y otra vez su tiempo- y su dinero- perdido.
Como esta situación se produce a lo largo de los años sin el debido castigo, la mentira da un paso más y al abrir el ordenador comienzan a entrar, a velocidad desaforada, correos de empresas o particulares semiocultos, a los que nunca nos hemos dirigido y que, sin embargo, disponen de nuestros datos como si fueran de la familia. En esos correos, y me estoy refiriendo a los aparentemente inocentes que nada tienen que ver con la criminología cibernética, -que haberla hayla-, unos desaprensivos apelan a nuestra conciencia, para conseguir nuevas direcciones de incautos, asegurándonos que hay alguien enfermo o necesitado el cual, gracias a nuestra contribución difusora del mensaje, va a curarse; a solucionar su problema o a salir del entuerto en cuestión. En la mayoría de los casos no hay persona en apuros, ni enfermedad alguna ni problema real, solo hay… otra perversa mentira.