Fotografía: Rafa Llano. "Sevilla" |
Es tanto el respeto que siento por los usos y costumbres de cada uno de los pueblos de esta España mía; de esta España tuya; de esta España nuestra -¡Bendita seas, Cecilia allá donde te encuentres!-, que me resulta difícil, especialmente hoy, que en este comienzo de otoño llueve a cantaros, comenzar el relato de una Feria de Abril sevillana por la que pasé, por primera vez y de puntillas, hace muchos años. Sin embargo, quiero hacerlo. Quiero poner ojos, oídos y hasta olfato -si me apuran-, a todo lo vivido, percibido, soñado, imaginado, creado y recreado, aquellos días felices de vino y rosas en los que, desde mi patio en nuestra casa de Lope de Rueda, viví felizmente el gozo de propios y extraños.
Puedo hablarles sin más de aquellas noches, en las que por las calles del Barrio de Santa Cruz algún jinete experto y confiado, iba desgranando versos, coplas y gemidos, erguido en su montura, cabalgando entre las malditas piedras -que hay que verlas y sufrirlas-, como de soslayo; o de las legiones de turistas que, con los ojos como platos, se asomaban a los Jardines de Murillo, fotografiaban la Catedral o degustaban un rabo de toro de los que quitan el sentido. Pero estampas así se pueden observar sea cual sea la época del año, y hoy lo que yo quiero es abrazarme a aquel abril sevillano y esbozar un sueño.