El 14 de abril, en Chibok, al Norte de Nigeria, más de 200 niñas fueron secuestradas por un puñado de terroristas a la salida de la escuela. Sus captores las amenazaban con todas las penas del purgatorio si no les entregaban 40 vacas por cada una de ellas, y tuvimos que leer aterrados que no había, para esa secta terrorista, bien más preciado que una vaca, por tanto si no las recibían, las jóvenes no serían puestas en libertad.
Así, en una región perdida de la orilla negra de África, un renuevo del infierno que creíamos desaparecido, había vuelto de nuevo para dar otro golpe de mano al concepto de humanidad.
Durante los días siguientes, una marea de solidaridad pareció conmover los cimientos de nuestro planeta implorando o exigiendo, que tanto da, un átomo de piedad para las inocentes víctimas, proliferaron las fotos de sus familias; de las propias niñas; de personalidades de uno y otro lugar de la orilla blanca pidiendo su vuelta a casa, luego…silencio total.