Ahora que lo prohíben todo, de lo que me duelo, morir a los cuarenta y tres años es una de las pocas cosas que sí deberían estar prohibidas. Si además de esa no edad, se acaba de confesar públicamente en un artículo, casi póstumo, el deseo irrefrenable de vivir hasta los ochenta y tantos años; si no se ha advertido el menor síntoma de deterioro físico; si se es autor de un Amarillo relato en contra del suicidio incomprendido y doliente; si se han dedicado la mayoría de las horas transcurridas a beber de un trago miles de libros y se han digerido como si de un privilegiado de los dioses se tratara; si se ha aprestado a comentar con el prójimo, sea cual fuera su condición y naturaleza y con la generosidad mas hermosa del mundo, los entresijos de cientos de novelas ejemplares, algunas de las cuales no habrían visto la luz sin él; si la curiosidad por cualquier manifestación de arte inunda y desborda sus días y sus noches; si, permanentemente, ha echado mano de la palabra amable y amigable; si quedaban aún tantos relatos por salir de su pluma enamorada; si sólo se ha presumido de ignorar lo que no se sabe, cuando ya apenas cabe mayor erudición en un cerebro y mayor estulticia en los ajenos; si se han tragado distancias y divergencias a través de las ondas de la radio y se han explicado con esa voz de cavidad profunda lugares circunstancias y viajes increíbles de vidas inventadas o reales en color y, sobre todo, en blanco y negro; Si ha convertido en lectores de hoy infatigables a analfabetos de ayer incorregibles; si se ha nacido en fin, sin darse cuenta para ser en la sencillez, extraordinario, tenía que estar prohibido y mil veces prohibido que el corazón fallara en un instante fatal e inamovible.
¿Será que los dioses siguen empecinados en llevarse a su olimpo a los mejores en la maravillosa edad de la conciencia plena y absoluta, cuando aun la madurez no les ha robado un ápice de lozanía y fulgor? ¿Será que las mandrágoras con su poder narcótico le han querido atraer a ese escenario de letras que fue suyo y suyo permanecerá? Será que..... no será ya nada igual mañana, ni pasado, ni nunca, mientras quedemos gentes tocadas por su magia y por su verbo, por su sonrisa franca, por su vitalidad y amor a todas las cosas buenas de esta vida, comestibles o no, que lo hechizaban y que compartía, sin rubor, con todos los que tan solo con un clic penetrábamos en sus tertulias, charlas o programas contagiándonos de su optimismo sano ante la vida o de su melancolía dulce, según se presentara la noche o la jornada
Efectivamente debería estar prohibido morir a los cuarenta y tres años, y más si este ser inigualable es zaragozano y ejerce, vive habitualmente allí y muere en Madrid un siete de octubre traicionero. Algo trascendente, que no se nos alcanza a los humanos, debe haber pasado en otros mundos y necesitaban al mejor contador de cuentos propios y ajenos y La Pilarica, que se ha enterado, les ha llevado de la mano, para su alegría y nuestro dolor, a este gigante tierno, bueno y lleno de vida llamado Félix Romeo.
Por Elena Méndez-Leite
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