sábado, 1 de octubre de 2011

¿POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS?

Ya va siendo demasiado el horror. Desde uno y otro confín de la cara amarga de la tierra se suceden, en periodos de tiempo cada vez más cortos, tragedias y sin sentidos que harían tambalearse al mundo, si no fuera porque existe otra cara en este globo que no sé si es azul o gris tiniebla, otra cara cubierta con el manto de la solidaridad mal entendida, que va arrojando las migajas que le sobran, zurciendo torpemente y por tiempo limitado la inmensa llaga abierta de tanto dolor. Esa otra cara, se aísla en su torre de marfil  para disfrutar a sus anchas del lujo, la abundancia la paz y el sosiego, algo mermados en los últimos tiempos, mientras contempla desde sus mesas aún repletas, las imágenes incómodas que le llegan de otros mundos transidos, a través de los medios de comunicación, y cada vez que el grito agónico de lo irremediable chirría con renovado estruendo, se apresura a entregar con ostentoso desprendimiento una ínfima parte de cuanto le sobra y pone una tirita a la desesperación.

Son ya demasiados los ojos, los cuerpos, las manos y las piernas que nos acusan. Esos miles de ojos grandes y espantados de niños que quizá hoy estén muertos en un rincón caliente y húmedo de la selva africana o  consumidos en las arenas tórridas de cualquier desierto.  Esos  cuerpos semidesnudos de mujeres, escuálidas, dolientes, resecas hasta el alma, amamantando hiel, incapaces de proseguir un camino que lleva hasta la nada. Esas manos que se alargan, huesudas, deformadas por cualquiera de las mil y una plagas de difícil clasificación. Esas piernas mutiladas por bombas asesinas que esperan, agazapadas al borde del camino, el paso de una inocente presa que despedazar....Así van surgiendo y desapareciendo de las páginas de actualidad las imágenes del terror de ayer, sustituidas apresuradamente por las del espanto de hoy, al tiempo que se nos solicita, desde distintas organizaciones, ayuda, colaboración y solidaridad, sin darnos apenas lugar a conocer a cual de los horrores que nos envuelven podremos atender.

Algo huele a podrido en estos comienzos de siglo, y el sentimiento de culpabilidad me muerde las entrañas, porque es evidente que no podemos continuar así. No podemos levantarnos cada día sin saber por quien doblarán las campanas, ni acallar nuestras conciencias echando un remiendo a la tragedia de mañana, ignorando si con ello estamos abandonando el horror de la de anteayer.

Estas semanas atrás ha sido la tragedia de África la que ha golpeado nuestras vidas. Hemos conseguido reunir, en campañas diversas, millones de euros; cantidades ingentes de alimentos; medicinas y otros auxilios, pero ya hemos escuchado la alerta de algunas organizaciones avisando del peligro de que una mala distribución aumente la caótica situación de aquella zona, propiciando el bandidaje y el saqueo, y el que parte de esos productos se destinen a la venta en el mercado negro. 

De otro lado son tantos los desastres naturales que se van produciendo, sin contar los que propicia la inacabable plaga del terrorismo, que las ayudas internacionales tanto públicas como privadas van teniendo que ser mayores y más frecuentes, y una vez que  vamos creando una conciencia de solidaridad y que se acrecienta el número de jóvenes y no tan jóvenes que muestran una especial sensibilidad ante el dolor ajeno, habría que poner atención y mucha,  en como vamos a encauzar esas ayudas a partir de ahora.   

Fijémonos en que las organizaciones y entidades que lanzan su llamada de socorro son ya tantas  que uno no sabe  bien en qué medida hay una actuación conjunta, ordenada y eficaz y con cual de ellas sería conveniente colaborar.

 Precisamente en estos días aparecieron en las pantallas de nuestros televisores más de quince organismos a los que se podría enviar ayuda, sin contar  las entidades bancarias que se ofrecen a tramitar graciosamente el que mediante un simple mensaje telefónico o el envío de un correo, contribuyamos económicamente a paliar la hambruna, la enfermedad, la destrucción y el exterminio. Y yo me pregunto ¿No sería más operativo agrupar esfuerzos? Si todas esas nobles personas que trabajan en tan gran variedad de asociaciones, con las ingentes sumas de dinero que por distintas vías se recaudan,  se unieran en un grupo de áreas de una ONG universal y común, y cada una se ocupara habitualmente de una de las zonas en posible conflicto, todos conoceríamos cuales son las de los que viven castigados permanentemente por las guerrillas, la miseria o las plagas, por lo que precisan de unos fondos permanentes y cuantificados, y cuales otras son transitoriamente dañadas, para las que se podría establecer un fondo común del que poder echar mano cuando el problema se presente. De este modo y de una vez por todas podríamos acometer programas de mayor eficacia para proporcionarles no la ración insuficiente y esporádica o la cura momentánea y escasa: Es decir, no el pez, sino la caña; no el parche sino la curación. ¿No se conseguiría así un mayor control, un mejor reparto de lo escaso, un medio para vivir y no para sobrevivir?

Mucho me temo que tampoco sea esta la solución porque, a pesar de los veintiún siglos transcurridos, seguimos siendo incapaces de encontrar solución al sin sentido de  que la mitad del mundo se muera de hambre y la otra mitad se pase la vida a régimen para no morir de tanto comer. 

Sea como fuere, el horror existe y vamos a acabar el año envueltos en él. Quizá aún nos quede tiempo de dar el conveniente giro a nuestras vidas, si somos capaces de reconocernos coresponsables de tanta injusticia, no ya por lo que hacemos, sino por lo que, consciente o inconscientemente, dejamos de hacer. 

También sería harto conveniente que lo antes posible encontráramos entre todas esas personalidades ilustres y mentes preclaras que gobiernan Europa y América algún Churchill, Kennedy, Tatcher, Kohl o Adenauer de nuevo cuño, capaz de solucionar esta crisis que, a todos los que actualmente dirigen la lidia parece que les viene grande, y ya de paso aprovecharan para echar una mirada al resto del mundo, ése que malvive gracias a los Misioneros y las ONGS,  por si encontraran el medio de paliar sus desgracias o de  hacer algo digno por él.

Por Elena Méndez-Leite

1 comentario:

Humanitum Iratus dijo...

Magnífico artículo de Elena Méndez-Leite, que nos recuerda la existencia de esa otra realidad de hambre y miseria, que con frecuencia preferimos ignorar, por más que una y mil veces llame a nuestra puerta o apele a nuestro sentido del deber, a nuestro sentido de la responsabilidad. Principios que con frecuencia mantenemos silenciados y ocultos en el más oscuro rincón de nuestro egoísmo, no vayamos a despertar el plácido sueño de nuestra sedente conciencia.

Quizás no podamos sentirnos responsables por las miles de almas que mueren a diario en el mundo -eso sería sencillamente insoportable-, pero si podemos tener presente en todo momento la referencia, para que ello nos ayude a guiar cada uno de nuestros actos. Ser conscientes del sufrimiento de los demás constituye el primer paso para entender mejor el alcance de nuestras decisiones, de nuestra actitud ante la vida y de qué manera todo ello afecta, positiva o negativamente, a nuestros semejantes y a nuestro entorno.

Quizás algún día ello nos permita establecer límites a nuestra codicia, a nuestro carácter depredador y comprender que mientras exista el sufrimiento en alguna parte del mundo, nuestro deber -el de todos y cada uno de nosotros- será el de contribuir a mitigarlo.

Para ello deberíamos dejar de escondernos tras el velo de una supuesta ignorancia o bajo el manto gris de una fingida incapacidad para hacer algo, pues basta con desearlo sinceramente, para darse cuenta de que contribuir a mejorar la situación de otras personas con menos suerte, es posible en cualquier lugar, en todo momento y desde el primer paso.