domingo, 13 de marzo de 2011

SOCIEDAD SOSTENIBLE

 "Es necesario colocar el bien supremo en un lugar tan elevado que ninguna fuerza humana pueda derribarlo: allí donde no tengan acceso ni el dolor, ni la esperanza, ni el temor, ni cosa alguna que pueda causar deterioro en los atributos del sumo bien". Séneca

La corriente revolucionaria y reivindicativa que esta sacudiendo el norte de África en las últimas semanas, no es algo casual o sobrevenido de forma repentina. Independientemente de que en algunos casos pueda haber intereses ocultos, una cierta organización o determinada premeditación, que puedan estar contribuyendo a impulsar todo ese movimiento social, lo que verdaderamente moviliza al conjunto de una sociedad es un profundo sentimiento de frustración, la pobreza y las condiciones precarias en la que viven la mayoría de las personas que la componen, la limitación de las libertades personales y una manifiesta sensación de injusticia. Cuando confluyen esas variables, el orden social y el sistema establecido terminan siendo insostenibles, de forma que, antes o después, se colapsan y acaban siendo sustituidos por nuevas formas de ordenamiento político y social.

Aparentemente, en nuestra acomodada sociedad occidental y particularmente en España, las cotas de prosperidad económica y de libertad alcanzadas son de las mayores que podemos encontrar en nuestro planeta y sin duda nuestras condiciones de vida son, con diferencia, netamente superiores a las que podemos observar en otras muchas regiones del mundo y en particular respecto al norte de África.  Sin embargo, al profundizar algo más en el asunto y si nos paramos a reflexionar y a estudiar las cifras estadísticas, es relativamente fácil constatar que la nuestra, todavía dista mucho de ser una sociedad de verdaderas libertades, la injusticia sigue estando presente y la crisis económica esta provocando que los índices de pobreza sean cada vez mayores. De hecho, y respecto a esto último, los datos son estremecedores:

  • En la UE hay cerca de 20 millones de niños en riesgo de pobreza y 80 millones de pobres, de los que más de 9 millones corresponden a nuestro país.
  • El 22,7% de la población en España esta por debajo del umbral de pobreza, más de 10 puntos por encima de la media de la UE. 
  • La tasa de riesgo de pobreza infantil es del 24%, la de los ancianos un 28% y la de las mujeres de un 30%
  • En España casi 2 millones de niños viven en hogares con riesgo de pobreza.
  • Casi el 60% de los hogares españoles tienen dificultades para llegar a fin de mes.
  • En las cárceles españolas hay cerca de 80.000 reclusos; en el año 2001 la cifra era de 47.571, es decir, casi se ha duplicado en los últimos 10 años.
  • La cifra de parados ya se aproxima en España a los 5 millones, lo que supone una tasa cercana al 21%, más del doble de la media de la Unión Europea. 

Con todo, lo que verdaderamente contrasta con estos datos y constituye una verdadera aberración es el hecho innegable de que no es tanto un problema de falta de riqueza, o incluso de distribución de la misma –al menos sobre el papel-, sino de la pésima gestión durante las dos últimas décadas que las administraciones locales, regionales y nacionales han hecho de ingentes cantidades de recursos económicos, que en una importante proporción han sido dilapidados, empleados en triviliadades o en proyectos de más que dudosa utilidad, o cuya principal utilidad era de carácter electoralista, sin que además existiera una adecuada planificación a medio y largo plazo.

A ello habría que añadir el continuo desvío de las importantísimas sumas de dinero que terminan colándose por el sumidero de la corrupción. Así y según las Memorias 2010 de la Fiscalía Anticorrupción, durante los últimos 10 años en España se han sustraído 4.158 millones de Euros por casos de corrupción, es decir casi 700.000 millones de Pesetas… Cifra en la que todavía no se computan los últimos casos que están apareciendo, como el tema de los ERES de Andalucía, que ya se estima en cifras próximas a los 700 millones de Euros. Y estos son los casos de los que se tiene constancia, pero como la misma fiscalía cita “es de todos conocido que un número indeterminado de acciones criminales realmente ejecutadas, delitos o faltas según su entidad, nunca llegan a conocimiento de los órganos encargados de su persecución y por tanto nunca pueden ser computadas a efectos estadísticos en los estudios y valoraciones”.

Al final y en esencia, el problema es que de alguna manera seguimos inmersos en un régimen feudal, disfrazado, eso sí, de democracia. Un régimen en donde el ejercicio de la violencia, la injusticia y la rapiña se lleva a cabo de manera mucho más sutil, pero en el fondo casi de forma tan injusta y esclavizante como la que podía existir en nuestra sociedad hace 700 años. Como ya apuntaba Platón, “La obra maestra de la injusticia es parecer justa sin serlo”.

En ello influye el ínfimo nivel moral e intelectual que de un tiempo a esta parte demuestran tener la mayoría de nuestros políticos y gobernantes. No sólo eso, sino que poco a poco se han ido convirtiendo en una clase privilegiada, que generalmente vive de espaldas a la sociedad que se supone representan. Una casta arraigada al margen del resto de la sociedad y sin duda muy por encima del nivel económico de la mayoría, como lo demuestran tanto las diferencias toleradas y consentidas en lo que se refiere a las condiciones salariales y de acceso a la pensión de jubilación, como la sensación de impunidad frente a las leyes a las que, en cambio, si deben someterse el resto de los ciudadanos. Leyes que además se perciben muchas veces como injustas e inadecuadas y que con frecuencia se adentran claramente en el ámbito de la libertad individual, para restringirla a unos mínimos que empiezan a ser asfixiantes.

Junto a ello, una de las causas más directas e importantes de esa sensación de asfixia, es que para que las administraciones puedan mantener su nivel de gasto desaforado, para mantener el tren de vida de los políticos, o para tapar los agujeros que toda esa deficiente gestión va dejando tras de sí, no queda más remedio que recurrir –igual que en la edad media-, a un aumento exagerado de la presión fiscal sobre los ciudadanos y a un empobrecimiento de su calidad de vida, que de nuevo se maquilla y ampara tras algunas leyes cuyos principios inspiradores se supone que son otros. El problema es que cada vez queda menos que exprimir de esos bolsillos y las condiciones de vida empiezan a ser realmente duras para una buena parte de nuestra sociedad.

Entre otras cosas, porque el liberalismo desmedido, el consumismo desproporcionado, la especulación inmobiliaria y las veleidades de la banca, han acabado con la independencia económica de la mayoría de los españoles, convirtiéndonos en esclavos del dinero. Un dependencia que día a día se acentúa y condiciona buena parte de nuestra vida, hasta el punto de poner en peligro nuestra felicidad, las metas personales en lo que a realización y espiritualidad se refiere, la libertad e incluso los propios valores sobre los que, al menos en un principio, se habían asentado todos esos derechos que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra historia y que hoy vuelven a estar en claro retroceso.

Ante este panorama podemos seguir mirando para otro lado; podemos seguir asistiendo a los espectáculos que nos abstraen de la realidad; podemos seguir viviendo de fútbol y de farándula iletrada, amoral y chabacana; podemos seguir consumiendo sin medida, de forma irresponsable y por encima de nuestras verdaderas posibilidades y de las de nuestro planeta; podemos seguir viviendo de prestado, de lo que no tenemos o de espirales especulativas; podemos seguir consumiendo riqueza para subvencionar lo injustificable y maquillar gestiones deficientes y deficitarias de las administraciones públicas; podemos seguir alimentando esas cifras de pobreza, fracaso escolar, paro y población reclusa. Podemos seguir exprimiendo los bolsillos de los ciudadanos, hasta que ya no quede nada más que exprimir. Podemos seguir insultando a la esencia misma de la vida con las espeluznantes cifras del aborto: entre 1994 y 2008 se produjeron 20.635.919 de abortos en Europa y 1.106.743 en España. Podemos seguir pateando los valores, trastocando la esencia del concepto de justicia y legislando para recaudar o con las miras puestas en las urnas, en contra de la razón, la inteligencia y el sentido común...

Podemos seguir engañándonos… Pero me temo que no podremos eludir por mucho más tiempo las responsabilidades y las consecuencias que todo ese despropósito mantenido en el tiempo conlleva. El modelo no es sostenible y al igual que en el norte de África, al final terminará por colapsarse… en realidad ya ha comenzado a hacerlo y es tan sólo una cuestión de tiempo el que podamos asistir a la desaparición de este modelo social irresponsable, ilógico, antinatural, corrupto, injusto, esclavizante y deteriorado, que nos ha llevado a una absoluta pérdida de referencias adecuadas y a una crisis de aquellos valores que hicieron posible construir el estado de bienestar… de bien estar. Entre otras cosas, porque la inmensa mayoría ya no esta bien; ya no se siente bien.

Si queremos que nuestra sociedad sea verdaderamente sostenible, deberemos recuperar la mesura, la buena gestión de las administraciones, el control del gasto. Deberemos erradicar la corrupción, controlar la especulación y volver a unos impuestos razonables y razonados. Deberemos terminar con la política de la subvención y el subsidio fácil e injustificado, apoyando por el contrario a la investigación, a lo que verdaderamente constituye y forma parte de nuestra cultura y a las iniciativas empresariales serias y respaldadas por estudios de viabilidad equilibrados. Deberemos conseguir que las leyes nos vuelvan a hacer más libres, en lugar de sentirnos más esclavos ante su presencia. Deberemos volver a valorar el esfuerzo, el tesón, la habilidad, el arte, la maestría, el afán de superación, el conocimiento, el sentido común. Deberemos mejorar nuestro sistema educativo, como uno de los mejores instrumentos para impulsar el conocimiento y el pensamiento crítico. Deberemos proteger a la familia, como la institución social más importante, núcleo de solidaridad social esencial y elemento fundamental en la transmisión de valores. Deberemos superar la crisis de liderazgo que nos atenaza y llevar también a la política el concepto de excelencia. Volver a lo ejemplarizante, a lo que puede ser ensalzado desde el humanismo y los valores esenciales... Volver a inspirarnos en la inteligencia y en el amor, los dos principios universales que deberían impulsar y presidir todos nuestros actos.

Por el contrario, un modelo social en donde todo ello se ha convertido en una desventaja competitiva, en una pesada mochila que algunas personas parecen llevar a cuestas, en algo que rara vez se recompensa o que se recompensa en mucha menor medida que lo opuesto, es un modelo social insostenible y avocado al fracaso; a su desaparición; a su colapso. Un modelo social basado en el economicismo, que recompensa todo aquello que llama la atención, “vende” y genera beneficios materiales, todo lo que incrementa los índices de audiencia, las discusiones y la polémica de corrala o simplemente por el hecho de ser basto, grosero, provocativo, novedoso, escandaloso, alterador del orden, fácil o parte de una moda e independientemente de cualesquiera aspectos éticos y morales, es un modelo que lleva escrita su fecha de caducidad.

Si queremos que nuestra sociedad sea verdaderamente sostenible deberemos invertir ese perverso modelo, ese insostenible proceso involutivo, de forma que lo atractivo, lo que llame la atención, lo que venda, lo que convoque a los medios de comunicación, lo que obtenga minutos en la televisión, lo que sea ensalzado, deseado, transmitido, comunicado, valorado y recompensado; lo que enseñemos a nuestros hijos, lo que quede como legado para las generaciones venideras, lo que nos permita, en definitiva, evolucionar hacia un mundo mejor, sea todo aquello que hace mejores a las personas y no justamente lo contrario. Como nos recuerda Aristóteles, "La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía".

Para ello es muy posible que debamos renunciar a algunas cosas y sobre todo recuperar ese sentido común y esas referencias que nunca deberíamos haber extraviado. A cambio obtendremos un modelo de sociedad sostenible y por encima de ello, las condiciones para que las personas puedan buscar esa paz interior que no tiene precio y que debería ser el verdadero y último objetivo de toda sociedad. Una paz que por momentos nos aproxime a una felicidad que no dependa exclusivamente de lo material y que nos ayude a profundizar en esa espiritualidad que debería guiar siempre los pasos del ser humano. Nos queda mucho –muchísimo- por recorrer, pero me gustaría pensar que cada día estamos un poco más cerca por el simple hecho de caminar en la dirección adecuada.

4 comentarios:

Rus Martínez dijo...

Magnífico artículo.
“Si no eres parte de la solución, eres parte del problema”. Y yo no dejo de preguntarme qué nos pasa, cómo es posible que hayamos llegado a este nivel de desidia. Vivir implica algo más que respirar. Vivir implica estar activo, tomar decisiones, no quedarse inmóvil. Hay tanto que podemos y debemos hacer !!

Humanitum Iratus dijo...

Gracias por el comentario, Rus.

La inacción y el inmovilismo son algunas de las principales razones por las que el sistema se esta desmoronando. Cuando los ciudadanos se desentienden de la política, la política termina por desentenderse de los ciudadanos.

La responsabilidad en una democracia es compartida por todos y cada uno de nosotros y no basta únicamente con ejercerla un día cada dos o cuatro años, sino que es algo que deberíamos tener presente todos los días.

Si... sin duda tenemos lo que nos merecemos y a esta situación no se llega ni de manera repentina ni por casualidad. Cuanto antes asumamos que la democracia además de derechos conlleva obligaciones, antes empezaremos a recuperar un futuro sobre el que hoy se ciernen oscuros nubarrones.

elena méndez-leite dijo...

Mientras seamos capaces de hacer análisis tan certeros como el que hace el autor de "Sociedad Sostenible" aún no está todo perdido. El sentimiento de soledad en la batalla no debe echarnos para atrás. Mientras quede un puñado de valientes existe la posibilidad de vencer.

Humanitum Iratus dijo...

Muchas gracias por tu apoyo y tus generosas palabras, Elena.

Verdaderamente reconforta saber que uno no esta solo, algo que también he tenido ocasión de comprobar esta semana, en el seminario sobre "Liderazgo Empresarial y Humanismo" que ha tenido lugar en el incomparable marco de Santo Domingo de Silos.

Afortunadamente, frente al egoísmo imperante se siguen elevando las voces, la sensatez y la generosidad de algunas personas, que no se resignan a aceptar el destino que la insensatez del ser humano parece depararnos.

“Mientras las cosas son realmente esperanzadoras, la esperanza es un nuevo halago vulgar: sólo cuando todo es desesperado la esperanza empieza a ser completamente una fuerza”. Gilbert Keith Chesterton