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miércoles, 29 de agosto de 2012

LA IRREALIDAD REAL DE HOPPER

Autorretrato
En el Young del Fine Arts Museum está, junto a otras pinturas de su reverenciado Manet y su profesor y amigo Robert Henri, El retrato de Orleans de Hopper, pero todavía no he encontrado ninguna referencia que me confirme que el pintor estuviera alguna vez, en vida, en San Francisco. Seguramente pasearía en multitud de ocasiones por sus empinadas calles, pero eso no hace al caso. A mí si me encandiló, por primera vez, allí. Fue hace muchos años, en Campton Gallery, una pequeña y coqueta galería de arte, cercana al hotel King George, en el que nos alojábamos, donde un cuadro de Pradzynsky, autor polaco, hasta entonces desconocido para nosotros, y hoy desafortunadamente desaparecido, parecía llamarnos desde el escaparate cada vez que pasábamos por delante de él en nuestras frecuentes entradas y salidas y, que entonces acabábamos de comprar. Quizá fuera ese el motivo por el que no había reparado antes en que, a su lado, abierto sobre un atril, un libro de grandes proporciones mostraba a doble página el Nighthawks de Edward Hopper. A pesar del doblez, que interrumpía sin pudor  la contemplación de la fotografía, la escena era tan impresionante que en la siguiente salida no sólo volví a pararme, sino que entré de nuevo sin dudar y le pregunté al galerista si se vendía. Me miró con una sonrisa, entre cómplice e irónica, y me dijo: “El libro sí, la pintura que incluye lo dudo, aunque en definitiva todo se vende. Es cuestión de precio, pero tendría que ir a Chicago a informarse, y mucho me temo que la respuesta sería no.” En aquellos momentos no sólo descubrí a Hopper sino también que ese refrán que dice “La ignorancia es atrevida” quizá se había escrito pensando en mí. 

jueves, 10 de marzo de 2011

PATRIMONIO DE LA INHUMANIDAD

Había una vez, en las lejanas tierras de Asia Central, al no­roes­te de Kabul, un hermoso valle al pie de las montañas del Indu Kux. En sus riscos de arena rojiza brillaban al sol los filones de plata, entremezcla­dos con la riqueza mineral del cobre, el plomo el cinabrio el cinc y el azufre que, en silen­cio, envi­dia­ban las irisaciones mágicas de los rubíes del vecino Badas­chan. Del Indu Kux nacían numerosos ríos que rega­ban generosa­mente sus campos de trigo y saciaban la sed de los tamarindos los álamos, las zarzamoras, los sauces, pinos y plátanos que poblaban los bosques cercanos, por los que paseaban leones y leopar­dos, tigres, osos, hienas y chacales, mientras se oían las risas chi­llonas de los monos jaraneros que , a cientos, saltaban de rama en rama  por la espesura.