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jueves, 9 de marzo de 2017

RECUPERAR EL SERVICIO MILITAR



Por Alberto de Zunzunegui

lunes, 23 de junio de 2014

SILENCIO ATROZ

El 14 de abril, en Chibok, al Norte de Nigeria, más de 200 niñas fueron secuestradas por un puñado de terroristas a la salida de la escuela. Sus captores las amenazaban con todas las penas del purgatorio si no les entregaban 40 vacas por cada una de ellas, y tuvimos que leer aterrados que no había, para esa secta terrorista, bien más preciado que una vaca, por tanto si no las recibían, las jóvenes no serían puestas en libertad.

Así, en una región perdida de la orilla negra de África, un renuevo del infierno que creíamos desaparecido, había vuelto de nuevo para dar otro golpe de mano al concepto de humanidad.

Durante los días siguientes, una marea de solidaridad pareció conmover los cimientos de nuestro planeta implorando o exigiendo, que tanto da, un átomo de piedad para las inocentes víctimas, proliferaron las fotos de sus familias; de las propias niñas; de personalidades de uno y otro lugar de la orilla blanca pidiendo su vuelta a casa, luego…silencio total.

jueves, 25 de julio de 2013

ACCIDENTE FERROVIARIO: EN RECUERDO DE LAS VÍCTIMAS

"El dolor tiene un gran poder educativo; nos hace mejores, más misericordiosos, nos vuelve hacia nosotros mismos y nos persuade de que esta vida no es un juego, sino un deber". Cesare Cantú

Desde HUMANISMO Y VALORES queremos trasladar todo nuestro apoyo y cariño a las víctimas y familiares del accidente ferroviario de Santiago de Compostela del pasado 24 de julio.

Que la dureza de estos momentos sirva también para recordarnos una vez más que la mayor y peor crisis no es la económica –por más que la mayoría suframos sus rigores-, sino la que atañe a la conservación de la propia vida, a los valores humanos en los que se fundamenta y a nuestra sensibilidad frente al dolor de los demás. Una sensibilidad que en no pocas ocasiones permanece adormilada en el regazo de nuestro egoísmo y entre los pliegues de nuestra incapacidad para pensar en el bien común, hasta que alguien nos sacude el alma y recuperamos la consciencia y la conciencia. A veces son esas víctimas las que nos tienen que sacar del letargo en el que estábamos sumidos, en un acto de heroísmo póstumo, en donde la frontera entre lo que parece estar pasando y lo que de verdad ocurre, queda difuminada en el marco de nuestra humanidad extraviada. A veces también son esas mismas víctimas las que nos sacan a los demás de entre los hierros retorcidos de nuestro tren... de nuestro tren de vida. 

Quizás algún día, la misma sensibilidad y generosidad que con frecuencia somos capaces de demostrar de manera puntual ante el sufrimiento sobrevenido, sea la que guíe nuestras vidas en todo momento; probablemente seguiremos sin poder evitar que de tanto en tanto suceda algún terrible accidente, pero tal vez entre todos consigamos que el día a día y hasta la propia vida, dejen de ser una verdadera tragedia para millones de seres humanos.

Nada puede sustituir a un ser querido que se ha ido; nada puede reemplazar a un padre, una madre, un hermano, un hijo o un amigo arrebatados por la muerte. Pero el efecto que su memoria, que esa vida, que esa huella indeleble de dolor deja en cada uno de nosotros, si puede servir para recordarnos que nada nos es más preciado que la parte afectiva de la vida; que el amor que profesamos a los demás y el que recibimos de ellos es nuestro mayor tesoro y que aquello que verdaderamente echamos de menos cuando nos falta, no es lo que podemos tocar o contar, sino a los que podemos abrazar... Y a esa fuerza invisible e intangible que nos une para siempre a las personas que comparten la vida con nosotros.

Por Alberto de Zunzunegui


miércoles, 15 de mayo de 2013

SOBRE LA INUTILIDAD DE LOS ANCIANOS

Había una vez, hace muchos, muchos años, un lejano reino que estaba pasando por momentos de dificultad. Durante muchos años la corona se había preocupado por todos sus súbditos, ayudándoles y supliendo sus carencias, llegando donde ellos no llegaban. Pero las arcas del monarca se estaban quedando vacías, comenzaban a estar pobladas por telarañas… Así que el joven consejero del rey, un auténtico genio de los números, mostró al jerarca unos cálculos en los que demostraba que los ancianos suponían un gasto terrible y que, sin embargo, sus limitaciones físicas les impedían aportar ingresos comparables a través del trabajo.

- Debemos deshacernos de los ancianos, majestad- dijo en el frío tono de aquél que no esntiende más que de números y estadísticas-. Nos aportan menos de lo que nos cuestan. Sin ellos, podremos soportar durante más tiempo esta época de necesidad, hasta que lleguen tiempos mejores.

- ¿Quieres decir?-le preguntó el rey-. ¿No habrá otra solución? Yo ya no tengo padre, pero pedir a mis súbditos que se deshagan de ellos no va a ser fácil.

-Apele a su egoísmo, sire. Dígales que, sin los ancianos, los jóvenes podrán vivir mejor, más libres, sin tantas obligaciones… Y disponiendo de muchos más recursos…  Le escucharán, ya lo verá… Además, vos sois el rey… No deis opción, dad la orden si queréis salvar vuestro trono.

Salvar el trono, la corona sobre su cabeza, las monedas de sus arcas… Eso sí que caló en el alma del soberano, y ordenó que se desterrara a todos los ancianos de su reino.  Algunos jóvenes lloraron al separarse de sus padres, otros suspiraron aliviados al deshacerse de aquellos que les habían criado pero que ahora requerían de sus cuidados… Sólo un soldado, Senectus, hizo algo a lo que nadie más se atrevió porque estaba castigado con la tortura y posterior ejecución: ocultó a su anciano y enfermo padre en el desván de su casa, en un cuarto secreto, y siguió ofreciéndole sus cuidados y brindándole su afecto… Cuidando, eso sí, de que nadie se percatara de su presencia.

viernes, 15 de marzo de 2013

LORCA EN EL RECUERDO

Han pasado casi dos años desde aquél once de mayo en el que la tierra tembló y volvió a temblar bajo los pies de los lorquinos; desde que nueve de sus vecinos perdieran la vida; desde que las gentes, con el terror en la mirada, deambularan con sus maletas por las calles durante el día y durmieran en sus vehículos, o en el refugio habilitado para ello, por temor de que sus casas se vinieran abajo; desde que los niños dejaran de tener escuela; desde que las estructuras mostraran serios daños; desde que la preciosa botica del palacio de Guevara oyera, a más de su famoso fantasma de medianoche, el temido vaivén de sus preciosos tarros en peligro de muerte; desde que el perfil de uno de los cascos históricos señeros del barroco español, viera borrarse de un plumazo todo un conjunto de nobles casas solariegas, reducidas a fachadas fantasmagóricas; desde que las puertas y ventanas de muchas de ellas solo permitieran el acceso a los escombros… a la nada.

En los primeros momentos había que salvar vidas antes que haciendas, había que restaurar el espíritu y la carne antes que la piedra y el patrimonio, por lo que sin pérdida de tiempo, más de cuatrocientos soldados entre la Unidad de Emergencias y el Ejército de tierra acudieron en socorro, trasladando heridos, habilitando alojamientos, acordonando edificios, cumpliendo, en fin, con su deber más allá de lo exigible, mientras que distintas ONGS restañaban los ánimos, secaban lágrimas y cuidaban de que los pequeños volvieran tímidamente a sonreír. Más tarde comenzó la recuperación de esta ciudad hermosa por sus cuatro costados, que presentaba, por vez primera desde los bombardeos de la contienda fratricida del 36, una imagen dañada, agrietada y herida hasta donde la vista alcanzaba.