jueves, 14 de febrero de 2013

DE CRISTIANOS; LIBERALES Y EDUCACIÓN

John Locke (1632 - 1704)
"Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía". John Ruskin

En las últimas semanas, a raíz de la presentación del Anteproyecto de Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, ha vuelto a abrirse la caja de los truenos, y las voces en pro y en contra, no sé si con la suficiente y debida información, han empuñado pancartas y altavoces, únicas armas que deben esgrimir en democracia los manifestantes, por todo lo ancho y largo de España, teniendo una especial incidencia en parte de nuestras Comunidades a las que afecta de algún modo la regulación absurdamente problemática, de la cooficialidad de lenguas. Mantengo la esperanza de que todos los implicados lleguen con conocimiento de causa y sin mentiras veladas, a acuerdos beneficiosos para las partes pero, sobre todo, permanezco en mis trece en el sentido de que de poco servirá todo el complejo entramado que conforma el proceso educativo si, entre todos los agentes, no se consigue implicar, entusiasmar y yo diría que atrapar al único protagonista de excepción: el educando, hasta conseguir que la sed de aprendizaje se incardine en su vida de tal manera que, tras haber pasado por todas las etapas establecidas para su formación pedagógica, esté convencido de que siempre es menos lo que sabe que lo que ignora, y, por tanto, deberá ocuparse y preocuparse por seguir aprendiendo mientras le quede un aliento de vida. Y eso se puede aplicar en cualquiera de las etapas vitales del ser humano, incluida, por supuesto la edad adulta. Quiero romper una lanza por la educación de y para mayores, que está cumpliendo una extraordinaria función en este nuevo siglo, ante la celeridad de los múltiples cambios económicos, sociales y tecnológicos que se van produciendo sin solución de continuidad. Ahora, más que nunca, necesitamos una permanente puesta al día para poder estar a la altura de aquellos a quienes pretendemos enseñar.

Hay  quienes afirman, no sin parte de razón, que el sistema educativo en nuestro entorno europeo ha perdido protagonismo en esta nueva sociedad de la información por una serie de motivos, entre los que se encontrarían; el cambio de roles sociales: la inmigración masiva;  la globalización la revolución de las comunicaciones, etc. Estas y otras causas alzan unas  barreras que parecen imposibles de superar, porque cuestionan seriamente la manera de contemplar la educación, de la que nos habíamos servido durante siglos, pero no hemos de permitir que los movimientos actuales destruyan todo lo edificado, puesto que hay mucho de bueno en ello. Es más oportuno apuntalar los cimientos evitando su caída y después ir revocando fachadas, puliendo tejados e interiores, incluyendo cuantos elementos, técnicos y humanos sean precisos hasta lograr el conjunto adecuado ante los retos de este siglo XXI al que un puñado de ilustres mangantes –perdón- magnates se había empeñado en llevar a la ruina.

Así las cosas -y curiosamente-, el progreso actual parece que no afecta al ámbito de las cuestiones ideológicas. En esto seguimos al ralentí, y los cambios son poco llamativos. Si acaso, el más evidente es el de la falta de ideas: Por un lado el conformismo pasivo y por otro el inconformismo sin soluciones y mediatizado en muchas ocasiones. Pero esto no ha sido siempre así, ha costado muchos años de esfuerzos ir adquiriendo derechos; ir conociendo y valorando al hombre y su entorno; ir progresando como seres superiores; ir desterrando analfabetismo e incultura; erradicar la miseria; aminorar las guerras; implantar la justicia y arrinconar los miedos. Es bueno también que no olvidemos que, tras esos logros y por la ineficacia y la desvergüenza de unos cuantos,  hemos dado un tremendo salto atrás  hasta la llamada situación de crisis de valores en que nos encontramos. Sólo si encuadramos debidamente la realidad seremos capaces de reflexionar todos juntos, sobre cuál es la forma de recuperar el timón de nuestra existencia, y si las doctrinas en las que se fundamentan o debieran fundamentarse los programas de gobierno, se han quedado obsoletas o es que  por culpa de esa prepotencia que acompaña a la ignorancia, y que se ha extendido como reguero de pólvora, se han dejado de consultar desde hace demasiado tiempo. 

En la política contemporánea, y en relación con los países de tradición democrática liberal según el papel que el Estado desempeña en la gestión del orden social y económico, podemos distinguir tres formas de estado: el Estado Liberal, o Estado de Derecho, de finales del XVIII y mayoritaria implantación en el XIX, nacido como respuesta al absolutismo, con la función primordial de proteger a los ciudadanos frente a los abusos de poder: el Estado Social de principios del siglo XX, en el que el Estado, como garante de las condiciones básicas de existencia del ciudadano, tutelaba las relaciones económicas, a través de derechos sociales; regulando la actividad privada y promoviendo la participación ciudadana y, por último, el Estado de bienestar que, basado en las tesis keynesianas de los años 30, tras la 2º Guerra Mundial, y ante un fuerte crecimiento económico encargó al Estado la prestación creciente de servicios públicos de carácter social; la redistribución de la riqueza y la tutela de los derechos de los obreros.

Mi reflexión en estas líneas tiene como fin saber si, tras el derrumbe de los regímenes totalitarios y el caos del último gobierno socialista unido al cataclismo y la desvergüenza de un capitalismo salvaje que nos ha llevado al desastre, podemos aún servirnos del Liberalismo y la Democracia Cristiana, doctrinas que ustedes conocen bien y por las que siento afinidad, que no fanatismo, reflexionando sobre las ventajas o desventajas que en esta nuestra Europa común, ambos sistemas democráticos aportan en la consecución de una nueva forma de vida en la que recuperemos para la educación de nuestros hijos los valores del humanismo cristiano, mal que le pese a alguno.

La ya anciana Democracia Liberal sienta las bases de lo que hoy entendemos por democracia, y aún sigue formando parte, con leves puestas al día y nombres diversos, de los idearios de gobiernos llamémosle “civilizados” de nuestro siglo XXI. Mientras que la Democracia Cristiana que, tiene su origen en la Doctrina Social de la Iglesia y aplica los fundamentos del catolicismo a la actividad política, parece abocada a formar parte de minorías en gran parte de nuestra Europa. ¿Continúan  siendo válidas estas dos propuestas en nuestro siglo XXI? ¿Hace falta remozar y alimentar las ideas, o simplemente la urgencia cotidiana de resolver en lo económico, ha asesinado a la pausada reflexión, a la importancia del método, a la eficacia de los principios, a la práctica de los valores? ¿Sería deseable una  DEMOCRACIA universal y única que incluyera en su ideario el conjunto de aportaciones  de unos y otros partidos en una coincidencia racional de intereses? ¿Cómo resistiría la llamada clase política esta unificación? ¿De qué manera los corresponsables de la Educación; familia, escuela, administraciones públicas y medios de comunicación deberían implicarse en ella? ¿Es esto una simple utopía?

Como doctrina filosófico-política-económica de la burguesía, sujeta al Estado de derecho y enraizada en el derecho natural, surge el liberalismo tras la Revolución Industrial, a finales del así llamado “Siglo de las Luces”, amparado en la nueva concepción del mundo y con el fin primordial de establecer límites a la acción de los gobiernos y de proteger el ámbito privado del individuo de toda soberanía política y social.

En Francia, nace en 1805 el que luego será figura clave del liberalismo internacional, El vizconde Alexis de Tocqueville. Su extensa obra escrita en defensa de lo que él llama las libertades cotidianas, sienta las bases del liberalismo democrático que llega al poder en ese país con la Revolución de 1830 y continúa en los reinados de Luis XVIII y Carlos X con el liberalismo doctrinario, Este liberalismo es mucho más descafeinado y menos progresista que el anterior: La soberanía es compartida por el rey y la nación y en lugar de Constitución se rigen por una Carta Otorgada del propio soberano, por la que solo tienen derecho a voto los propietarios, o la burguesía.

En España, ya a principios del siglo XIX, el liberalismo tiene una de sus más tempranas apariciones con las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 y es allí donde primero se emplea el término liberal, como sinónimo de abierto, magnánimo y condescendiente con las ideas de los demás. A la muerte de Fernando VII, la regente Maria Cristina intenta apaciguar el enfrentamiento entre liberales y carlistas, pero sin éxito, Se declara una guerra civil en la que los pequeños propietarios rurales y el clero se muestran a favor de los carlistas, absolutistas significados, mientras que la gran mayoría del pueblo de las grandes ciudades lucha en el bando liberal, con la intención de restaurar la Constitución de 1812. Durante la Regencia de Maria Cristina se consolida el liberalismo progresista, con la desamortización de Mendizábal, la supresión de los gremios y el reforzamiento del ejército. No obstante el pueblo descontento se subleva en 1836 en La Granja, lo que dará origen a la Constitución de 1837. A la que seguiría otra posterior ratificada en 1845. Con Isabel II los liberales divididos ya  en Moderados y Progresistas, ven mermadas sus posibilidades y sus ideas pierden fuerza hasta desaparecer con  los Austrias y los primeros Borbones en tiempos de la República.

En Inglaterra, tras la caída del ultimo rey absolutista, el Estuardo Jacobo II, se produce la llamada revolución sin sangre, en la que su yerno y sucesor, el holandés Guillermo II de Orange consolida en Gran Bretaña el liberalismo político que venía preconizando John Locke. El primer partido netamente liberal ve la luz en 1832. Tras él y también auspiciado por las tesis de Locke, se funda el Partido liberal en Estados Unidos en 1834, en el que, curiosamente, los liberales son los políticos considerados de izquierdas, y, a menudo, los republicanos les aventajan en planteamientos liberales. En otros países de América del Norte, como Canadá, el Partido liberal ha estado en el gobierno durante la mayor parte del siglo XX y en la actualidad es el segundo partido de la oposición. Volviendo a Europa, en Alemania sólo hay presencia liberal en los estados del Sur y escasamente en el centro del país, mientras que en los Países Bajos y Escandinavos se produce el paso del absolutismo al liberalismo de manera gradual y sin mediar revoluciones.

En Italia existe en los años veinte del siglo pasado un Partido Liberal, prohibido con posterioridad. En los años 40 se crea el PLI llegando a obtener la presidencia de la República en dos ocasiones, más tarde es postergado, y en los años 80 forma parte de algunos gobiernos de coalición. En 1994 se acuerda su disolución. Los liberales actuales se reparten en partidos de espectro muy variado, desde la Unione Liberale Italiana a la Forza Italia de Berlusconi. En los albores del siglo XXI, se refunda el PLI con un acercamiento a las doctrinas neoliberales y al centro derecha.

En Portugal, el liberalismo tiene su origen en los partidos progresistas, reformadores y republicanos del siglo XIX. Y tras avatares y fusiones desaparece en la primera mitad del siglo XX. En 1985 se crea el Partido Renovador Democrático como alternativa centrista y en el 99 cambia su  nombre por el de Partido Nacional Renovador, pasando a ser un partido liberal. En 2005 se funda el MLS (Movimiento Liberal Social), que da por obsoleta la división entre izquierda y derecha y que se siente muy próximo a los liberales demócratas europeos, pero no cuenta con representación en ese grupo. En la actualidad muchos políticos de corte liberal están integrados en la rama socio-liberal del Partido Social Demócrata portugués, que ahora gobierna. Finalmente, en lo que concierne al Parlamento Europeo existe el Partido Europeo Liberal Demócrata Reformista como tercera fuerza política de ese Parlamento, que engloba a 50 partidos miembros pertenecientes a 31 países de Europa (Por España figuran Convergencia democrática de Cataluña, Unió Mallorquina y  Centro Democrático Liberal).

En lo que respecta a la Democracia Cristiana, esta doctrina tiene variadas manifestaciones e incidencia en los distintos países, siendo más prominente en Italia, Alemania, Paises Bajos, y  asimismo en América Latina donde presenta un cariz más progresista. El primer país del que se tiene noticia de Democracia Cristiana es Bélgica y se debe a la iniciativa de Hellepute, Pottier, Verhaegen y Monseñor de Harlez, pero es en Francia, baluarte de la evolución socio-cultural, política y religiosa de Europa, donde en 1840, el Catedrático de Historia de la Universidad de Lyon, Federico Ozanán, cristiano convencido, comienza la batalla dialéctica en contra del principio de los liberales que afirman que “la religión debe mantenerse aparte como  una de las dimensiones más relevantes del ámbito privado a proteger”. Ozanán lucha desde su cátedra por una democracia participativa, de raíz y principios cristianos, en la que el protagonismo del pueblo sea real, atendiendo a sus necesidades y reconociendo sus derechos, permitiéndole formar parte de la gestión de los asuntos públicos, garantizándole el trabajo y la desaparición de la pobreza. Propone para ello la creación de un movimiento que integre a todos los cristianos que quieran organizar la sociedad en base a la justicia, la solidaridad y la libertad, y desde su periódico “L’ère nouvelle” extiende paulatinamente sus ideas a los barrios obreros de una Francia en la que más de cien mil individuos se encuentran en paro, y crea, de aquella semilla belga llamada Democracia Cristiana, un movimiento social  de carácter confesional, que será origen de todos los partidos que aparecerán después bajo ese nombre. Tras él el Insigne Cura Dehon, autor del texto “Educación y enseñanza según el ideal cristiano” y fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón se convierte en uno de los exponentes del cambio social, afirmando que para todo sacerdote el compromiso con la justicia social debe formar parte sustancial de su ministerio. El Religioso cuenta con su amigo León Harmel, un empresario católico que en 1860 crea el subsidio familiar; las cajas de ahorros; las pensiones y los consejos de empresa, decantándose por los sindicatos estrictamente obreros y creando el primer circulo obrero en 1890 en Reims. Se había dado así el primer paso para el desarrollo cristiano de la justicia social en el país galo.

En Italia, a principios del siglo XX, el político italiano Sturzo funda el Partido Popular Italiano, que basa su actuación en el humanismo cristiano. El de la Democracia Cristiana se inicia en 1942 y forma parte de todos los gobiernos italianos desde 1944 hasta 1994, siendo siempre el partido más votado, salvo en las elecciones del 84. Deja de estar activo diez años más tarde por culpa de los escándalos de corrupción. En 2002 nace la Unión de los Demócratas y Cristianos con la unión de otros tres partidos centristas. En la actualidad es miembro del Partido Popular Europeo y de la Internacional Demócrata Cristiana. Uno de sus representantes más destacados fue Aldo Moro, por dos veces primer ministro, quien secuestrado por las Brigadas Rojas, y ante la negativa del gobierno italiano a acceder a sus demandas, apareció asesinado en el maletero de un coche. Las causas siguen siendo  hoy en día una incógnita.

En Alemania, tras la Segunda Guerra Mundial aparece la CDU (Christlich Demokratische Union Deutschlands) que se define como un partido de centro, demócrata cristiano, liberal y conservador. Desde entonces han formado parte de los gobiernos, solos o en coalición. Son representantes destacados los Presidentes: Adenauer, Kohl y Merkel. La Fundación KAS (Konrad Adenauer Stiftung) fomenta a nivel mundial los ideales democristianos de justicia, libertad y paz.

Mientras que en España, fracasado el primer proyecto democristiano en 1922, también la quizá excesiva prudencia de Gil Robles aborta el de 1934. Luego llegan los cuarenta años de dictadura y la llamada transición democrática donde, en 1977 se forma la coalición de UCD, que luego sería el primer partido del gobierno democrático tras la dictadura y ve la luz una nueva Constitución pero... vuelven a perder los democristianos. El primer partido de estas características es el PNV (que cuenta ya 100 años desde su fundación), aunque actualmente es aconfesional y progresista en sus tesis. Y la UDC catalana (con más de 75 años de vida). Al día de hoy la Internacional Demócrata Cristiana agrupa a un centenar de partidos de esta ideología, que no necesariamente se dirige a un electorado religioso.

Las dos doctrinas políticas que nos ocupan tienen en común la defensa de los derechos humanos y la iniciativa individual, y han contado a través de los tiempos con principios sólidos de pensamiento elaborados por mentes de una preclara inteligencia, y con eminentes representantes políticos que supieron ponerlas en práctica con mayor o menor éxito. El progreso de las naciones y la lucha de la clase obrera fue ayudando a establecer unas teorías políticas acordes a los tiempos nuevos. La evolución de los acontecimientos; la madurez; y el horror de dos guerras mundiales fueron conquistando unos derechos y explicitando unos deberes, que iban plasmándose en las Cartas Magnas de los distintos países de nuestro entorno y de fuera de él, alejándonos poco a poco de pasados absolutismos y tiranías y dando paso a las distintas democracias en buena parte del globo. La alternancia en el poder  contribuía a consolidar el régimen democrático -nunca a hundirlo-, otorgando voz y voto a las variadas corrientes de opinión que integraban las cámaras representativas, aunque como ya dijera Max Weber: “No son triviales las diferencias entre la teoría del trabajo intelectual y la práctica política”. Esto lo hemos podido comprobar también quienes nos hemos tomado la molestia de leer los distintos programas de los partidos de uno u otro signo en el último cuarto de siglo, anotando con decepción que no siempre su posterior cumplimiento se evidenciaba en el día a día de la acción gubernamental. Cierto es que los tremendos cambios que se producen en la vida actual, hace que, de hoy a mañana, haya que modificar propuestas y revisar proyectos, pero no es menos verdadero que con frecuencia las promesas quedan en aguas de borrajas y contemplamos con decepción creciente que “éste no es mi Juan que me lo han cambiao”.

El tiempo ha ido limando los errores que existían, porque errores había, en las tesis radicales e individualistas de los primeros pensadores y activistas liberales y cristianos. La práctica demostró que ni el mercado era tan abierto, ni los hombres tan racionales para sobrevivir en un liberalismo a ultranza. Sería muy prolijo detallar lo que en la práctica supuso, especialmente para las clases obreras, las cuales ante un capitalismo atroz veían mermados sus derechos con horarios abusivos, trabajos extenuantes, pagas misérrimas, etc., pero también fue un varapalo para los propietarios que ante la escasez de demanda hubieron de hacer frente a periodos de depresión que tuvo su mayor exponente en la crisis del 29.

Esta primera debacle económica mundial y la influencia de las corrientes socialistas suavizaron las tesis liberales y provocaron la aparición de nuevos centros de poder, sindicatos, asociaciones, etc., a más del reconocimiento de la utilidad de un gobierno preparado para incidir en el desarrollo económico. Tras la Segunda Guerra Mundial la intervención del Estado en Europa alcanza al plano social, y se crea el llamado Estado del Bienestar con el fin de proporcionar unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos en el que se ven afectados, las leyes; los servicios y las ayudas económicas. La redistribución de la riqueza, mediante el sistema tributario, da lugar a servicios públicos como la educación, la sanidad, las pensiones, los subsidios, etc. Durante las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX resurgen las tesis de la primacía del mercado con la llamada Escuela de Chicago que crea una corriente capitalista conocida como neoliberalismo. Posteriormente los partidos liberales han pecado quizás de pragmatismo. Por mantener el poder han consensuado políticas de compromiso que traicionaban sus principios, creando alianzas con socialdemócratas, reformistas, etc., desorientando a sus electores, perdiendo fuelle e incluso desapareciendo del mapa político actual o incluyendo descafeinadamente parte de sus ideas en los distintos programas de partidos que intentan “vender” las mejores cualidades de esta doctrina. Es notable advertir que el liberalismo hoy, excepto en Alemania, no goza de gran predicamento, sin embargo las conductas verdaderamente liberales suelen contar con el beneplácito de una gran mayoría de individuos.

Años después, el liberalismo económico se erige en defensor de la economía de mercado, de la libertad de comercio; de la libre circulación de personas, capitales y bienes; del mantenimiento de un sistema monetario rígido, del cumplimiento de las promesas y contratos; de la limitación y control del  gasto público y del principio del presupuesto equilibrado; y del mantenimiento de un nivel reducido de impuestos, pero paulatinamente van depravándose las costumbres hasta que ya en los últimos tiempos llegamos a unos límites de despilfarro, falta de honradez y superficialidad que tenían que explotar de alguna manera, y desgraciada, o afortunadamente, así ha sido, y digo “o afortunadamente” porque quizá esta catarsis haga nacer a un ser político con nuevas metas y nobles intereses, propiciando el saneamiento de  la economía -que había perdido todo el trasfondo filosófico que fundamentaba el progreso y la creación de riqueza en medios lícitos-, para que la sociedad europea vuelva a ocupar el lugar  honorable que le corresponde, dejando tiempo y sitio oportunos  a los diversos aspectos de una vida de múltiples facetas y hermosos valores por desarrollar, en la que los hijos de nuestros hijos reciban una educación conveniente que  reafirme nuestros aciertos sin repetir nuestros errores.

Es en este  nuevo ser humano, que comienza ahora su andadura por este mundo, en el que debemos pensar a la hora de elaborar una ley de educación que, por fin, pueda ser eficaz y duradera, y no me cabe duda de que muchas de las propuestas que incluyan han de estar basadas en una exquisita atención a las circunstancias actuales, al mundo que nos rodea, y a los cambios que sobrevendrán, pero también deberán tener una base ideológica y argumental fruto de un concienzudo estudio de logros y desastres de las distintas políticas que desde cualquiera de sus doctrinas dieron origen a sus predecesoras, que siendo ya tantas, fueron tan escasamente eficaces a la vista de los resultados obtenidos. 

Por Elena Méndez-Leite

Bibliografía y notas: Liberalismo y Democracia: Norberto Bobbio. Fondo de Cultura de España, 2000. www.cdu.de Análisis crítico de la Democracia Cristiana: Jaime Guzmán. Revista Realidad, año 5, nº 53

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