viernes, 31 de mayo de 2013

DOMINAR UN IDIOMA

Fotografía: Rafa Llano
"Escribir es soñar con las manos"
Desde hace muchos años se ha empleado esta locución para dar a entender que se está en plena posesión del conocimiento de un idioma, vernáculo o no. Generalmente, exceptuando al pretencioso de turno, no es el propio interesado sino los demás quienes lo emplean, puesto que los que han dedicado tiempo, capacidad y empeño a la noble tarea de bucear en los entresijos de una lengua, eluden el uso del pomposo sustantivo “dominio” sustituyéndolo por adverbios tales como correcta o fluidamente, acompañados de los verbos hablar y/o escribir.

Quienes estamos habituados a la lectura de currículos varios advertimos el cambio que se ha producido en su redacción en los últimos años. A mediados del siglo veinte los aspirantes a cualquier puesto enumeraban, especificaban y hasta aportaban pruebas evidentes de cuantos méritos les adornaban, mientras que –siempre como coletilla final- incluían de manera poco clara, y casi timoratamente, su nivel de capacidad en uno o varios idiomas extranjeros.  

Quizá debido en parte a nuestro perfil netamente europeo y, más recientemente, a la situación de crisis de nuestro país, en la actualidad las tornas han cambiado y se hace un énfasis evidente en todo lo que respecta al nivel de conocimiento que el individuo en cuestión tiene de otra u otras lenguas. Curiosamente ni entonces ni ahora me he encontrado con que en alguno de estos documentos “el abajo firmante” indicara si conocía en profundidad y convenientemente su propia habla, no sé si dando por sentado que así era, o que para él carecía de importancia el dato. 

domingo, 19 de mayo de 2013

MOHANDAS KARAMCHAND GANDHI

"En la actualidad la gente sólo se preocupa por sus derechos. Recordarle que también tiene deberes y responsabilidades es un acto de valor que no corresponde exclusivamente a los políticos". 
Mahatma Gandhi

MOHANDAS KARAMCHAND GANDHI (1869-1948)

El rechazo del sistema de educación colonial, que la administración británica había establecido a comienzos del siglo XIX en la India, fue una importante característica del fermento intelectual creado por la lucha de liberación. Muchas personalidades indias, entre las que se contaban dirigentes políticos, reformadores sociales y literatos, dieron expresión a ese rechazo. Pero nadie rechazó la educación colonial de modo tan radical y absoluto como Gandhi, ni nadie propuso una alternativa tan extrema como la suya. La crítica de la educación colonial por parte de Gandhi se inserta en su crítica global de la civilización occidental. La colonización, incluido su programa educativo, era para Gandhi la negación de la verdad y de la no violencia, los dos valores para él supremos. El hecho de que los hombres de Occidente hubieran derrochado “toda su energía, su industria y su ingenio en saquear y destruir a otras razas” era prueba suficiente para Gandhi de que la civilización occidental era “un caos lamentable” (2). Por consiguiente, para él no era posible que esa civilización fuera un símbolo del “progreso”, ni nada digno de imitación y transplante en la India.

Sería erróneo interpretar la reacción de Gandhi a la educación colonial como un sentimiento de xenofobia. Igualmente erróneo sería verla como un síntoma de un sutil dogma “revivalista”. Si fuera posible leer el plan de “educación básica” de Gandhi como un texto anónimo de la historia de la educación en el mundo, habría que clasificarlo en la tradición de los humanistas progresistas de Occidente como Pestalozzi, Owen, Tolstoy y Dewey. Ello no nos permite considerarlo en el contexto de la dicotomía civilizadora de Oriente-Occidente de que Gandhi habló en algunos de sus escritos. Y sin embargo, subsiste el hecho de que Gandhi quería que la educación, reinterpretada con arreglo a los criterios que estimaba correctos, ayudase a la India a apartarse del concepto occidental del progreso, hacia una forma distinta de desarrollo a su juicio más adecuada a sus necesidades y más viable -para todo el mundo- que el modelo occidental de desarrollo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

SOBRE LA INUTILIDAD DE LOS ANCIANOS

Había una vez, hace muchos, muchos años, un lejano reino que estaba pasando por momentos de dificultad. Durante muchos años la corona se había preocupado por todos sus súbditos, ayudándoles y supliendo sus carencias, llegando donde ellos no llegaban. Pero las arcas del monarca se estaban quedando vacías, comenzaban a estar pobladas por telarañas… Así que el joven consejero del rey, un auténtico genio de los números, mostró al jerarca unos cálculos en los que demostraba que los ancianos suponían un gasto terrible y que, sin embargo, sus limitaciones físicas les impedían aportar ingresos comparables a través del trabajo.

- Debemos deshacernos de los ancianos, majestad- dijo en el frío tono de aquél que no esntiende más que de números y estadísticas-. Nos aportan menos de lo que nos cuestan. Sin ellos, podremos soportar durante más tiempo esta época de necesidad, hasta que lleguen tiempos mejores.

- ¿Quieres decir?-le preguntó el rey-. ¿No habrá otra solución? Yo ya no tengo padre, pero pedir a mis súbditos que se deshagan de ellos no va a ser fácil.

-Apele a su egoísmo, sire. Dígales que, sin los ancianos, los jóvenes podrán vivir mejor, más libres, sin tantas obligaciones… Y disponiendo de muchos más recursos…  Le escucharán, ya lo verá… Además, vos sois el rey… No deis opción, dad la orden si queréis salvar vuestro trono.

Salvar el trono, la corona sobre su cabeza, las monedas de sus arcas… Eso sí que caló en el alma del soberano, y ordenó que se desterrara a todos los ancianos de su reino.  Algunos jóvenes lloraron al separarse de sus padres, otros suspiraron aliviados al deshacerse de aquellos que les habían criado pero que ahora requerían de sus cuidados… Sólo un soldado, Senectus, hizo algo a lo que nadie más se atrevió porque estaba castigado con la tortura y posterior ejecución: ocultó a su anciano y enfermo padre en el desván de su casa, en un cuarto secreto, y siguió ofreciéndole sus cuidados y brindándole su afecto… Cuidando, eso sí, de que nadie se percatara de su presencia.

domingo, 12 de mayo de 2013

EL LIDERAZGO: ¿CÓMO SER UN BUEN LÍDER?

"Allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia". Platón

Pocas épocas tan necesitadas de buenos líderes como esta en la que actualmente vivimos, agitada por una grave crisis y sacudida por acuciantes problemas de todo orden. Pero pocas también tan ayunas de liderazgo auténtico, tan escasas de dirigentes como Dios manda. No se puede decir precisamente que los buenos líderes, los auténticos dirigentes, abunden en nuestros días, aunque haya tantos que aspiren a ser tal cosa o pretendan ser jefes carismáticos. Poco propicios parecen los tiempos que corren para la figura ejemplar, noble, ética, heroica, del conductor de hombres.

Hoy día todo el mundo quiere ser jefe de algo, detentar alguna parcela de poder, liderar lo que sea, como sea y para lo que sea; sobre todo, claro está, para enriquecerse, presumir y sentirse importante, en una palabra, para satisfacer su ego. Hasta el último mono se cree un líder nato, facultado para asumir un cargo directivo, conducir masas, ponerse al frente de un partido político, dirigir grandes empresas o montar una revolución. Pocos son, sin embargo, los que se plantean en serio si reúnen las condiciones para desempeñar el duro y difícil oficio de líder, y menos aún los que están dispuestos a imponerse la disciplina requerida para la conquista de las cualidades exigidas para ello. Cualquiera se cree legitimado para dirigir, sin más requisitos que su apetencia y deseo de hacerlo. Todos quieren ser líderes, pero nadie está dispuesto a hacer el esfuerzo que la función de liderazgo requiere.

Una constatación se impone con palmaria evidencia: las pretensiones al liderazgo proliferan justo en proporción inversa a las dotes para dirigir, a las virtudes que cualifican para el mando. Cuanto menos capacitado está uno para mandar o dirigir, con mayor vehemencia proclama su derecho a hacerlo; cuanto más indigno se muestra un individuo de ocupar un puesto dirigente, más se obstina en conseguirlo o en mantenerse en él. Es la ambición de poder lo que motiva ese frenesí por mandar; pero, de hecho, y esta es otra constatación cotidiana, a medida que el afán de poder aumenta en alguien, disminuye su capacidad de liderazgo.

Pero, a todo esto, ¿qué se necesita para ser un buen líder?, ¿cuándo se puede decir que nos encontramos ante un liderazgo bien ejercido o ante un individuo que responde al modelo del líder nato, del dirigente perfecto?

miércoles, 8 de mayo de 2013

15 DE ABRIL DE 1963: SANTOS ANASTASIA Y TELMO

Aquel quince de abril de 1963 era lunes. Al parecer un lunes sin más, laborable, primaveral y soleado como tantos otros del año. Precisamente el día anterior había sido el aniversario de la muerte de Lincoln, y faltaban pocos meses para que el mundo se paralizara de terror al presenciar, atónito e impotente ante las pantallas del televisor, el tiroteo y muerte en blanco y negro de otro atractivo Presidente americano, joven, eficaz  y luchador que, no hacía tanto, salía airoso de uno de los más terribles episodios de la llamada guerra fría que a punto estuvo de mandarnos a todos al garete, y que fue  conocido popularmente como “ el asunto de los misiles cubanos”.

El Papa bueno, y además valiente, acababa de publicar la que sería su última encíclica “Pacem in Terris”, que no solo hablaba de paz, sino de justicia social, derechos laborales, presencia de la mujer en la vida pública y un largo etcétera de asuntos aún pendientes pero no por ello menos necesarios  para la convivencia entre seres humanos, y que no estaría de más releyéramos en estos turbulentos tiempos del nuevo siglo en el que el exclusivo y excluyente protagonismo de ruina económica y de quiebra de valores que nos toca vivir, nos hace olvidar otras épocas duras y difíciles en las que a fuerza de ilusión, empeño y sacrificio conseguíamos cada día y entre todos rehacer los pedazos de una España mermada y sufrida, silenciosa en su tarea cotidiana de reinventar la concordia y conservar la paz.