domingo, 3 de abril de 2011

EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE MIGUEL DELIBES

"-Hijos, en realidad, todos tenemos un camino marcado en la vida. Debemos seguir siempre nuestro camino, sin renegar de él -decía don José-. Algunos pensaréis que eso es bien fácil, pero en realidad no es así. A veces el camino que nos señala el señor es áspero y duro. En realidad eso no quiere decir que ése no sea nuestro camino. Dios dijo: Tomad la cruz y seguidme". Miguel Delibes, de su obra "El Camino" .


En aquella mañana de invierno de 1993, que se presentaba menos inclemente de lo acostumbrado, aún se podían ver algunas hojas salpicando las ramas de los frutales. Las aceras, tras varios días de lluvia, mostraban sus adoquines pulcros y aseados. Un sol tempranero y calentito se asomaba entre dos nubes gordezuelas que habían preferido su compañía a la de sus ruidosas hermanas de tormenta, mientras la ciudad comenzaba a desperezarse entre el olor a churros, a pan recién hecho, a café y a tostadas con mantequilla. que iba extendiéndose deliciosamente por doquier. En esa hermosa mañana, Valladolid aún no sabía que Campanilla, última portavoz del país de los cuentos y sucesora de tantos y tantos ilustres "voceros" habidos desde tiempos de Mari Castaña o de Calleja, había acudido a despertar a Peter Pan para comunicarle que el abuelo Miguel, por fin, había obtenido el premio Cervantes.
 
-No me molestes Campanilla. Miguel no necesita más premios, ni aún siendo ése. Son los demás los que necesitan un premio como Miguel, aunque todavía no lo sepan.
 
Como A Peter Pan a mí también me parecía irrelevante que D. Miguel hubiera ganado un premio más, fuera el que fuese, porque ese reconocimiento, no sé si más tardío que aparatoso, significaba ahora que sentía viejo y cansado, una sucesión de homenajes; llamadas; cenas; entrevistas y demás fastidios, al margen de un montón de duros que, sin duda, le proporcionarían una mayor tranquilidad pero que, desde luego, no acrecentarían su ilusión ni darían lugar a grandes cambios de vida, como sucedió con aquél bendito Nadal. ¡Aquél sí que la cambió para bien!
 
Ahora ya hacía casi veinte años que se había abandonado a la costumbre de seguir viviendo y luchando por otros y para otros. Casi veinte años dando primero y recibiendo después, el amor y el cuidado de Miguel, de su segunda Ángeles, de Germán, de Elisa, de Juan, de Adolfo y de Camino y, algún tiempo después, de quienes supieron amarles, amándole a él a través de ellos.
 
Luego aparecieron los nietos.- esos retoños tiernos que, entre sonrisas, le pedían -sin saber aún que pedirle eso a él es más que un privilegio-, que les contase un cuento. Casi veinte años escribiendo y describiendo la vida de los demás para dejar de pensar en lo que ahora hubiera podido ser la suya con ella a su lado porque... si estuviera Ángeles otro gallo, o mejor, otra alondra les cantara, entonces sí que este premio hubiera sido mucho más que "un bonito remate a su vida de escritor". Hubiera sido un comienzo, una revolución, una disculpa para que su señora de rojo volviera a remozar la casa, rebuscara en cada mercadillo, regateara otra vez con los prenderos y con ese ojo que tenía enseñado a mirar, convirtiera esos dineros en algo que para él tuviera auténtico sentido. ¡Ay, si ella estuviera...! "nos bastaría mirarnos y sabernos. Nada importarían los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde". El abuelo Miguel y la abuela Ángeles estarían juntos, sabedores de que la felicidad es eso y, a su vez, que eso y solo eso es más que suficiente.
 
Hoy hace ya muchos años de aquél premio y ahora que ya nos dejó, Valladolid y lo que llamamos "el mundo entero", que no es sino un cachito de nada perdida en el espacio, sabe de sobra quien es D. Miguel y al cumplirse el primer año de su partida se han escrito cientos de artículos en su honor. Muchos han leído sus obras por primera vez, otros se alegran de haberlas conocido, saboreado y disfrutado en sazón. Es casi seguro que volveremos a ver en televisión "Los santos inocentes". Recordarán algunos a esa gran señora de la escena que en el 79 pasó cinco horas con Mario y ya nunca lo pudo olvidar. Vendrá la Marce a preguntar a la Desi si el aniversario es de D. Eloy o de D. Miguel; se acercará prudente y sigilosa, como siempre, la Sra. Molina para preguntar si aún es posible que "La guerra de papá" tenga segunda parte. Habrá quien hablará de caza o de pesca como si supieran lo que dicen, y hasta hay quien ha puesto de moda liar los cigarros porque en España ha vuelto la crujía una vez más. Alguno, hasta intenta copiar esa sonrisa de pícaro-buenazo que no se le despinta a D. Miguel y muchos, ahora que ya somos del todo europeos, se acuerdan de aquello que él contaba sobre la estupidez de Papini o sobre las extrañas camas de Alemania, y la escasez de pan. Muchos se escapan tímidamente por el camino que, generosamente, podría recuperar del celuloide Ana Mariscal. Otros aprenden de su maestría el difícil arte de pegar la hebra o el de perder por esos mundos un año de su vida, con la escopeta al hombro entre siestas con viento sur. Habrá quienes emprenderán dos viajes en automóvil para acercarse, sin ruido, a la primavera de Praga, y es seguro que no se hallará en todo el norte de Castilla una ardilla más roja ni un ciprés más alargado que los que él hizo suyos. En todos los rincones se habla de D. Miguel no como de el loco sino como de el novelista que descubrió América; del hombre que tenía cuerpo de álamo y madera de héroe y que, para disimular su condición de príncipe destronado al ausentarse involuntariamente, su señora de rojo sobre fondo gris, un buen día de marzo, ahora hace un año, se agarró a su querida bicicleta, volvió a revivir su vida al aire libre y despacio, muy despacio, se fue a buscar con su premio Cervantes en el alma, ese espacio bendito de los campos donde se esconden para todos, menos para él, los mil y un personajes de tantas y tantas benditas historias que D. Miguel Delibes nos contó, nos cuenta y nos seguirá contando cada día, ahora ya acompañado de Ángeles, que nunca más lo volverá a dejar.
 
Por Elena Méndez-Leite
 

1 comentario:

Rus Martínez dijo...

Me aficioné a la literatura de adulta de la mano de Don Miguel. Mi primer contacto fue El Camino, supongo que como todos, ya que era el libro que leíamos en el colegio. Ahí empezó una gran relación y un devorar todo lo que salía de su pluma: La sombra del ciprés es alargada, Mi idolatrado hijo Sisi, Cinco horas con Mario, Los santos inocentes, Diario de un emigrante, Mujer de rojo sobre fondo gris etc, etc.. Me despedí de él, cuando él mismo declaró al recibir el premio nacional de narrativa, que ya con 79 años, «había colgado los trastos de escribir». Gracias Don Miguel por lo que aprendí con usted y los buenos ratos que he pasado y sigo pasando cada vez que releo una de sus novelas.