domingo, 22 de abril de 2012

HUMANIZAR NUESTRA SOCIEDAD: COMPROMISO Y RESPONSABILIDAD

II FORO LIDERAZGO EMPRESARIAL Y HUMANISMO
Santo Domingo de Silos, 19 y 20 de Abril 2012


HUMANIZAR NUESTRA SOCIEDAD: COMPROMISO Y RESPONSABILIDAD
Por Alberto de Zunzunegui

En la edición precedente de este mismo foro, cerraba mi intervención con la anécdota atribuida al extravagante e ingenioso filósofo griego Diógenes, que buscaba la virtud en la pobreza y por ello era conocido por vivir en la calle como un vagabundo… Pues bien, me vais a permitir que hoy también comience con una anécdota atribuida a otro gran filósofo griego, en este caso Sócrates, quien pasaba igualmente una gran parte del tiempo en la calle, si bien no tanto por vivir en la pobreza, como por escapar -el pobre- de su vocinglera y malhumorada esposa Jantipa, a la sazón mujer de fuerte carácter. Precisamente y con los años, el propio Nietzsche atribuiría a Jantipa el mérito de haber convertido a Sócrates en un insuperable orador pues, para evitar estar en su casa, el desgraciado filósofo terminó vagando por las calles, conversando con todo aquel que acertaba a pasar a su lado. 

Un día, extenuado por la irrefrenable e insoportable verborrea de Jantipa, Sócrates se sintió necesitado de respirar un poco de aire fresco y a la par dar tregua a su espíritu, de natural sereno. Salió al umbral de su casa y se sentó en un escalón a contemplar el atardecer, mientras respiraba de nuevo. Pero Jantipa, enfurecida por haberse quedado con la palabra en la boca, salió detrás de Sócrates y le vació sobre la cabeza un enorme barreño de agua sucia. Sin moverse del sitio, Sócrates siguió contemplando la puesta de sol, no sin comentar:

- Después de tanto tronar, no es extraño que haya terminado lloviendo…

TOMAR CONCIENCIA DE LA REALIDAD

Regresando ya al presente desde la lejana Grecia, efectivamente, después de tanto tronar, no es extraño que haya terminado lloviendo -diluviando- sobre nuestras cabezas. En realidad, ha sido necesario que nuestra irresponsabilidad arrojara varios barreños de aguas estancadas sobre nuestras vidas, para que al final nos hayamos empezado a dar cuenta, que los truenos no son sino los heraldos de la tormenta y que para respirar aire puro no sólo es importante observar lo que tenemos por delante, sino mirar bien lo que dejamos atrás.

Al margen de esta pincelada de humor y de las cuestiones relativas a las inclemencias meteorológicas, a nadie se nos escapa que la situación es extremadamente grave. Y pese a que en esta ocasión mi intención no es abundar en la cruda realidad, por ser de todos sobradamente conocida, lo cierto es que creo que no estaría de más tener presentes algunos datos para no perder de vista la trascendencia de lo que esta pasando y lo que ello implica para miles –para millones- de seres humanos.

Más allá de esa anunciada y manifiesta crisis de valores, de ese retroceso de nuestra parte más humana; más allá de la inquietud o de lo que podamos opinar quienes tratamos de encontrar respuestas haciéndonos un sinfín de preguntas; más allá de la erudición de quienes dedican su vida al conocimiento para tratar de saber algo más, o de ese sentido común que guía nuestra razón, está la dura, fría y en este caso triste realidad, que es lo que al fin y al cabo levanta el acta notarial de nuestras acciones en la vida. En este caso, quizás para dar fe de nuestra falta de fe, no ya respecto a una determinada religión, sino en la propia esencia del genero humano. 

Frente a lo verdadero y ante esa realidad, con frecuencia erigimos desde nuestra inconsciencia y lo que fue, esa otra realidad, la inventada, la del mañana que nunca llega; la realidad que esperamos, la que anhelamos; la que nos desespera y por la que morimos, mientras creyéndonos vivos esperamos ya muertos… Expresado en palabras de Shakespeare, "esa engañosa palabra -mañana, mañana, mañana-, nos va llevando por días al sepulcro, y la falaz lumbre del ayer ilumina al necio hasta que cae en la fosa".

Así y en lo que a la realidad de España (1) se refiere:

La renta disponible por persona cayó cerca de un 9% entre 2007 y 2010.
Aumento de la desigualdad; el mayor de entre los 27 estados de la UE y cinco veces superior a la media.
Importante destrucción de empleo y aumento del número de parados, casi un 23% para 2011, la tasa más alta de la UE (media inferior al 10%) 
El 50% de esos desempleados lleva un año o más buscando trabajo.
Tendencia al alza de que el parado sea la persona principal del hogar.
Recortes en derechos sociales básicos, como la educación o la sanidad.
Fracaso escolar del 28%.
Un 22% de los hogares se sitúan por debajo del umbral de pobreza (7.800 Euros por persona), una de las más elevadas de la UE (sólo nos superan Rumanía y Letonia)
Aumento de la pobreza en hogares con sustentadores jóvenes y con menores.
Hay un 3,3% de hogares sin ingresos, es decir 580.000 hogares y una tercera parte sufren dificultades para llegar a fin de mes.
En el año 2010 se produjeron 100.000 ejecuciones hipotecarias.
En el 2010 la cifra de personas en riesgo de pobreza era de 11.675.000, es decir, el 25,5% de la población. Se calcula que en 2011 esta tasa ha aumentado en algo más de un punto.
Y como resultado de todo ello, se constata una acusada pérdida de bienestar.

Por descontado, los datos para el resto del mundo y para cientos de millones de personas, las cifras son todavía más escalofriantes y sin lugar a dudas podemos considerar que vivimos en un entorno privilegiado. La distancia que nos separa de ellos, en cuanto a riqueza o sufrimiento, es infinitamente mayor que la contenida en los pocos kilómetros que nos separan de esa otra orilla del Mediterráneo. 

Pero aún sintiéndonos afortunados y considerando que nuestros problemas pertenecen a un rango manifiestamente inferior, no se nos escapa que durante las últimas décadas y en particular en estos últimos años de crisis, un cierto sentimiento de infelicidad y de inquietud creciente ha ido calando en todos nosotros. Como si de agua esparcida sobre tierra porosa se tratase, esos sentimientos han ido permeando paulatinamente las diferentes capas que componen nuestra indiferencia, hasta llegar a lo más profundo de nuestro ser y terminar anegando nuestro corazón e incluso en algunos casos –para quien todavía la conserva- nuestra conciencia. Quizás el juicio implacable del tiempo y la razón, han terminado por hacer válida una vez más, aquella frase que nos dejara nuestro querido Ángel Ganivet, “nuestra fuerza está en nuestro ideal con nuestra pobreza, no en la riqueza sin ideales”.

Porque por encima de todo, nuestra infelicidad no procede únicamente de la constatación de una miserable realidad económica, sino de nuestra propia miseria espiritual, ahora más que nunca insatisfecha ante la debacle del imperio de lo material, diluido ante nuestros ojos, para demostrar su volatilidad. Eso si que es lo verdaderamente real y lo que, consciente o inconscientemente, amenaza cada mañana nuestra felicidad. Y es que más grave aún que la económica, la política o la social, lo es la crisis de nuestra propia individualidad insatisfecha, atenazada aún más por esa crisis de lo trascendental y el abandono de la religión. Un problema que supo reflejar Miguel de Unamuno en su obra  Del Sentimiento Trágico de la Vida, “a Dios no le necesitamos ni para que nos enseñe la verdad de las cosas, ni su belleza, ni nos asegure la moralidad con penas y castigos, sino para que nos salve, para que no nos deje morir del todo. Y este anhelo singular es, por ser de todos y de cada uno de los hombres normales, universal y normativo”.

PESE A TODO, SONREIR

Pero si había comenzado hoy con humor, no era solamente por tratar de ganaros una sonrisa o por intentar conseguir esa comunión que debe establecerse entre el orador y el público, sin duda deseable, sino porque todos y cada uno de nosotros necesitamos –con urgencia- empezar a sonreír. Sonreír frente a las dificultades y el infortunio; sonreír ante las desgracias propias y ajenas; sonreír frente a nuestra estupidez y soberbia. Sonreír ante la vida… incluso cuando ésta nos alza la voz. 

Y nadie vaya a pensar que sonreír es cosa poco atenta, trivial o burlesca, porque son la inteligencia y el momento los que establecen la diferencia entre lo propio y lo impropio y no solamente el gesto. Algo que ya supo entender Erasmo de Rotterdam quien para su renacer del hombre sentenciaba “reírse de todo es propio de tontos, pero no reírse de nada lo es de estúpidos”… o hasta el grave e irrepetible Leonardo da Vinci: “si es posible, se debería hacer reír hasta a los muertos”… y así de inmortal dibujo a su Gioconda, pues todavía sigue sonriendo, indiferente al público y ajena al tiempo.

Pero para sonreír desde el respeto, de manera consciente e inteligente -pues la sonrisa sin inteligencia o inoportuna es cosa necia y poco recomendable-, lo primero que necesitamos es comprender el proceso; entender si no en su totalidad, al menos una parte esencial de la vida. Saber, al menos, que lo que nos ocurre es consecuencia de nuestros propios actos o inacciones, de nuestras decisiones, no de una fuerza desconocida, misteriosa, ininteligible, esotérica o malintencionada; no es la caprichosa fortuna o el azaroso infortunio quienes nos han conducido hasta la postración de nuestra humanidad. No; no hay una causa exógena. 

Esa es la buena noticia y lo que nos debería de ayudar a sonreír: somos nosotros quienes tenemos el control de nuestra vida, al menos mientras hacemos uso de ella. A partir de ahí, el segundo motivo para sonreír sería aceptar que los problemas y el sufrimiento forman parte intrínseca de la existencia; comprender que hasta la más dura realidad conlleva como compensación un hermoso aprendizaje. Una lección vital que nos humaniza y nos permite comprender mejor a nuestros semejantes a través de nuestro propio dolor, que en esencia es similar al que pueda padecer cualquier otro ser humano. Y desde esa perspectiva, cobran verdadero sentido las palabras del maestro Séneca: “no te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu; piensa en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cuál giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sean cuales fueran los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un ser humano”. 

Y también las palabras del poeta libanés Khalil Gibran: “el pesar y la pobreza purifican el corazón del hombre, aunque nuestras mentes débiles no ven nada de valor en el universo, salvo la comodidad y la felicidad”.

O las de nuestro Hernando de Acuña, dirigiéndose en su soneto Al Rey nuestro Señor: “más cuanto el mal esta más encumbrado, Y el mundo aprueba más lo que debiera tenerse por infamia y maleficio; Tanto merece ser más estimado el virtuoso obrar,  pues ya no espera la virtud premio, ni castigo el vicio".

Cuanto más pretendamos eludir esta cuestión, cuanto más pretendamos escapar al sufrimiento, más sufriremos por ello, entrando así en un círculo vicioso, cuya consecuencia será un enorme pesimismo existencial y un derrotismo instalado en nuestra vida de forma permanente. En definitiva, como señalaba Nietzsche, “no hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada”. A lo que yo añadiría: y si es posible, sonríe.

RESPONSABLES DE NUESTRA PROPIA VIDA

Somos nosotros quienes nos hemos dado el mundo que habitamos, si no en su primigenia creación, si como usufructuarios del mismo. Somos nosotros quienes lo alteramos, quienes lo modificamos, quienes creamos las condiciones bajo las que se desarrolla nuestra vida en sociedad y quienes establecemos la relación con el propio medio, bajo unas determinadas normas de uso. La ausencia de sensación de responsabilidad es la que hace que seamos incapaces de corregir nuestros actos o inacciones. Pero para actuar de manera responsable debemos tomar conciencia de nuestra propia realidad, de nuestra importancia, de nuestra unicidad y exclusividad. En definitiva, somos nosotros los únicos y últimos responsables de todo aquello que acontece a lo largo de nuestras vidas. Somos todo lo que SOMOS y cada uno de nosotros ES sin excepción. Esa es la esencia que aquel beréber romanizado, Publio Terencio, supo condensar en una de las frases que mejor podrían resumir lo que significa el humanismo:  “homo sum, humani nihil a me alienum puto” –hombre soy; nada de lo humano me es ajeno- 

Esa capacidad de ser, unida a la disponibilidad de aquello que somos, configuran el marco de libertad que se nos ha concedido por derecho propio, por más que las dimensiones del mismo no sean iguales para todos los habitantes del planeta, ni semejantes en todos los lugares. El gran humanista Pico Della Mirandola, trataba de explicar así el papel del ser humano en la Creación: "te he puesto en el centro del mundo para que puedas mirar más fácilmente a tu alrededor y veas todo lo que contiene. No te he creado ni celestial ni terreno, ni mortal ni inmortal, para que seas libre educador y señor de ti mismo, y te des por ti mismo tu propia forma. Tú puedes degenerar hasta el bruto o, en libre elección, regenerarte hasta lo divino. Sólo tú tienes un desarrollo que depende de tu voluntad y engendras en ti los gérmenes de toda vida" . 

Una libertad no siempre aceptada, con frecuencia mal entendida y casi siempre desaprovechada… pero libertad, al fin y al cabo. Una libertad que se condensa y cobra forma en nuestra VOLUNTAD,  para terminar convertida en una herramienta con la cual poder tallar no sólo nuestra incompleta, inacabada y a veces deforme figura, sino con la que labrar y sembrar el mundo para hacerlo más transitable. Un utensilio con el que poder facilitar la vida a nuestros semejantes, haciéndola más llevadera… y mal empleada, también un arma peligrosa, no sólo por su poder para acabar con otras vidas, sino porque en nuestra infinita torpeza, con frecuencia es nuestra propia vida la que se convierte en la primera víctima de una voluntad destructiva; en este caso auto-destructiva. Hasta tal punto es tan nuestra y propia del ser humano esa libertad y esa voluntad, que infinidad de sabios la han defendido y aclamado desde el principio de los tiempos. Entre ellos Fray Diego de Estella, que desde su franca percepción nos recuerda que “de ninguna cosa es el hombre señor, sino de su propia voluntad, la cuál es reina y princesa en el reino del alma, y de tal manera es libre y señora, que no se puede entender cómo la voluntad sea voluntad y no sea libre”.

Junto a ese regalo de libertad, a cada ser humano -sin excepción- se nos ha concedido un lienzo diferente, en donde poder dibujar la obra de nuestra propia vida. Lo que varía, además del entorno que nos ha correspondido por mano del azar o del destino, son las técnicas utilizadas, la gama y calidad de pinturas que tenemos a nuestro alcance, el juego de brochas y pinceles… y el tamaño del lienzo, definido por el mayor o menor grado de libertad de la que podamos disponer. Y al igual que ocurre con la pintura que se exhibe en museos y galerías, la calidad, el resultado final, la menor o mayor valía de la obra expuesta, no vendrá determinada únicamente por la técnica, los colores o el tamaño del lienzo, sino por la maestría y capacidad artística del creador, por su genialidad, por su dedicación, por el trabajo, la pasión y el amor por el arte, reflejados en ese cuadro. ¿Cuántos carboncillos sobre un pequeño papel no superaron a los más exagerados murales y gotelés millonarios?... ¿Quién puede tasar el valor artístico de un lápiz, de una tiza, de un pincel, de un dedo bien utilizado?... ¿Quién se atrevería a descartar a un verdadero artista por carecer de una pared sobre la que pintar, cuando a diario vemos cómo se destrozan a nuestro alrededor cientos de ellas, en nombre del arte y la cultura, o de una libertad mal entendida y peor expresada? Quizás fue esa interpretación del arte, en su relación con la vida, lo que también llevara a Ganivet  a plasmar en su Idearium: “la síntesis espiritual de un país es su arte. Pudiera decirse que el espíritu territorial es la médula; la religión, el cerebro; el espíritu guerrero el corazón; el espíritu jurídico la musculatura; y el espíritu artístico como una red nerviosa, que todo lo enlaza, lo unifica y lo mueve".

Y si bien a cada uno de nosotros nos tocará pintar sobre el lienzo que nos haya correspondido -en función del marco de libertad en que nos desenvolvemos y de acuerdo a los útiles y técnicas a nuestro alcance-, el hecho innegable e invariable es que todos plasmaremos algo sobre ese lienzo. Incluso quien pretendiera dejarlo en blanco, en un vano intento por escapar a la RESPONSABILIDAD y el COMPROMISO que implica el mero hecho de vivir, antes o después terminará arrebatando la virginidad a ese cuadro, pues los trazos quedan marcados tanto por lo que hacemos, como por lo que dejamos de hacer en nuestra vida y lo uno y lo otro, tiene consecuencias para nosotros y para otros seres humanos. Como también escribía Shakespeare en su Julio César, "en las cosas humanas hay una marea que si se toma a tiempo conduce a la fortuna; para quien la deja pasar, el viaje de la vida se pierde en bajíos y desdichas”.

Buscar una explicación a las causas que han hecho posible esta realidad no es tarea sencilla, pero lo importante no es tanto el por qué, sino tomar conciencia de que la RESPONSABILIDAD es exclusivamente nuestra. Con todo y para los que tratan siempre de encontrar respuestas, quizás fue Ortega y Gasset uno de los que mejor supo comprender el problema y hoy sigue siendo válida la explicación que nos daba en La Rebelión de las Masas: “esta es la cuestión: Europa se ha quedado sin moral. No es que el hombre-masa menosprecie una anticuada en beneficio de otra emergente, sino que el centro de su régimen vital consiste precisamente en la aspiración a vivir sin supeditarse a moral alguna… Si dejamos a un lado todos los grupos que significan supervivencias del pasado –los cristianos, los idealistas, los viejos liberales, etc.- no se hallará entre todos los que representan la época actual uno solo cuya actitud ante la vida no se reduzca a creer que tiene todos los derechos y ninguna obligación… Cualquiera sustancia que caiga sobre un alma así dará el mismo resultado y se convertirá en pretexto para no supeditarse a nada concreto”.

DEL YO AL NOSOTROS: EL BIEN COMÚN

Otro motivo para sonreír desde la serenidad, es aceptar que no siempre lo que nos han enseñado es lo correcto, que lo aprendido no tiene por qué ser por definición lo más adecuado, que la nuestra no es la única cultura existente o ni siquiera necesariamente la mejor. Debemos potenciar nuestra capacidad de analizar aquello que nos rodea, de pensar por nosotros mismos; desarrollar el PENSAMIENTO CRÍTICO, la HUMILDAD y abrirnos a otras posibilidades, incluso a la MODIFICACIÓN DEL PARADIGMA SOCIAL. La evolución se basa, precisamente, en el cambio, no en la inmovilidad y lo mismo sucede con el aprendizaje: conocemos a través de la acción y la experiencia. Siguiendo con Ortega y Gasset, nos continúa recordando: “el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su persona esas exigencias superiores. Y es indudable que la división más radical que cabe hacer en la humanidad es que está en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva”.

Y uno de los mayores errores que como civilización hemos cometido es pensar en términos absolutamente mercantilistas, en ese egoísmo exacerbado en que ha devenido un liberalismo mal entendido, cuyo última consecuencia ha sido el individualismo más absoluto y la exaltación absurda y miope del Yo. Jacinto Benavente lo dejó plasmado en su ácida poesía El Meeting de la Humanidad:

En el "meeting" de la Humanidad,
millones de hombres gritan lo mismo:
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo...!
¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo...!
¡Cu, cu, cantaba la rana;
cu, cu, debajo del agua...!
¡Qué monótona es la raza humana!
¡Qué monótono es el hombre mono!
¡Yo, yo, yo, yo, yo!
Y luego: A mí, para mí;
en mi opinión, a mi entender.
¡Mi, mi, mi, mi!
Y en francés hay un "Moi"!
¡Oh!, el "Moi" francés, ¡ése sí que es grande!
"¡Monsieur le Moi¡"
La rana es mejor.
¡Cu, cu, cu, cu, cu!
Sólo los que aman saben decir ¡Tú!

Como ejemplo de esa exaltación del Yo en detrimento del Nosotros –y del propio Yo- y de cómo nuestros esquemas mentales no siempre tienen por que ser los más acertados e incluso con frecuencia nos traicionan, podría valer la experiencia vivida por un antropólogo occidental en África. Al parecer, el investigador propuso un juego a los niños de una tribu sudafricana, perteneciente a la cultura Xhosa: depositó un cesto de frutas junto un árbol y les dijo a los niños que el primero que llegara se quedaría con todas las frutas. Cuando dio la señal para que se iniciara la carrera, todos los niños se cogieron de la mano y cuando se aseguraron de que todas las manos estaban entrelazadas, corrieron juntos… y juntos llegaron hasta el árbol, en donde todos, sin excepción, disfrutaron del contenido de aquel cesto. Cuando él antropólogo les preguntó por qué habían hecho tal cosa, si uno solo podría haberse llevado todas las frutas, le respondieron: ¡UBUNTU! y le le explicaron qué cómo iba a ser posible que uno sólo de ellos pudiera estar contento, si todos los demás estaban tristes. En la cultura Xhosa, ubuntu significa: “yo soy porque nosotros somos”. (2)

Y es que esa misma conciencia que nos descubre la realidad y el sentimiento de ser responsables de nuestras propias vidas, nos debería de encaminar hacia un sentimiento algo más amplio, el de la CORRESPONSABILIDAD, que es que el trasciende el propio YO –a través de su conocimiento y de su aceptación- y nos conduce hasta el NOSOTROS. Una corresponsabilidad basada en la respuesta que damos a la llamada de otro ser humano, que en realidad no deberíamos esperar a tener que escuchar para ser movidos a la acción, puesto que la necesidad, en base a la dureza de la vida que señalaba algo más arriba, es ininterrumpida y permanente.

Para ello debemos rechazar esa concepción utilitarista de la vida, la cosificación de los seres humanos que nos rodean, para convertirlos en iguales y establecer con ellos una relación desde esos planos de igualdad. Martin Buber, una de las figuras más importantes del siglo XX en el ámbito de la educación, destacó que era precisamente en la relación y en el diálogo Yo-Tú frente al monólogo Yo-Ello en donde sucumbían la mayoría de las relaciones humanas (3). Según Buber, la clave reside en encontrar un equilibrio entre el individualismo extremo –el hombre ante sí mismo- y la perspectiva colectiva –que no tiene en cuenta a la persona, sino únicamente a la sociedad- y para ello resulta esencial el concepto de INCLUSIÓN: sentirse uno mismo y al mismo tiempo sentir al otro en su propia singularidad. Y más allá de ello, en el plano de lo espiritual, nuestro encuentro con Dios también discurre a través del conocimiento y el reconocimiento de nuestros semejantes, pues tal y como señala: "la palabra de una persona que desea hablar con un ser humano sin hablar con Dios es incompleta, pero la palabra de alguien que desea hablar con Dios sin el hombre, sencillamente es inexistente".

Y en una línea similar, Santiago Ramón y Cajal también nos recuerda que “en la naturaleza no hay superior ni inferior, ni cosas accesorias y principales. Esas jerarquías que nuestro espíritu se complace en asignar a los fenómenos naturales, proceden de que, en lugar de considerar las cosas en sí y en su interno encadenamiento, las miramos únicamente en relación a la utilidad o el placer que puedan proporcionarnos. En la cadena de la vida todos los eslabones son igualmente valiosos, porque todos resultan igualmente necesarios”.

Es ese concepto de BIEN COMÚN, que incluye la corresponsabilidad hacia los otros seres humanos, el que constituye la esencia del Cristianismo y lo que podemos encontrar como base de la mayoría de las grandes culturas y religiones que haya podido crear el hombre. Quizás porque su universalidad se fundamenta en algo mucho más primitivo, como fueron aquellas primeras comunidades colaborativas de homínidos, cuyo proceso de humanización más importante fue la toma de conciencia de su propia existencia y con ella, de la responsabilidad y el compromiso con el grupo como base de la supervivencia del mismo, lo cuál también incluía la propia.

UN COMPROMISO BASADO EN EL AMOR

El compromiso con el ser humano, con lo que somos, con el propio planeta y con las otras personas –con el bien común-, implica ELECCIÓN, PERSEVERANCIA, probablemente SACRIFICIOS, CAMBIOS y COHERENCIA con uno mismo. Seguramente también VALENTÍA. 

Un compromiso que debería empezar también por recuperar esa relación primigenia con la naturaleza, SACRALIZANDO nuevamente el planeta que habitamos, puesto que de él depende nuestra supervivencia… y la de quienes deberán heredar nuestro legado. Nadie puede abrogarse la facultad de destruir algo de cuya propiedad carece, pues tan solo somos usufructuarios de un planeta que por derecho pertenece, no ya a toda la humanidad -incluso a la venidera-, sino a cada uno de los seres vivos que lo habitan.

La base de ese compromiso, lo que nos permite establecerlo, cimentarlo, consolidarlo y cumplir con ello, es esa capacidad de amar que los seres humanos llevamos impregnada en nuestra más elemental estructura genética. Una cualidad que nos distingue sobre cualquier otra especie conocida y que Fray Diego de Estella suplo plasmar con singular belleza: “si quisieras que nos salváramos por las limosnas, no se salvarían los pobres, porque no tienen de qué hacer limosna. Si en los ayunos estuviera nuestra salud, no se salvaran los enfermos y flacos. Si en la doctrina y sabiduría, ¿qué hicieran los simples y los que poco saben? Si en la virginidad, ¿en qué esperaran los casados? Y si en la pobreza, ¿qué hicieran los ricos? Y así de todas las otras cosas. Muchos se podrían excusar y así quedarían excluidos de la bienaventuranza. Más del amor, ¿quién se excusará? ¿Quién legítimamente será excluido? Todos te pueden amar, Señor, y a sabios y no sabios, a ricos y pobres, a chicos y a grandes, a mozos y viejos, a hombres y mujeres y a todo estado y a toda edad es común el amor. Porque ninguno es flaco, ninguno es pobre y ninguno es viejo para amar”. 

Es ese compromiso, basado y expresado a través del AMOR y realizado en base a esa INTELIGENCIA vital igualmente imprescindible, el que nos debería permitir recuperar nuestra parte más humana, humanizando con ello a toda nuestra sociedad, de dentro hacia afuera y de abajo hacia arriba, pero también impulsándola y derramándola desde la responsabilidad que implica el liderazgo. Un compromiso que nos permita: 

Humanizar la familia, como pilar esencial de la sociedad y foco del amor más genuino y elemental, rescatándola del papel secundario que se le ha pretendido asignar o de su devaluación progresiva.
Humanizar la educación infantil, enseñando que educar en valores es la mejor garantía para conseguir con el tiempo una sociedad verdaderamente humana, haciendo del proceso educativo algo permanente y motivando para el auto-aprendizaje y la auto-perfección.
Humanizar la universidad y las escuelas profesionales, que desde el rigor y la verdad, deberían desarrollar nuestras mejores capacidades antes que alterarlas, contribuyendo a formar personas y no meros engranajes de un mecanismo económico, o competidores insaciables.
Humanizar la cultura, para promover y distinguir aquello que verdaderamente lo sea, evitando la confusión y limitando la mercantilización excesiva de lo inconsistente, para no sólo ser consumidores de cultura, sino ante todo, asimiladores de cultura. 
Humanizar la empresa, cuyo principal objetivo debería ser prestar un servicio a la sociedad y no exclusivamente perseguir el máximo beneficio, entendiendo que quienes en ellas trabajan son, ante todo, personas y no simples factores productivos.
Humanizar los medios de comunicación, y en particular la televisión, mediante la sensibilización y la concienciación sobre su capacidad de influir positiva o negativamente en la sociedad, revisando qué, para quién, de qué manera y con qué objetivo se comunica.
Humanizar los espacios públicos, haciéndolos accesibles para todas las personas, incluidas las que puedan tener carencias o dificultades y creando entornos que contribuyan activamente a desarrollar nuestro bienestar, tanto el físico como el espiritual. 
Humanizar la política, instaurando también para esta profesión el concepto de excelencia y haciendo de ella una actividad noble, con personas debidamente formadas -especialmente en valores humanos- y enfocada hacia el servicio a la comunidad, hacia el bien común, por encima del cualquier egoísmo o individualidad.
Humanizar la sanidad, tratando no sólo que sea universal, sino que considere a los pacientes como personas y que este basada en el respeto y la dignidad. El trato humano no puede depender exclusivamente de la voluntad o el sacrificio del personal médico y sanitario, sino que el propio sistema debe de propiciarlo y valorarlo.
Humanizar la ley, partiendo de la premisa elemental de que las leyes deberían estar al servicio de las personas y no las personas al servicio de las leyes. No se pueden utilizar las leyes para cubrir o encubrir los dislates, los errores y los intereses espurios de quienes gobiernan.
Humanizar la justicia, haciendo que la misma sea de verdad igual para todos y garantizando su independencia, su imparcialidad y sobre todo, su humanidad. Nada hay más inhumano que la injusticia y la impunidad de quienes atentan contra la vida, el bienestar y la felicidad de las personas o el bien común.
Humanizar la religión, conteniendo los excesos de formalismo y una rigidez no siempre coherente con la realidad social, o incluso con la esencia del mensaje que se pretende divulgar y que no hacen sino devaluar su validez y enmascarar la trascendencia de la propia espiritualidad.
Humanizar, en definitiva, nuestra actitud ante la vida y ante los demás, a los que deberíamos entender como iguales, como personas y no como piezas de un tablero a las que utilizamos exclusivamente para conseguir nuestros propios fines.

Para llevar a cabo ese compromiso, además de revisar nuestra capacidad para amar a otras personas, de recuperarla, motivarla y fomentarla, deberemos seguir creyendo en el ser humano y en nuestra propia humanidad. No ya como algo que permite desarrollar nuestra individualidad desde la comprensión de lo que somos y desde la comprensión de las otras individualidades que componen la humanidad, sino como un todo entrelazado, del cuál formamos parte. Una parte irrepetible y esencial. 

Y si empezaba esta intervención con un pequeño cuento, quisiera terminar con una gran poesía de Ángela Figuera, cuyo título es, precisamente, Creo en el Hombre:

Porque nací y parí con sangre y llanto;
porque de sangre y llanto soy y somos,
porque entre sangre y llanto canto y canta,
creo en el hombre.

Porque camina erguido por la tierra
llevando un cielo cruel sobre la frente
y el plomo del pecado en las rodillas,
creo en el hombre.

Porque ara y siembra sin comer el fruto
y forja el hierro con el hambre al lado
y bebe un vino que el sudor fermenta,
creo en el hombre.

Porque se ríe a diario entre los lobos
y abre ventanas para ver los pinos
y cruza el fuego y pisa los glaciares,
creo en el hombre.

Porque se arroja al agua más profunda
para extraer un náufrago, una perla,
un sueño, una verdad, un pez dorado,
creo en el hombre.

Porque sus manos torpes y mortales
saben acariciar una mejilla,
tocar el violín, mover la pluma,
coger un pajarillo sin que muera,
creo en el hombre.

Porque apoyó sus alas en el viento,
porque estampó en la luna su mensaje
porque gobierna el número y el átomo,
creo en el hombre.

Porque conserva un cajón secreto
una ramita, un rizo, una peonza
y un corazón de dulce sus letras,
creo en el hombre.

Porque se acuesta y duerme bajo el rayo
y ama y engendra al borde de la muerte
y alza a su hijo sobre los escombros
y cada noche espera que amanezca,
creo en el hombre.

Muchas gracias.

Por Alberto de Zunzunegui

Notas:
(1) Datos recogidos en el INFORME FOESSA 2012, Exclusión y Desarrollo Social
(2)  No he podido constatar que la historia –encontrada en Internet- sea cierta, pero si la veracidad del término UBUNTU, ampliamente estudiado y su significado para la etnia Xhosa “yo soy porque nosotros somos”. Las principales fuentes consultadas son entre otras, las siguientes:  Win van Binsbergen, UBUNTU and the Globalisation of Sothern Africa Thought and Society, y Dorothy R. Jolley, UBUNTU a Person is a Person. También existe una importante fundación que promueve esa filosofía tradicional contenida en el término UBUNTU: The South African Ubuntu Foundation, creada por Kevin Chaplin y cuyo Patrono es Desmond Tutu, que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1984.
(3) Kalman Yaron, Martin Buber, publicado inicialmente en Prospects: the quarterly review of comparative education (Paris, UNESCO: International Bureau of Education), vol. XXIII, no. 1/2, 1993, p. 135-146.  

2 comentarios:

Miguel Ángel dijo...

Brillante exposición que no deja indiferente al lector. Merece leerlo varias veces y una reflexión sosegada.

Humanitum Iratus dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Miguel Ángel y sobre todo por seguir nuestra página. Un afectuoso saludo,
Alberto de Zunzunegui