domingo, 15 de abril de 2012

RADU MIHAILEANU

Érase una vez un mes de abril de hace cincuenta y cuatro años. Mordehai Buchmann ve pasar las horas de esta nueva primavera en la que está a punto de nacer su hijo, un niño judío que llega al mundo en Bucarest, una ciudad doliente y cansada, como el mismo Mordehai. ¡Cuantas horas de sufrimiento ha tenido que soportar este periodista rumano para poder escapar vivo de los campamentos nazis! Intenta imaginar como será la criatura cuya llegada espera con tanta ansia. Algún día, cuando el dolor se haya suavizado por el paso de los años, es posible que pueda  contarle la historia de estos últimos tiempos en los que el mundo dio tantas vueltas que, en una de ellas y para sobrevivir al horror, hubo de cambiar hasta su nombre. Ahora el judío Mordehai Buchmann, ha muerto. Para el resto de su vida él será conocido por todos como Ion Mihaileanu, el guionista de una emblemática película “Duminica le ora 6”.

Medio siglo después, aquel niño se ha convertido en un afamado director y guionista cinematográfico que, huyendo de la dictadura de Ceausescu, recaló en Israel y finalmente se exilió en Francia. Allí empieza a colaborar como ayudante, y luego como co-guionista, con  prestigiosos directores, incluido nuestro Fernando Trueba, hasta  que a sus treinta y cinco años filma y firma su primer largometraje “Traidor” (Trahir, 1993); en esta cinta encierra al protagonista, escritor disidente del régimen comunista, entre los muros de una terrorífica y claustrofóbica cárcel de su Rumania natal. Radu modela a un esplendido ser humano, que intenta no ceder en sus planteamientos, evitar la delación y sobrellevar sus penosas condiciones, escribiendo hasta con las uñas por las paredes de su celda, hasta que la tentación va haciendo mella en su espíritu…

Cinco años más tarde nos presenta su segunda película: ”El Tren de la vida” (Train de vie,1998). En esta ocasión aborda de frente el problema del Holocausto a través del horror  propiciado en las pequeñas ciudades de la Europa del Este por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Un grupo de judíos organiza un convoy que simula un tren de prisioneros, para escapar del terror y del exterminio del pueblo, en una increíble mezcla de dramatismo, comedia y poesía que hace que, inevitablemente, nuestro recuerdo vuelva a Ion Mihaileanu y a sus demonios familiares.

“Vete y vuelve” (Va, vis, et deviens, 2005), es un canto de amor filial en el que, ante la atroz injusticia que desgarra al tercer mundo, se van superponiendo los sentimientos en una batalla silente entre  la amargura, la renuncia, la ternura y el dolor. La belleza de las imágenes y la magnífica puesta en escena, se apodera de tal manera de propios y extraños que nos encontramos formando parte de un mundo en el que la calidad humana de los personajes y los auténticos valores que impregnan sus vidas nos contagian, nos emocionan y nos hacen vibrar. La historia se desarrolla en los años ochenta del siglo XX cuando, a instancias de EEUU e Israel, se pone en marcha la “Operación Moisés”, cuya finalidad es llevar a los judíos etíopes (los llamados falashas) a Israel, librándoles así de la muerte, ya sea por enfermedad, por agotamiento o por la hambruna que padecen en el campamento sudanés, en el que malviven junto a miles de refugiados de diversas etnias y países africanos. Una madre cristiana, ante la posibilidad de salvar a su hijo de nueve años, le convence  para que haciéndose pasar por judío etíope se una a  la expedición, y se  libre así de una muerte más que probable. El pequeño llega como huérfano a la Tierra Prometida, intenta olvidar quien y cómo fue su vida anterior y, día tras día, va integrándose con gran dificultad en un mundo nuevo, y descubriendo las dulzuras y amargores de su nueva situación, mientras que, noche tras noche, al contemplar la luna, mantiene un monólogo con aquella madre que fue capaz de apartarlo de ella para que pudiera sobrevivir…

Y de repente se produce lo que, en principio, parece un cambio de registro, y en 2009 Mihaileanu nos traslada de Moscú a Paris para que escuchemos la hermosa interpretación de Tchaikowsky que el antiguo director del Bolschoi de Moscú, en compañía de los que fueran antiguos músicos, nos tiene preparado en el  teatro del Châtelet  parisino. Y, en un abrir y cerrar de ojos, organiza “El concierto”, una película increíble y mágica en el que la comedia, la tragedia, la fantasía y la ilusión nos hacen llorar y reír, al tiempo que  un puñado de comediantes excelsos se adueñan de la escena y de nuestros corazones, haciendo creíble un sinsentido hermoso que, como los cuentos de antes, colorín colorado, tiene un soberbio final. 

Para terminar, resulta curioso que un judío describa de forma tan autentica y documentada la   problemática que aborda “La fuente de las mujeres” (La source, 2011). Mihaileanu afirma cuando le preguntan sobre ello que “Judíos y árabes proceden de la misma raza semítica. Cuando se intenta hablar de la belleza de una cultura que no es la propia pero que tiene unas, raíces, una música, unos alimentos, y una forma de vida común, a nadie puede extrañarle que un judío describa con tanta pasión y nostalgia una hermosa historia de amor, dolor y superación entre seres humanos, sean árabes, cristianos o judíos”.

“Las mil y una noches”, fueron los cuentos que una mujer inventó cada noche  para poder ver amanecer al día siguiente, y sirve magníficamente de hilo conductor del mensaje que Milhaileanou traslada a todas las la mujeres árabes: El valor que supone para su integración  el saber hacerse escuchar, su voz ha de ser la provocación para que, a través de muchas primaveras árabes, lleguen a alcanzar su completa liberación.  

El papel primordial del amor y la comprensión de un hombre: su marido, facilita que la bella Leïla se decida a incitar, contra viento y marea, la rebelión de las ciudadanas de un pequeño y aislado pueblo, en el que para conseguir llenar sus cubos de agua deben ser ellas las que a diario suban y bajen la pedregosa y reseca montaña, donde se ubica la única fuente de la localidad, mientras que los hombres, en su mayoría inactivos y perezosos, permanecen charlando en sus casas al resguardo del ardiente sol. La idea de comenzar una huelga en la que se niegan a mantener relaciones con sus maridos hasta que no faciliten la llegada del agua al  pueblo, es el “leitmotif” de esta comedia costumbrista y colorista que, al tiempo que nos deja su profundo mensaje, nos provoca la sonrisa una y otra vez. El film está basado en un hecho real y el escenario escogido es impecable, como lo es también la interpretación del grupo de mujeres rebeldes.

Hasta aquí el trabajo de un guionista y director cinematográfico que nació en Rumanía, pero que, sin duda, es un ciudadano del mundo, capaz de comprender el sufrimiento y los anhelos de otras razas y otros pueblos, y de denunciar las injusticias sean del signo y del color que sean. En todas y cada una de sus películas, este realizador se muestra comprometido con unos valores universales en los que cree y por los que lucha con la mejor herramienta que tiene, conoce y domina. 

No sé si Ion Mihaileanu sigue vivo, pero estoy convencida de que el hijo que esperaba con tanta ilusión en aquel mes de abril de hace cincuenta y cuatro años  es un bendito judío rumano que va por este mundo haciendo el bien. ¡Shalom!

Por Elena Méndez-Leite

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