lunes, 7 de febrero de 2011

LECLERCQ Y LA JERARQUÍA DE LOS VALORES

" Cuando Descartes tuvo el sueño profético que decidió su vocación estaba practicando lo que llamamos en nuestros días una dulce «flema». Y Newton debajo de su árbol, y Arquímedes en su baño. Y cuando Platón platicaba con sus amigos en los jardines de Academos no practicaba lo que nuestro siglo llama vida intensa. ¿No son sus diálogos pura morosidad?

No; no es corriendo, no es en el tumulto de las gentes y en el apresuramiento de cien cosas atropelladas como se reconoce la belleza y como florece ésta. La soledad, el silencio, el reposo, son necesarios para todo nacimiento, y si alguna vez un pensamiento o una obra de arte surgen como un relámpago, es que ha habido antes una larga incubación de morosidad" . Jacques Leclercq


El filósofo belga Jacques Leclercq, que podemos conceptuar como destacado humanista católico, nos ofrece en su libro “Diálogo del hombre y de Dios” unas lúcidas reflexiones sobre la importancia de reconocer y respetar la verdadera jerarquía de los valores, teniendo en todo momento presente la primacía de los valores espirituales sobre los valores materiales.

Leclerq advierte que si la civilización se ve hoy día seriamente amenazada, corriendo el peligro de perecer, es porque se ha despreciado los valores espirituales, que son los más importantes para el ser humano, relegándolos a un segundo plano y supeditándolos a los valores materiales, con una completa inversión de la correcta jerarquía; es porque “se ha dado una importancia demasiado exclusiva a los económicos, es también por falta de una concepción justa del lugar de las cosas”.

El gran intelectual belga nos recuerda que “la medida del hombre es la de las cosas en que se transforma, al unirse a ellas”, pues “cuando el hombre se une a una cosa, se vuelve ella, o ella se vuelve él”. Y en este sentido, hay que tener en cuenta que “el hombre se embrutece si se vuelve una cosa inferior a sí mismo”, como ocurre cuando se deja absorber por los intereses, tendencias e inclinaciones carnales o materiales. Basta recordar, por ejemplo, “la penosa impresión que causan esos hombres para quienes la vida se reduce al amor carnal, o a comer y beber”. El hombre, por el contrario, se eleva y gana en grandeza “cuando se absorbe en una búsqueda espiritual, y esa grandeza aumenta a medida que el valor espiritual buscado se aproxima a lo Absoluto”.

Los valores materiales son necesarios para la vida, hay que saber valorarlos y apreciarlos, pero no hay que olvidar nunca su carácter subordinado a valores de rango superior, mucho más decisivos para la vida humana.

Leclerq lo expone con magistral claridad: “Debemos asimilarnos los valores materiales para servirnos de ellos y desarrollarnos gracias a ellos. El alimento, el dinero, el desarrollo muscular, son todas cosas de que debemos servirnos sin someternos a ellas. Cuando el hombre se deja esclavizar por esos valores, cuando se lo subordina, cuando permite que ellos se vuelvan su guía en lugar de ordenarlos a sí mismo, el hombre se envilece.

Por el contrario, se engrandece cuando se somete a los valores espirituales. Debe someterse a lo verdadero, a lo bello, a lo bueno; debe olvidarse de sí ante esos tres valores. El hombre crece en la medida en que se absorbe en lo universal, en que, olvidándose a sí mismo, deja tomar su vida, todo su ser, por esos valores espirituales que no son en realidad sino teofanías  --formas en las cuales se nos manifiesta Dios--, que a Él nos llevan, y las cuales no comprendemos exactamente sino en la medida en que vemos en ellas a Dios y en que vemos la identidad de esos universales trascendentales con el Ser trascendental que es Dios”.

Por Antonio Medrano

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