viernes, 31 de mayo de 2013

DOMINAR UN IDIOMA

Fotografía: Rafa Llano
"Escribir es soñar con las manos"
Desde hace muchos años se ha empleado esta locución para dar a entender que se está en plena posesión del conocimiento de un idioma, vernáculo o no. Generalmente, exceptuando al pretencioso de turno, no es el propio interesado sino los demás quienes lo emplean, puesto que los que han dedicado tiempo, capacidad y empeño a la noble tarea de bucear en los entresijos de una lengua, eluden el uso del pomposo sustantivo “dominio” sustituyéndolo por adverbios tales como correcta o fluidamente, acompañados de los verbos hablar y/o escribir.

Quienes estamos habituados a la lectura de currículos varios advertimos el cambio que se ha producido en su redacción en los últimos años. A mediados del siglo veinte los aspirantes a cualquier puesto enumeraban, especificaban y hasta aportaban pruebas evidentes de cuantos méritos les adornaban, mientras que –siempre como coletilla final- incluían de manera poco clara, y casi timoratamente, su nivel de capacidad en uno o varios idiomas extranjeros.  

Quizá debido en parte a nuestro perfil netamente europeo y, más recientemente, a la situación de crisis de nuestro país, en la actualidad las tornas han cambiado y se hace un énfasis evidente en todo lo que respecta al nivel de conocimiento que el individuo en cuestión tiene de otra u otras lenguas. Curiosamente ni entonces ni ahora me he encontrado con que en alguno de estos documentos “el abajo firmante” indicara si conocía en profundidad y convenientemente su propia habla, no sé si dando por sentado que así era, o que para él carecía de importancia el dato. 

Repasando los planes de estudio anteriores e incluso actuales, comprobamos que el aprendizaje de nuestra lengua castellana se ha considerado como asignatura temporal, es decir: durante los primeros años se profundiza en ella, después se tiene por aprendida y aprehendida, y aquí paz y después gloria. Craso error puesto que el lenguaje infantil es elemental, breve e insuficiente y necesita irse desarrollando paulatina y amorosamente junto al propio crecimiento del pequeño, que no será pleno si carece de la riqueza de expresión de cada palabra que le vaya siendo precisa en las distintas etapas de su vida, a más de que el lenguaje es algo vivo y, por tanto, en permanente evolución, por lo que solo con un estudio exhaustivo y reciclado de nuestro léxico podremos acceder en plenitud a las distintas materias de formación, para así transmitir después nuestros conocimientos de forma clara y concisa haciéndonos entender  con facilidad y soltura.

De las otras lenguas españolas ¿qué podríamos decir? En lugar de propiciar su estudio favoreciendo el aprendizaje y análisis comparativo de todas y cada una de ellas, se utilizan como arma arrojadiza para emponzoñar sentimientos, sembrar discordias, y originar falsas enemistades entre los españoles de bien. ¡Que necedad! Y en lo que a otras hablas de fuera de nuestras fronteras se refiere, hasta hace escaso tiempo eran asignaturas complementarias, o simplemente “Marías” ¿Conocen ustedes a algún alumno a quien le preocupara una mala calificación en lengua extranjera más que una en matemáticas o física? Solo el pensarlo provocaría hilaridad, y quizá esa poca relevancia que se le concedía en la formación integral del educando haya sido la culpable del empobrecimiento de nuestros idiomas; del uso de un vocabulario tan escaso como nunca antes se había visto; del abuso de frases malsonantes que, haciendo caso de omiso de la advertencia sabia por proverbial de que “más vale taco bien echado que Padrenuestro mal rezado”, amargan cualquier conversación; del desconocimiento, cuando no de la desaparición del rico caudal de expresiones tan notable en el uso verbal de nuestro entorno; de las patadas a la prosodia tan habitual en comentaristas y conferenciantes, y de la proliferación de palabros inventados al buen tuntún que se van adentrando en el lenguaje habitual sustituyendo a hermosas expresiones hoy perdidas entre las páginas de nuestra mejor literatura, condenadas a la obsolescencia y a la incomprensión de las nuevas generaciones.

Para mayor inri en medio de esta torpeza de léxico contemplamos el avance imparable de los multimedia. Nuestra juventud se ha asido a ellos con verdadera fruición. El uso masivo de artilugios cada vez más completos y sofisticados -magníficos por otra parte para un sin fin de aplicaciones-, ha propiciado con la brevedad de sus mensajes la supresión de letras, tildes, y otros signos de puntuación, por lo que a menudo nos vemos obligados a descifrar estos jeroglíficos del siglo XXI, para los que ya existen hasta diccionarios explicativos de dichas grafías comprimidas cuya traducción es un auténtico ejercicio de estulticia. En lo que a Internet se refiere, va resultando cada vez más complicado para el resto de las lenguas sobrevivir, ante la invasión de términos sajones o siglas y otras lindezas, en las que apenas sin darnos cuenta nos vamos adentrando, arrinconando nuestra propio idioma, eliminando de un plumazo sinónimos y antónimos, locuciones y otras artes retóricas que puedan alargar más de la cuenta cualquier comunicación. Ha quedado desterrado todo aquello que traduzca en aumento del gasto pecuniario el lujo de hablar y escribir bien. En este sentido si alguna carencia duele más en la multitud de campañas publicitarias llevadas a cabo en los distintos países europeos para el buen desarrollo de nuestra unión, ninguna me ha parecido más atroz que el descuido por no decir el olvido y el desamor por los ricos y variados lenguajes de sus miembros. Se aboga por inculcar en las mentes juveniles la idea de que basta conocer unas cuantas palabras que nos permitan la comunicación elemental con otros pueblos, y hasta he llegado a leer que la expresividad gestual de los ciudadanos de países mediterráneos hace prácticamente innecesario el empleo de un idioma extranjero, cuando de todos es sabido que la comunicación oral cuenta entre sus más fieles defensores a cuantos nacimos a orillas del Mare Nostrum.

¡Que poco interés por descubrir los orígenes, evolución y desarrollo de la expresión oral y escrita, que escasa promoción de la riqueza que encierran; que necio abandono de tan hermosísimo medio de relación. En esta época de vorágine en la que nos ha tocado vivir tendemos a la superficialidad en todo y a la profundización en nada. Con cuánta frecuencia, sin embargo, nos martillean los oídos con una loa nefasta sobre la rapidez como símbolo de eficacia: Aprenda ingles en tres semanas, hable francés sin esfuerzo, método simple para aprender chino en quince días y otras perlas por el estilo ¿No nos parecería una aberración escuchar anuncios publicitarios del tipo: Hágase ingeniero en este fin de semana, o prepare su oposición mientras navega por Punta Cana. ¿Cuándo vamos a ser capaces de valorar las distintas disciplinas de formación de un modo lógico, razonable y entrelazado y sin menosprecio de ninguna de ellas?

Dicho todo esto, no es menos cierto que aun contamos con expertos lingüistas, traductores e intérpretes que aportan el lujo de sus conocimientos a las diferentes tareas que acometen. Aún no son tantos como sería de desear pero bienvenidos sean porque propician el conocimiento y la valoración mutua, la tolerancia, -que no la permisividad- la formación intercultural de los pueblos y el éxito de las relaciones internacionales, a la vez que contribuyen a enriquecer nuestro horizonte aportando a su vez la exacta adaptación de tantas obras literarias que llegaban a nuestro espíritu mutiladas por versiones imperfectas convirtiéndose, en el peor de los casos, en burdas parodias del original. 

Sigamos siendo optimistas, poco a poco se van poniendo pilares para remediar nuestras carencias, y ahora resulta gratificante ver en las escuelas de primaria a los pequeños que empiezan a familiarizar su lengua de trapo con el sonido de otros idiomas, como resulta también consolador comprobar que la palabra esfuerzo vuelve a formar parte integrante de nuestro vocabulario. Ya es hora de que se derrumbe, de una vez por todas, el muro de la facilidad, del todo vale, del miedo torpe a la renuncia y al sacrificio. Solo caminando por el auténtico sendero de una sociedad de mérito y progreso en la que a cada cual se le exija poner toda la carne en el asador podremos conseguir justificadamente el ansiado premio. Creo que no habría gran dificultad en gritarlo a los cuatro vientos, porque cualquiera que sea el idioma del que lo escuche estoy convencida de que sabrá entenderlo.

Por Elena Méndez-Leite

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fantástico en la línea de pensamiento y en la coherencia de su discurso.

Un saludo,

Olga