martes, 10 de mayo de 2011

LOS LIBROS

Tras un período más o menos breve de embarazo, los libros van naciendo aquí y allá como las gentes. Unos encuentran los medios para celebrar un bautizo sonado, al que acuden invitados de prosopopeya, hayan eco en las notas de sociedad y, tras ser ojeados, dedicados, y elogiados, pasan a formar parte de las listas de los más comprados, que no significa de los más leídos. Otros por el contrario vienen al mundo sin padrinos, reciben las aguas bautismales en compañía de un reducido grupo de incondicionales y tras su breve paso por los escaparates, comienzan una vida oscura y difícil de sobrellevar. Los hay que no llegan a lograrse tras gestaciones ásperas y difíciles, mientras que hay otros que a las pocas horas de nacer pasan a formar parte de la estantería de cuatro familiares, algún amigo bondadoso y pare usted de contar, están además los que nunca llegan a ser leídos a pesar de parirse y publicarse Estos últimos e inexistentes son aquellos que yo llamo los no libros, pues es bien sabido que “un libro no es libro hasta que alguien lo lee”. Ana María Matute dixit.

Hay otra clase de libros que para mí son privilegiados. En primer lugar, aquellos que son adquiridos con amor e interés por alguien que como un padre solícito los acaricia, los ojea, aspira su característico olor, suspira, y después los lee sin prisas y con pausa. Una vez terminada su lectura lo conserva unos instantes entre sus manos como sintiendo pesar por tener que abandonar sus páginas, y al fin lentamente lo deposita con suavidad en un espacio previamente buscado y elegido en la biblioteca para que permanezca junto a él de por vida.

En segundo lugar están todos aquellos tomos que forman parte de los catálogos de las hermosísimas Bibliotecas Públicas que, cada vez en mayor número y con los medios más sofisticados se extienden por pueblos y ciudades de nuestro país y su entorno. Ese conjunto de libros que con mayor o menor acierto han sido elegidos y salvados de entre otros miles para gozar de una vida larga, cuidada y sin sobresaltos, con la seguridad de saber que su historia se mantendrá viva por tiempo y tiempo y de que serán muchos los ojos de toda edad y condición que bucearán entre sus renglones, llorarán de emoción, se abrirán de asombro y se entrecerrarán para meditar su contenido.

Disfruto participando del rito previo de los visitantes que han de escoger un libro en una biblioteca, a menudo hasta juego a adivinar, por el aspecto y la edad del individuo, cual será el elegido por cada sujeto. Intento vano casi siempre. Me fijo en la expresión de su rostro al consultar si está disponible, observo su impaciencia mientras llega la entrega, comparto su sonrisa al tenerlo entre sus manos y le sigo con la mirada hasta que sale de la sala de préstamos o acaba encontrando el acomodo ideal en ella para consultarlo o saborearlo con fruición. En los años que pasé al cargo de bibliotecas nunca tuve el sobresalto de que alguno de los usuarios descuidara el libro prestado, todo lo más algún retraso esporádico en su devolución, lo que demuestra la calidad humana de aquellas buenas gentes.

Hay una clase más de libros también afortunados, los que se apilan en librerías especializadas donde, aunque pasen años y años, permanecen inamovibles en su espacio del anaquel sin el temor de que una mano enemiga los envíe al almacén polvoriento del olvido, y con la esperanza de que el próximo visitante que entre en la tienda vendrá a buscarlo a él para llevarlo consigo para siempre.

Están por último los primeros. Es decir; los libros de viejo, esos tesoros buscados y rebuscados por los enamorados de la lectura, que proporcionan el primer gozo al acariciar sus cubiertas empolvadas, marchitas por la pátina del tiempo, con ese olor característico que embriaga al ojear sus páginas, con esas letras a menudo imposibles, con esas láminas que en obritas menores provocan la sonrisa y en ejemplares magníficos las lágrimas.

Todos los avances que el hombre consigue con dedicación y esfuerzo deben ser bendecidos. Es hermoso que hoy podamos contar a traves de las Redes con miles de libros que, graciosamente desnudos, se brindan a la lectura; que en cualquier momento y a un golpe de click nuestro intelecto encuentre respuesta a cualquier duda, pasee por las mejores bibliotecas del mundo y pueda elegir entre miles de autores en diferentes lenguas y materias aquella obra que siempre deseó leer y que, por no ser económicamente rentable -¡siempre el maldito dinero!- se retiró de la circulación prematuramente; aquél poema perdido en la memoria, aquella historia que deseamos releer porque dejó imborrable huella en nuestras vidas, y todo ello sin abandonar el cómodo sillón pero, al propio tiempo, me da una pena tremenda comprobar cómo se van cerrando librerías, porque el placer de tener entre las manos el libro elegido, de charlar sobre él con el librero, de ir pasando una a una las páginas de otra nueva o vieja historia que nos emociona, nos duele o nos alegra, nos impresiona, nos trastorna o nos consuela, nos enseña, nos forma o nos informa, nos enternece nos entristece o nos destroza, nos invita a vivir cientos de vida, cuando la vida es tan monótona y tan corta, no se puede sentir del mismo modo mirando a una pantalla que ni siquiera se toca. La satisfacción de llegar al final de un libro que prendido de nuestros dedos revivió una vez más aumentando su gloria tiene ese momento crucial de sujetarlo fuertemente y abrazarlo después como a un amigo del alma que nos proporcionó momentos deliciosos sin pedir nada a cambio. ¿Qué quieren que les diga? Yo siento un amor especial por esos libros, los necesito y los quiero.

Hace unos meses o quizá años -creo que fue una idea de los responsables del Ayuntamiento madrileño- se inició una campaña para fomento de la lectura consistente en “abandonar” ejemplares de novelas en distintos lugares de la capital; parques, paradas de autobús, entradas de metro etc., La idea era que aquel que lo deseara se llevara el libro, lo leyera con respeto y cuidado y lo volviera a dejar en algún lugar público a disposición de otro lector anónimo. No sé al final como resultó la experiencia, porque de todas esas actuaciones generalmente conoces el inicio y no la conclusión, pero sería interesante que alguien nos contase los entresijos del desarrollo de esa actuación y de que no muriera tan feliz proyecto para que siguiéramos “abandonando y recogiendo” libros por el placer inmenso de usar nuestros cinco sentidos; mirarlos, saborearlos, olerlos y tocarlos y, para que no falte ninguno, leérselos a alguien en voz alta y así también.....gozar del placer de escucharlos.

Por Elena Méndez-Leite

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como librera, lectora y amante de libros, le agradezco enormemente el maravilloso texto sobre los libros, en este blog de Humanismo Y valores,que lugar mejor que en un libro para encontrar la base del Humanismo?