miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA VIDA ES SUEÑO, DE PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA

La riqueza intelectual de los textos de Calderón –como la de todos los clásicos- permite que nos acerquemos a ellos desde diferentes perspectivas. Unos lo harán desde la filosófica; otros, desde la estética; algunos, desde la teoría política y al fin otros, desde la histórica y así sucesivamente.

Es el caso que tuve la fortuna de ser alumno de don José Alcalá Zamora y Queipo de Llano que en un Curso de Doctorado nos explicó a Calderón (1600-1681). De esto hace un cuarto de siglo. Por ejemplo, el tiempo que transcurrió entre la firma de la Tregua de los Doce Años con los rebeldes holandeses y la expulsión de los moriscos (1609) y el estreno de La vida es sueño (1635). Si hubiera sido hace más de un cuarto de siglo, digamos que tres décadas, coincidiría la anécdota con el tiempo transcurrido entre la aparición de la primera parte de El Quijote (1605) y la obra que nos ocupa ahora.

Seguí manteniendo el contacto con Alcalá Zamora, porque no es cosa buena perder el contacto con los grandes maestros y pude escucharle en una conferencia sintetizar la vida de don Pedro Calderón. Aquella conferencia  (1994) ha sido de lo mejor que he sentido. No ya sólo por los contenidos, sino por la exposición. El orador, en plena narración de las vivencias de Calderón en la Guerra de Cataluña, preso de la emoción –sí, de la emoción durante una conferencia sobre Calderón- se preguntaba sobre si el dramaturgo habría visto la esquirla de no recuerdo qué muralla que llevaba en el bolsillo y que nos mostraba absorto a los perplejos asistentes.

De la mano de Alcalá Zamora ha seguido trabajándose en Calderón, en el Calderón que pudo ver una España en el auge de su poder político, que se colapsaba (1635-1660) y que resurgía de sus cenizas (desde 1680).

La vida es sueño se estrena en un año dramático: el año de la declaración de guerra con Francia. Europa está agitada por la Guerra de los Treinta Años, esto es, por la última gran guerra entre dos concepciones del ser humano, la católica y la protestante al tiempo que en el seno de la Monarquía de España las desafecciones se acentúan aprovechando el desplome. En 1640 tienen lugar aquellos dos acontecimientos terribles, pero que existieron: los levantamientos y guerras de separación de Portugal y Cataluña, con el desarrollo y consecuencias por todos conocidos…, y el que no los conozca, que se ilustre para satisfacción de su perplejidad.

No eran tiempos de fábricas de fuegos fatuos. O si se fabricaban, se olvidarían. Eran tiempos de profundísimas reflexiones sobre el alma humana y sus relaciones colectivas. Y comoquiera que Pedro Calderón de la Barca escribió sobre el manido mito de que la vida es un sueño, pero lo hizo de manera sublime, su pieza ha pasado a la posteridad como un clásico.

Un clásico, esto es, un texto que lleno de enseñanzas, nunca se agota. Casi cuatrocientos años dándole vueltas a cada uno de los versos de Calderón en donde da igual que seamos ilustrados, románticos, nihilistas o postmodernos, adolescentes o maduros, a todos siempre nos dice algo o todos siempre hemos querido oír de él lo que nos convenciera.

La vida es sueño no es obra de entretenimiento. Es obra de reflexión. Por su profundidad, no ya complejidad, podríamos destacar varios de sus contenidos. No sé si en el caso de que Freud hubiera sido autor teatral, habría querido escribir esta obra. No sé si algún físico del siglo XIX que hubiera tenido veleidades literarias, habría explicado la fragilidad de los equilibrios dinámicos con un texto similar a este. No sé si algún político a la violeta de los que ha habido y aun hay en España hubiera leído esta obra sobre el tiranicidio y la libertad, habría pensado con juicio maduro sobre en dónde estaba metido. No sé si…: ¡tantas comparaciones, tantas ensoñaciones; tanta mitología!

La Compañía Nacional de Teatro Clásico ha hecho una puesta en escena y la representación en su conjunto soberbias. No estoy muy versado en las cosas de la Literatura o de la Teoría del Teatro, que mis campos son otros. Pero cuando Blanca Portillo habla en voz alta sobre la vida o gesticula sus desdichas existenciales, sobrecoge. Cuando Marta Poveda varía de condición y quiere permanecer fiel a sí misma (se empapa tanto en el papel, lo dramatiza de tal manera que parecía casi afónica); cuando David Llorente salpimienta con un poco de humor tanto dramatismo para dar un respiro al espectador, arranca las carcajadas hilarantes que en comunión quieren decir que nos ha aliviado por segundos; cuando Joaquín Notario –con una oratoria que para sí la quisieran en Atenas- encarna al padre bestial; cuando Fernando Sansegundo establece soliloquios irrepetibles con el público o con el destino; cuando Rafa Castejón juega su función de pretendiente cortesano y frívolo a conspirador audaz; cuando Pepa Pedroche desde la altivez de su condición social ve pasando el tiempo a su alrededor sin tener nada que hacer; cuando y cuando… todo eso pasa la sala entera vive en un puño, con el corazón apretado. Menos mal, que –repito- Clarín nos deja relajarnos.

En el reducido espacio de un escenario, sin cambiar ni una sola vez de decorado, y con un puñado de catorce o quince actores, se desarrollan esos binomios ambientales, equilibrados, de monte-palacio; cárcel-torre y otros claroscuros, que revientan magistralmente en una escena de guerra que se desarrolla en el ancho de una puerta. ¡En lo que podemos adivinar a través del ancho de una puerta, se ve una batalla librada por una docena de actores! Concluida la batalla, la reflexión sobre el ser… y el perdón. Se perdona al padre, sí: pero este había hecho votos y esfuerzos –incomprendidos y acaso incomprensibles- para alcanzarlo. El respeto al padre (o a la madre) no es consubstancial al hecho de generar vida.

Y si a todo lo expuesto anteriormente le añadimos otras luces en la oscuridad, como que el patio de butacas estaba copado casi en su totalidad por chavales, de al menos un colegio (el “Jesús Maestro”), que a mis preguntas me contaban con cierto nerviosismo que se habían pagado ellos las entradas porque era una “actividad extraescolar” y que ni se movieron, ni respiraron en las dos horas de función y que al acabar explotaron en un jubileo de vítores, aplausos y otros vivas para dar rienda suelta a la tensión acumulada, al final, digo, sales mejor que entraras, agradeciendo a esos profesores mal pagados y desprestigiados el ímprobo esfuerzo que hacen por mantener una ilusión en sus alumnos que al fin y al cabo, gracias a quienes todos sabemos, como no venga a remediar esto la sensatez recuperada de Segismundo, acabarán explicando qué fue el Siglo de Oro español a los alumnos que tengan por esos mundos de Dios. Como esos miles de españolitos profesores expatriados, que viven el Siglo de Oro apasionadamente desde la lejanía, como mi buen amigo Jesús Pérez Magallón, que da clases en Canadá, mientras reedita a Calderón (y a otros) en la editorial Cátedra.

En el Teatro Pavón se representa La vida es sueño. Es el acontecimiento de este otoño. Bajo la dirección de Helena Pimenta todos los que han participado en este desfile de personajes que parecían cuadros de Sánchez Coello dados vida, ennoblecen a la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Queda claro una vez más: algunos pensamos que la Compañía Nacional de Teatro Clásico está para representar Teatro Clásico, no para destrozarlo. Y alguna vez, tal vez alguna vez en un tiempo lejano, en España haya una Compañía de Teatro del Siglo de Oro.

También queda claro: cuando se gestiona con sentido común y se hacen buenas puestas en escena, los teatros se llenan. La decisión de que el lleno sea con estudiantes arropados por los profesores es un acierto que a todos nos compete.

¡Qué gran tarde de teatro!

En lo que no es justa ley,
No se ha de obedecer al rey…

Por Alfredo Alvar Ezquerra. Historiador. Profesor de Investigación. CSIC.
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