viernes, 2 de diciembre de 2011

TRES MUJERES PARA LA PAZ

En Liberia, junto a Sierra Leona y Costa de Marfil, llueve torrencialmente de abril a noviembre, por lo que resulta aún más oportuno decir que ha llovido mucho desde que en 1822 comenzaran a llegar hasta sus tierras, en la costa occidental de África bañada por el Atlántico, miles de esclavos liberados por Estados Unidos, a los que la Sociedad Americana de Colonización había enviado para que comenzaran una nueva vida en el Continente del que –ironías de la vida- sus ancestros habían salido rumbo a la esclavitud. 

Los habitantes de este país, primero de África en alcanzar la independencia en 1847, tienen, por tanto, unas características que difieren notablemente de las de otros moradores de naciones vecinas. Esta diáspora de hombres y mujeres adultos, educados en América, permanecieron fieles a su trasfondo estadounidense, al tiempo que convivieron con los indígenas de la zona, auténticos africanos cuya organización tribal, cultural y religiosa no tenía nada que ver con la de los nuevos colonizadores. Fue una tarea nada fácil, que propició, durante un largo período, continuos enfrentamientos, hostilidades, e intentos de dominación y sometimiento no siempre pacíficos. 

Desde su independencia, ha sufrido golpes de estado, elecciones fraudulentas, dos guerras civiles que han asolado el país durante quince años, y el gobierno de un dictador sanguinario, Charles Taylor, actualmente procesado por crímenes contra la humanidad. La situación seguía por tanto sin presentar un panorama consolador, hasta que una liberiana y economista de Harward: Ellen Johnson-Sirleaf, madre de cuatro hijos y abuela de ocho nietos, luciendo un físico mayestático y la elegancia natural de las liberianas con sus enormes turbantes de colores vivos, puso coto al perpetuo desmán.  Johnson, había trabajado para el City Bank y el Banco Mundial, fue encarcelada en los ochenta por enfrentarse al régimen de otro nefasto presidente, Samuel Doe;  a punto estuvo de ser asesinada por los esbirros de Taylor y vivió exiliada durante más de diez años en Nairobi y en Washington. Con 30 años de actividad pública, ha sido ministro de hacienda de su país y se la conoce por su fuerte carácter, suavizado por lo que sus conciudadanos llaman “sentido maternal” de hacer política. Esta espléndida mujer con una sonrisa amplia que no la abandona, le metió un gol al mejor futbolista de la historia liberiana, y contrincante electoral, George Gweah, y ganó legítimamente los comicios de 2006, convirtiéndose así en la primera mujer presidenta de un país africano.

En tiempos de paz, Liberia, es un  lugar  de contrastes, con tierras arenosas, pantanos y manglares en su parte baja; bosques vírgenes con árboles de caucho, higueras y caobas en la intermedia, y zonas montañosas en su parte alta. Vive principalmente de la pesca, de la agricultura, de la minería del hierro y de la elaboración del látex. En la actualidad intentan poner en pie su comercio exterior, hacer frente a una deuda de más de tres mil quinientos millones de dólares, traer el abastecimiento de agua y de la electricidad a la capital, y levantar unas ciudades arrasadas en las que las chabolas se enseñorean del paisaje. Con una tasa de desempleo de más del 85 %  y la amenaza de los cantos de sirena del tráfico de cocaína y de diamantes de Sierra Leona, la ingente labor del gobierno de la Señora Jonson-Sirleaf va propiciando la paz de su nación y los derechos humanos contra viento y marea, entretejiendo, sin prisa pero sin pausa, como esas famosas colchas guateadas que las mujeres liberianas elaboran desde tiempo inmemorial, el tejido social que facilite el futuro progreso de un país que llegó a sus manos desangrado, explotado y mísero. 

En toda esta tarea ha contado con la magnífica colaboración de  Leymah Gbowee, su joven ayudante de 39 años, terapeuta, trabajadora social y madre de seis hijos, que ha vivido en Monrovia  desde los diecisiete años, aunque actualmente reside en Accra, capital de Ghana.

Gbowee, junto a Freemant, como presidentes de las dos diferentes iglesias luteranas, de la capital, organizaron en 2002, la WIPNET -Red de Mujeres por la  Consolidación de la Paz-. En los inicios de la Asociación, la activista fue convocando, dialogando y convenciendo a las mujeres cristianas y musulmanas de la importancia de una contestación femenina, pacífica y permanente contra las armas y en pro de los derechos humanos. Acudían cada mañana  al mercado del pescado y allí cantaban todas juntas por un mundo mejor. Más tarde, sin acepción de raza o condición, las mujeres se reunían en distintos lugares, siempre vestidas de blanco, con sus enormes tocados, para rezar conjuntamente siempre en favor de la paz, y todas ellas  se negaron a mantener relaciones con sus maridos,  hasta que no  dejaran las armas, en una original huelga de sexo. Meses más tarde emitieron una declaración de intenciones que presentaron al presidente Taylor, en los siguientes términos. 

"En el pasado estábamos en silencio, pero después de haber sido asesinados, violados, deshumanizados, e infectados con enfermedades; de ver a nuestros niños huérfanos y a nuestras familias destruidas, la guerra nos ha enseñado que el futuro está en decir NO a la violencia y SÍ a la paz! No cederemos hasta que ésta prevalezca".

Tras innumerables acciones de protesta pacífica, este Movimiento puso fin a la guerra civil de Liberia en 2003, y propició las condiciones para que Ellen Johnson Shirleaf llegara a la Presidencia.

Lejos de allí, al sur de Arabia, se encuentra la República de Yemen, uno de los países más pobres de Oriente Próximo que, en su día, formó parte de los califatos árabes. Con una cultura y tradición digna de los cuentos de las mil y unas noches; una historia de leyenda salpicada de riquísimas civilizaciones, y tremendos periodos de guerras intestinas y divisiones entre el norte y el sur  alcanzó, a finales del pasado siglo, lo que algunos consideraron como su definitiva reunificación. 

Desde hace treinta y dos años el tirano Alí Abdulah Saleh, gobernaba este país, con más de  veinte millones de habitantes en su mayoría musulmanes, dispuesto a aprobar las pertinentes disposiciones que le permitieran, no sólo perpetuarse en el poder, sino dejar a su propio hijo como “legítimo heredero”, pero los yemeníes, que habían sufrido dos guerras civiles y vivían en paupérrimas condiciones con más de un cincuenta por ciento de paro, consideraron llegado el momento de terminar con tantos años de desmanes y tiranía, provocando manifestaciones callejeras durante más de diez meses, y obligando al Consejo del Golfo a exigir la dimisión de su presidente refugiado en Riad, donde, hace unos días, firmó por fin su renuncia y el traspaso de poder acordado con los 6 representantes del Consejo del Golfo.

Y... ¿Quién estuvo al frente de las primeras manifestaciones no armadas que tienen su origen en 2007? La periodista yemení Tawakul Karman, de 32 años, madre de tres hijos, defensora de los derechos humanos y  líder del movimiento Mujeres Periodistas sin Cadenas

Aliada de Estados Unidos en la lucha antiterrorista, acude cada martes a la plaza de Sanáa, capital de la Nación para protestar pacíficamente ante la sede del gobierno y promover la utilización, para estos fines, de los medios de comunicación social y las redes, en un país en el que más de cinco millones son pobres y la mitad de ellos analfabetos.

Karman ha sido encarcelada en varias ocasiones, porque desde 2004 se niega a cubrir su cuerpo, su rostro  y sus ideas con el niqab. Su frase preferida es “Las mujeres tenemos que dejar de sentirnos como parte del problema y comenzar a ser parte de la solución”mientras afirma que no cejara en su empeño hasta conseguir un Yemen libre, democrático y en paz. Son ya diez meses de echarse a la calle y siguen las protestas. Simultáneamente son cientos los muertos y desaparecidos e innumerables los heridos, y las guerrillas entre chiíes y salafistas  convierten a Yemen en un barril de pólvora a punto de explotar.

Hasta aquí la durísima experiencia vital de tres damas ilustres en tres rincones de la orilla negra de lo que algunos llaman civilización y por la que,  al otro lado del mundo  en la ciudad de Oslo, el próximo 10 de diciembre se les hará entrega del más hermoso de los Premios Nobel a cada una de ellas: Ellen Johnson-Sirleaf, Leymah Gbowee y Tawakul Karman, tres madres coraje a las que casi nadie conocía y que llevan media vida acunando en su regazo, junto a sus hijos, a la paloma herida de la paz. 

Por Elena Méndez-Leite

1 comentario:

Humanitum Iratus dijo...

Además de la belleza que encierra la paternidad en sí misma, como acto de creación y continuación de la vida, la misma constituye normalmente una muestra de la generosidad y de la capacidad de entrega y sacrificio del ser humano.

De ahí que la paternidad -o la maternidad-, confieran una visión única y distinta del mundo, en donde el presente no se entiende si no es para construir un mañana que garantice la supervivencia de la vida engendrada.

Por eso, no es casualidad que estas mujeres, entregadas a construir un mundo mejor y más justo, sean madres todas ellas, pues sin duda su maternidad es la fuerza incontestable que guía e impulsa cada uno de sus actos y toda esa generosidad desbordada.